Un verdor terrible, de Benjamín Labatut

 Ciencia y literatura

Dejarse aconsejar en cuestión de libros, como en tantas otras cosas, tiene sus pros y sus contras. Llegué a mi librería de siempre, 80 Mundos, con ánimo de llevarme un par de títulos. Ambos había que pedirlos y Sara, buena vendedora, además de buena lectora, me recomendó otro, cuyo título y su autor, como en ocasiones anteriores me había sucedido,  me eran completamente desconocidos. Fiado de su criterio, me lo llevé. LABATUT, BENJAMÍN. Un verdor terrible. Barcelona: Editorial Anagrama, 2020; págs. 224. Y los gustos no siempre coinciden. Veamos.

Su autor, el tal Labatut (Rotterdam, 1988), a pesar de haber nacido en los Países Bajos, escribe en castellano por haber vivido parte de su infancia en Buenos Aires y Lima y haberse trasladado finalmente a Chile, tal vez por ser hijo de diplomático. Empezó escribiendo cuentos, La Antártica empieza aquí (2009), y su siguiente libro consiste en una serie de notas científicas, filosóficas e históricas sobre el vacío, Después de la luz (2016).  Lo escribió tras una crisis personal. De alguna manera el presente título continúa por una senda que algunos han adscrito a la novela metafísica. No he encontrado información sobre cuál ha sido su formación previa, parece que periodismo. Lo que me parece evidente es que, además de su vocación literaria, el escrito que voy a comentar requiere de una preparación científica bastante fuerte, aunque él diga que la información la ha obtenido gogleando. Yo hice Bachillerato de Ciencias y tal vez eso me ha hecho poder seguir la narración de los diversos descubrimientos llevados a cabo por toda una serie de científicos de los tres últimos siglos. Es verdad que sin una nociones mínimas sobre Física y Química, no la conocida serie, claro, resultaría intrincado seguir el relato.

 
Y es cierto que, conforme me adentraba en la lectura del libro, me iba preguntando si era literatura lo que tenía entre manos. Él mismo confiesa que, partiendo de hechos científicos, como el invento del primer pigmento moderno, el azul de Prusia en 1782 en el primer relato, ajustado a la más estricta realidad, los siguientes van contando otros descubrimientos, pero en la narración el escritor va incorporando más trama literaria, es decir la literatura iluminando el pensamiento científico. La escritura de la que se sirve para presentar hitos científicos alcanza cotas casi poéticas. Y es que los físico muchas veces, para intentar explicar sus descubrimientos, se ven obligados a recurrir a las metáforas. Fritz Haber fue el primero en obtener Nitrógeno del aire para ser usado como fertilizante, lo que traería consigo una explosión demográfica gracias a la potenciación de los cultivos. Claro que todo depende de cómo se use. El cianuro que obtuvo de ahí para los pesticidas acabaría convertido en el famoso gas zyklon con el que se exterminaba a los judíos. 
Karl Schwarzschild, astrofísico, avanzó ideas sobre los agujeros negros y tras la Primera Guerra Mundial en la que acabó muriendo, tomó conciencia del horror: "Hemos alcanzado el punto más alto de la civilización. Sólo nos queda caer" (pág. 62).  Alexander Grothendieck, uno de los matemáticos más importantes del s. XX, que se consideraba a sí mismo escritor y que terminó obsesionado con la ecología, con el complejo militar-industrial, con la poliferación de las armas nucleares" (pág. 87) hasta volverse loco. 
 

Erwin Schrödinger, físico austriaco, formuló su famosa ecuación, que ni él mismo parecía saber cómo había concebido. Werner Heisenberg discutió mucho con él porque "pretendía entender qué eran las partículas elementales" (pág. 108) y formuló su "principio de incertidumbre" que hacía tambalearse todo el entramado teórico válido hasta entonces. También con  Niehls Bohr, por cuestiones éticas en cuanto al uso militar de la energía atómica, como ya había visto en la obra de teatro CopenhagueAlbert Einstein con su teoría de la relatividad acabó por abrir la ciencia a otra dimensión. Louis-Victor de Broglie presentó la dualidad onda-corpúsculo, característica de la mecánica cuántica a partir de los estudios de Einstein y Plank. 
 

Estos son los nombres propios que van apareciendo en sus páginas, cada uno con su hallazgo particular, que muchas veces refuta lo que otro antes que él parecía haber dejado completamente asentado. Así avanza la ciencia. Lo real de todos ellos es que sus descubrimientos fueron ciertos, mientras que la manera en que el escritor nos lo cuenta es literatura y a través de ella los presenta con sus dudas, sus obsesiones, sus incertidumbres, sus limitaciones, las peleas entre ellos, y sus fracasos. Pasar de la física de Newton a la física cuántica debió de se para muchos de ellos algo traumático, puesto que "las matemáticas de la relatividad general perdían su validez en la singularidad. La física simplemente dejaba de tener sentido" (pásg. 65). No deja de resultar inquietante la propuesta de que los electrones se comporten como partículas o como ondas y sobre todo que su comportamiento dependa de que lo estemos observando o no. Todo ello a veces parece pertenecer al género del ensayo y en otras ocasiones a cuentos o a una novela corta. El autor se niega a etiquetar. Lo que sí afirma es que parte de hechos 100% reales y los va trufando de ficción para alcanzar una verdad más profunda: "Sentía que estaba viendo por detrás de los fenómenos atómicos hacia una belleza nueva" (pág. 122) dice Heisenberg. Y el chileno lo hace a través de una escritura tersa, luminosa y también ardua.
 
José Manuel Mora.

Comentarios