Los Bridgerton, de Chris Van Dusen

 La feria de las vanidades

A pesar de estrenarse en plenas Navidades, tan aciagas este 2020, y además de serme recomendada por un degustador de paladar fino, como mi amigo Josep, vi el primer capítulo y tuve la sensación del déjà vu. Era todo tan excesivo, que decidí no seguir con ella. Sin embargo, en una de esas tardes tontas en las que uno deambula sonámbulo por los catálogos esperando encontrar algo atractivo, volví a caer en la tentación y, tras ver el segundo capítulo, supe que la terminaría as soon as possible. Los Bridgerton es una serie estadounidense con ínfulas británicas. Está colgada en Netflix y consta de ocho capítulos que, la verdad, se ven en un suspiro. 

Su creador, Chris Van Dusen, guionista y productor, trabajó en Anatomía de Grey, que no vi, aquí ha ejercido de escritor a partir de una saga literaria homónima, de ocho volúmenes, de la escritora estadounidense Julia Quinn, una creadora de best sellers publicados en la primera década de los 2000 y de un tono romántico, cercano y no sé si deudor de las obras de Jane Austin. Al igual que su predecesora británica parece que, bajo el aire de romanticismo furibundo, se muestran actitudes femeninas que se diferencian de lo esperable en mujeres de la época. Es cierto que algunas de estas mujeres con afán de autonomía y defensoras de su propio criterio, no sé si están así de marcadas en las novelas de Quinn o son fruto de la escritura del guionista. La perspectiva femenina viene dada desde el inicio, pues la voz en off de una tal Lady Whistledown (Julie Andrews), que podría traducirse por Mme. Cotilla, es la que cuenta la historia, va presentando a los personajes, de los que parece saberlo todo y cuyos secretos, debilidades y aspiraciones se dedica a airear en un panfleto volandero que incluso la Reina Carlota (Golda Rosheuvel) lee con avidez. La escritora anónima se expresa con un tono irónico, mordaz y distanciado que la hace simpática en sus chismorreos, con avances imprecisos y sugeridores de lo que va a suceder.

Ambientada en 1813, durante el Periodo Regencia, en el que el Rey Jorge III se casó con una mujer, dicen que mestiza, de ascendencia africana, esto provocó, según la ficción, el ascenso social de gente de color, en una sociedad brillante y variopinta. Se desarrolla en el Londres georgiano, del que todavía quedan hoy muestras que sirven de localizaciones perfectas, aunque mucho se haya rodado en Bath: Grosvenor, Mayfair, Park Lane, son los lugares por donde se mueve la familia Bridgeton, muy numerosa y con el padre fallecido, lo que ha obligado a su hijo mayor, Anthony (Jonathan Bailey) a convertirse en cabeza de familia. Tiene que velar por el honor de todos ellos, entre los que se encuentra su hermana Daphne (Phoebe Dynevor), quien será presentada en sociedad, lo que supone "ponerla en el mercado", como si de una feria de animales se tratara. Como no está dispuesta a ser otorgada a quien más dinero ponga sobre la mesa, sino que quiere casarse por amor, decide urdir un plan con la complicidad del duque de Hastings (Regé-Jean Page), atormentado por una infancia infeliz. Las tramas secundarias, del mismo tenor, son igualmente interesantes.


Además de la fastuosa puesta en escena, producto de la cantidad de dinero metida en el diseño de producción, vestuario, localizaciones interiores, anacronismos incluidos, la química entre los dos protagonistas es innegable. Ella podría pasar por una amiga de la protagonista de Orgullo y prejuicio, o Sentido y sensibilidad. Su deseo de autoafirmación, de ser dueña de su propio destino, de no someterse a las convenciones sociales, la muestran con un punto de modernidad feminista que la hacen seductora a los ojos actuales. Él es un atractivo y auténtico gentleman y, a pesar de su tormento íntimo, es capaz de una enorme sensibilidad en el trato, de capacidad para la ironía,  y de una inteligencia vital que lo ha ayudado a superar sus límites a base de voluntad férrea y de la complicidad de la señora que lo crió, Lady Danbury (Adjoa Andoh). El romanticismo de la relación no llega a resultar empalagoso, es incluso bien físico. Esa fisicidad se hace necesaria, dada la falta de preparación con la que las señoritas llegaban al matrimonio. El ritmo de los sucesos es trepidante y no se puede uno aburrir, aunque quienes hemos visto o leído obras de esta época, podemos intuir cómo acabará.
 

El personaje de la hermana, Eloise (Claudia Jessie), con aficiones literarias y que pretende ser autónoma y no depender del marido que le asignen, es muy atractivo. Es consciente de que las señoritas de esa sociedad valen tanto como su dote y que de un buen matrimonio depende su estatus y el amejoramiento de su propia familia. Que le alarguen el bajo del vestido o que la coronen con una tiara para el baile son auténticos martirios para ella, más interesada en descubrir la identidad de la cotilla de los panfletos. Es además consciente de los chismorreos de las madres, deseosas de colocar su "mercancía". Toda esa parte tan irónica resulta ciertamente divertida. También el libertinaje de los varones que, mientras velan por el honor familiar, se dedican a prometer amor eterno a aquellas con las que sólo quieren pasar el rato, porque o se es de alcurnia y hay casorio, o se es una simple puta, sometidas todas al machismo imperante. Las escenas de sexo, ausentes en las novelas de Austin, son aquí bastante explícitas, lo que pone una nota más de modernidad y distancia con los originales, dejando claro el tono de divertimento que la serie tiene. 
 

El plantel de actores, para mí desconocido, provenientes muchos de ellos del West End londinense, el estallido de color, los bailes de coreografía medidísima, la música (en algún momento claramente fuera de época), hacen de todo ello un espectáculo del que es difícil desengancharse, así que con plena consciencia uno se sumerge en ese mundo de apariencias, lleno de falsedades y rivalidades sin cuento, pero con una atractiva historia de amor. Se hace evidente que he acabado cayendo en la tentación, mea culpa. Y dado el número de originales escritos por Julia Quinn, y dado el presumible éxito de la serie, no sería de extrañar una nueva temporada, si el maldito virus lo permite.

José Manuel Mora.
 
 

 

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