High Maintenance, de Ben Sinclair, Katja Blichfeld

 Fauna urbana

Llego tarde, lo sé. Mis contactos no me mantienen al día todo lo que debieran. De hecho, mi amigo Josep, de paladar fino, me la recomendó hace tiempo y la dejé de lado, entretenido seguramente en otras historias. La serie empezó a gestarse en 2012 nada menos, a través de Vimeo. Sus creadores, guionistas, productores y directores, Ben Sinclair, Katja Blichfeld, la habían concebido como un producto de diez minutos por capítulo, pero el éxito fue tan arrollador que la plataforma HBO les ofreció en 2016 ampliar la serie y así es como High Maintenance ("Alto mantenimiento", para los de francés) ha llegado a cubrir cuatro temporadas, con un total de 39 capítulos de apenas media hora cada uno. La última se estrenó en 2020 y ha conseguido situarse como la segunda mejor valorada por Rotten Tomatoes, la Biblia de los columnistas. Para estos tiempos todavía de inquietud pandémica, y sin vacunar, la serie supone un soplo de aire fresco. Lo bueno además es que no resulta necesario ver todos los episodios, puesto que son independientes unos de otros. Si uno no engancha, se pasa al siguiente.

Todos los capítulos tienen como hilo conductor a The Guy, un repartidor en bicicleta, me niego a usar dealer, o peor todavía rider, que acude cuando lo llaman a casa de los clientes de Manhattan o Brooklyn, quienes le comprarán cannabis en todas sus modalidades. Sin embargo la hierba no es más que una excusa, puesto que no hay sensación de tráfico ilegal de estupefacientes, ni de violencias mafiosas, el tono de comedia nos permite entrar en todos esos hogares donde la maría no es más que aquello que permite sobrevivir a tanta banalidad cotidiana. En esa ciudad que nunca duerme, que cantaba el otro, se nos presenta a un conjunto de personajes, que rara vez vuelven a aparecer y que, sin distinción de edad, raza, sexo, creencia, orientación sexual, necesitan experimentar los efectos adormecedores, euforizantes, analgésicos, del material que se les ofrece. Algunos la han calificado como una "dramedia", puesto que mezcla elementos de ambos géneros, comedia y drama, aunque poco de esto último. Otros consideran que sería exponente perfecto de la generación milenial, con todas sus inquietudes generacionales y angustias existenciales. 


A la vez que el paisaje humano, la serie nos muestra una ciudad alejada del tópico turístico, con escasas postales del skyline, puesto que se adentra en zonas algo más degradadas, o rincones que no sabríamos dónde ubicar. Los interiores resultan variados y curiosísimos. ¡Cuántas formas diferentes de vivir!... La banda sonora es de lo más adecuada y evocadora y Ben Sinclair incorpora al vendedor con una naturalidad y un sentido del humor y una empatía hacia sus clientes que casi nunca se altera, tanto si le roban la bici como si tiene un accidente de circulación con ella. Siempre está dispuesto a compartir una calada con cualquiera de ellos y seguir luego su reparto, como la cosa más natural del mundo. Lleva el costo en una maletita dentro de su mochila. Sabe que la policía no lo podrá obligar a abrirla en un registro aleatorio. El elenco es interminable y hay cameos divertidísimos, como el del actor porno Colby Keller en una terapia de grupo para gais. Los creadores no se echan atrás ante ninguna de las vivencias de los personajes, como la de ese sesentón que, además de cuidar a su nieta, va a raves de media tarde colocado hasta las cejas, o la drag subida en sus tacos y emperifolladísima, que no es lo que aprenta, como le sucede a la chavala musulmana con su velo en casa y quemando la discoteca por la noche. No voy a seguir porque las anécdotas son múltiples. Una buena serie para pasar el rato sin mayores consecuencias, un canto a la tolerancia y la diversidad,  y para volver  a Niuyol, Niuyol, the wonderfull town...   
 
José Manuel Mora.

 


 

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