Retrato de una dama, de Jane Campion

 Recreación aceptable

Siempre he pensado, y ya lo he comentado aquí en ocasiones anteriores, que es preferible leer un libro antes de ver su traslación a imágenes, sobre todo porque la propia imaginación permite hacerse una idea personal de historia, personajes y lugares, mientras que la película muestra sólo la visión de su director, eneste caso de su cradora. La anterior entrada de este blog correspondía a la magnífica novela de Henry James, de quien se ha partido para filmar Retrato de una dama (The Portrait of a Lady), dirigida por Jane Campion,  nada menos que en 1996, a partir de un guión de Laura Jones. He de señalar de entrada que sus 140 mi. de duración se me pasaron en un vuelo. Tener reciente la lectura del libro me permitía observar las decisiones de la adaptación y la fidelidad  mayor o menor al texto. La directora neozelandesa ya había dado cumplidas muestras de su arte en El piano (1993), con la que pude disfrutar muchísimo y donde descubrí a Holly Hunter, además de gozar con el siempre intenso Harvey Keitel, envueltos en una magnífica banda sonora.


Se rodea aquí también de un elenco extraordinario, y su trío protagonista parece haber estado preparándose para encarnar a estos personajes. Pocas veces ha estado la Kidman (Isabel) tan hermosa, tan elegante, tan sensible; Malkovich (G. Osmond) da la impresión de retener toda la refinada maldad que ya desplegó en Las amistades peligrosas (1988). La edad le ha ido dando un poso magnífico, que es capaz de transmutar en distancia sofisticada en la segunda temporada de El joven Papa. Barbara Hershey (Mme. Merle), a quien no identifiqué entre las protagonistas de Hannah y sus hermanas, obtuvo justamente el Oscar a mejor actriz de reparto en su papel aparentemente frío y calculador, que es capaz de derrumbarse emocionalmente al final y resultar conmovedor. Martin Donovan (el tísico Touchett) es un prodigio de dolorosa sensibilidad, y también resulta sorprendente descubrir a un joven Mortenssen, antes de que lo encumbrara su papel en El Señor de los anillos, y al veterano Gielgud, contenidísimo y eficaz. Shelley Winters (la tía Touchett) y Shelley Duvall (la hermana de Osmond, clave en el final de la historia) están perfectas en sus papeles secundarios. Irreconocible, por lo joven y lo emotivo de su personaje, Christian Bale. No suelo señalar de forma tan precisa el reparto de un filme, pero aquí me parece que cada uno conttribuye eficazmente al resultado.
 
El periodo en el que se desarrolla la historia me ha traído a la cabeza La edad de la inocencia (1993). Es cierto que el clasicismo de Scorsese resulta más contenido que la más barroca Campion. Sus planos a veces retorcidos, o las ensoñaciones eróticas, inexistentes en el libro, pueden distanciar algo, pero las localizaciones en
Salisbury, Florencia, Roma y Lucca, unidas a la preciosa y precisa ambientación, junto con las melodías clásicas (Schubert, Bach, Strauss), consiguen crear el entorno perfecto para enmarcar el retrato intimista y torturado de la joven Isabel, quien disponiendo de la libertad que le da un dinero sobrevenido, no acaba de saber hacer un correcto uso de ella. La introspección psicológica de las mujeres protagonistas es exquisita. El tono de melodrama resulta cautivador y hace que uno se deje llevar por el ritmo pausado de la adaptación, que mantiene el final abierto del libro. La contraposición que James hacía entre el Nuevo mundo de Isabel y la Inglaterra victoriana encarnada por Osmond y Merle, tan encorsetada y decadente, quedan patentes en la película con precisión, del mismo modo que la actitud cuasi feminista de Isabel, mujer "de ideas", acabe sometiéndose a lo que la sociedad y su marido esperan y exigen de ella. El baile de gala en el palacete parece un homenaje al de El Gatopardo viscontiniano. Quien no esté dispuesto a entrar en estos códigos deberá abstenerse. Yo la he disfrutado.
 
José Manuel Mora.
 

 
 
 

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