Angels in America, de Mike Nichols

 Otras pandemias...

El título era, para mí, mítico, sin saber bien por qué. Algún suelto elogioso leído hace mucho tiempo, una referencia descatalogada en mi memoria respecto a un exitazo en Brodway, o en el TNC de Barcelona, algo que definitivamente se me había escapado. Y de repente me encuentro con la miniserie en HBO. Es cierto que no se trata de ninguna novedad, pues está en la plataforma desde 2013 nada menos. Se trata de Angels in America, de tan sólo seis capítulos, ideal para una minimaratón, dirigida por  Mike Nichols (¿Quién teme a Virginia Woolf?, El Graduado, que tanto impacto me causaron en su momento) a partir de la obra teatral homónima de Tony Kushner, por la que ganó el Pulitzer en 1992. Se encargó también de escribir el guión para el trabajo fílmico, que ganó un Globo de Oro. La banda sonora de Thomas Newman en los créditos iniciales, que sobrevuelan el país hasta llegar a la estatua del ángel en la fuente de Central Park, es una maravilla.


Ambientada en 1985, durante el lamentable mandato del conservador R. Reagan, se centra en los primeros años del desarrollo de otra pandemia, tabú en los sectores más conservadores, que parece que nadie recuerda ya, el VIH, y que causó menos trauma que la actual, al afectar a unos grupos que parecían merecérselo, los homosexuales y los drogadictos, en una época en la que no había tratamiento y el diagnóstico suponía una condena a muerte. Muchos morían solos, como auténticos apestados, sin el consuelo y la solidaridad de los que agonizan ahora. La pareja asentada (cuatro años, que en el supuestamente promiscuo comportamiento de los gais es toda una vida) de Louis (Ben Shenkman) y Prior (Justin Kirk), se rompe al no ser capaz el primero de asumir la infección de su compañero de vida. La de Joe (Patrick Wilson) y Harper (Mary Louise Parker, a quien acababa de ver en A Portrait of a Lady) está en conflicto perpetuo por la dependencia de las pastillas de ella y la problemática no resuelta de él, al ser mormón, republicano, y no tener asumida su homosexualidad. Su jefe, Roy (Al Pacino, con un Emy al mejor actor de series de ese año), abogado y lobbysta poderosísimo y encerrado en el armario, comprobará que todas sus influencias no le valen para nada a la hora de enfrentarse con la muerte. La aparición de Hannah (Meryl Streep en un triple papel del que luego hablaré), madre de Joe, que viene dispuesta a "salvar" a su hijo de la ignominia y el pecado, no hará más que complicarlo todo. Completan el elenco Emma Thompson, como la enfermera Emily, que se transmuta en los sucesivos ángeles del título; Belize, la drag compasiva (Jeffrey Wright, único de los actores que incorporó el mismo papel que en los escenarios y que lo clava); y el médico, el veteranísimo James Cromwell, quien borda un mano a mano con Pacino.

Frente a la presentación realista del Nueva York abigarrado, cutre, oscuro, en el que se mueven, Nichols contrapone el mundo del onirismo al que se fugan los personajes, huyendo del horror que viven. No hay transiciones, con lo que  las huídas a Alaska de Harper o las alucinaciones de Prior con sus antepasados, o el travestismo soñado en G. Swanson, o el debate de Roy con un fantasma a la cabecera de su cama son chocantes. Es cierto que, posiblemente como peaje a su origen teatral, hay parlamentos excesivamente largos, aunque sirven para que Kushner ponga en solfa el conservadurismo, la intolerancia y la homofobia que imperaban en la época, y que se han vuelto a poner de manifiesto durante el mandato del infame Trump. Los ataques no se dirigen sólo contra los republicanos, sino contra las religiones, mormones, judíos, que obligan a sus creyentes a negarse a sí mismos o a cargar con culpas imposibles de sobrellevar. Contrasta bastante con la recientemente vista y ya comentada aquí, la británica It's a Sin
 

Más importante parecen ser las actitudes éticas de los personajes: la cobardía de Lou, la prepotencia de Roy, la generosidad de Belize, la lucha a brazo partido con la enfermedad y el miedo de Prior, la inseguridad y autorrepresión de Joe, el escapismo de Harper... Tal vez el denominador común de todos ellos sea la soledad. Hay mucha emoción y mucha verdad en las interpretaciones (el más difícil todavía de la Streep como rabino, madre y fantasma es total). En el epílogo veremos que hay esperanza, salvo para uno de ellos, no diré quién, sin que entienda yo bien la severidad del autor. En cualquier caso, un buen recordatorio de unos tiempos negros que, gracias a los antirretrovirales, parecen ir quedando atrás. Esperemos que la actual pandemia pase también.
 
José Manuel Mora.



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