Hierro, de Pepe y Jorge Coira

 Fascinación de piedra, verdor y mar

Es poco frecuente que encabece la etiqueta con una doble responsabilidad, pero aquí resulta absolutamente necesario. La idea inicial de Hierro 2 vuelve a ser de Pepe Coira, quien es responsable del guión, pero quien la ha dirigido con buen pulso ha sido su hermano Jorge Coira, como ya sucedió en la primera temporada, ya comentada aquí, Hierro 1. Y así Movistar+ vuelve a mi parecer a acertar, dándole continuidad con esta segunda temporada, de dos catítulos menos, tan sólo seis, que se ven con la fascinación acrecentada por las panorámicas de la isla que proporcionan los drones, ahora más generalizadas. La cadena ya ha anunciado que no piensa ampliar temporadas. Y además esta vez tan sólo he dejado pasar un mes desde su estreno. Como curiosidad cabe señalar que el rodaje se vio interrumpido por la llegada del covid. Su finalización ha debido de ser algo épico para todo el equipo de rodaje con el fin de mantener un territorio que estaba libre de virus, lejos de posibles contagios, confinados en el trabajo y dentro de la isla.  Trabajaron con un "certificado de unidad familiar".

Este nuevo thriller vuelve a encerrarnos en la isla, una protagonista más, y mantiene a sus dos principales personajes, la impecable, implacable y severa jueza Montes (de nuevo la estupenda Candela Peña, a caballo entre el componente racional de judicatura, y el emocional de madre doliente) y el turbio empresario, canalla noble, dueño de una codiciada platenera, Díaz (otra vez el enorme Darío Grandinetti, que defiende su independencia arriesgando la vida). Aquí también hay un fallecido al inicio, alguien que viene de fuera de la isla, un sicario. Pero pronto se pone de manifiesto un conflicto familiar a causa de la custodia compartida de una pareja rota, asunto en el que tendrá que terciar la jueza, que conoce a una de las partes, por lo que habrá de extremar su imparcialidad. A ello se suma el afán por hacerse con la platanera para levantar un complejo turístico de los que rompen el paraje y generan pingües beneficios para quien consigue hacerse con el proyecto, para el que hay más de un postor, el prepotente empresario y padre de las niñas (un intenso Matías Varela para mí desconocido, ya que no vi Narcos), frente al oscuro Fadi (el canario Enrique Alcides), el hijo de la capo de la droga de la primera temporada, contendiendo con Díaz, que no está dispuesto a vender, lo que lo pondrá en peligro. 


 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

Si en la primera temporada el crescendo se encaminaba a la bajada de la Virgen, aquí el clímax se produce en torno a la lucha canaria, otro de los exponentes autóctonos de la isla. Y, aunque no tiene la misma fuerza que aquél, es cierto que la confluencia de todos los hilos de la trama en el combate final en ese espacio increíble hace que la tensión de la lucha se potencie ante lo que esperamos que suceda. Con todo, más que esta línea argumental, de tipo policial, cómo se instruye una causa judicial (estupenda la ayudante), cómo se levanta un cadáver, me ha interesado el duelo entre Peña y Grandinetti, actoral y de caracteres enfrentados, que se necesitan, pero que pelean en distita liga, por lo que no pueden converger. A su vez, me ha gustado mucho el papel de las madres, responsable y sobrepasada por las circunstancias, la jueza, y la de las niñas, mujer destrozada por errores pasados, que lucha por enderezar su vida responsabilizándose de ellas

Cruz, la nueva sargento de la Guardia Civil, es Iris Díaz, arrolladora y eficaz en su labor de colaboración con la jueza, y de quien no me quiero olvidar. Kimberley Tell sigue siendo la testaruda y valiente hija de Díaz. Por último, tendré que retener a la grancanaria a pesar del apellido sirio de su abuelo,  Aroha Hafez, dolorosamente creíble en su lucha por la custodia de las niñas, a pesar de todo lo que arrastra consigo. Quiero dejar constancia de cómo me alucina ver cómo conduce la jueza, inmensa Peña, los interrogatorios, cómo manda callar a letrados o a testigos, cómo reconduce las preguntas para ir adonde quiere, cómo se muestra frágil ante el peligro (qué bien iluminado y fotografiado todo). Por si lo anterior fuera poco, la materialidad de la isla, a vista de pájaro, resulta impactante por su dura belleza, con esas carreteras imposibles que recorrí sin esas perspectivas aéreas, los precipicios cortados en vertical, las playas de piedra negra, el sabinar, la madera de los troncos retorcidos. Ya digo, la isla, un personaje más. Ganas de volver a recorrerla, siguiendo los itinerarios señalizados del rodaje. Una segunda temporada que no defrauda.

 José Mauel Mora.


 

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