Manos veloces, de Marcial Lafuente Estefanía

 Bookcrossing

La jublación me ha dado parcelas de libertad. Antes estaba más sujeto a las exigencias del currículo. El otro día, en una de mis caminatas mañaneras, encontré  abandonados, como tantas otras veces, una serie de libros en un poyete cercano a la Albufereta. No sé si quien los deja quiere sólo desprenderse de "morralla" de su biblioteca, o practica el bookcrossing sin saberlo, o siendo plenamente consciente de lo que hace. Hay entre lo que deja, muchos títulos en inglés y en francés, "literatura de aeropuerto", colecciones, revistas... Suelo echar un vistazo y continúo mi marcha hacia el mar. Pero en esta ocasión un ejemplar algo menor que los de formato en octavo llamó mi atención. Y decidí llevarlo conmigo. Ahora diré por qué.

 

LAFUENTE ESTEFANÍA, MARCIAL. Manos veloces. Barcelona: Editorial Bruguera, Col. "Héroes del Oeste", aparición semanal, 1973 en su segunda edición; 126 págs. de papel amarilleado por el tiempo y con una cubierta que fue seguramente lo que más me llamó la atención por su ingenuidad, ya que no soy muy amante del western, pero su estética me retrotraía a mi adolescencia de tebeos. Eran las conocidas como novelas de quiosco. El autor de la obrita (Toledo, 1903 - Madrid, 1984) fue un ingeniero republicano, inhabilitado para ejercer cualquier profesión al salir de la cárcel, donde estuvo por haber pertenecido a la CNT. Antes de la guerra había viajado por los EE.UU., lo que lo ayudaría luego a ambientar sus novelas de forma rigurosa. Llegó a escribir unas 2.600 de este género. Dos curiosidades, además de los pseudónimos ingleses que utilizó en ocasiones, también se ocultó bajo nombre de mujer para escribir novelas rosas. Sus hijos continuaron publicando con el nombre de su padre. Parece que Jardiel le aconsejó que escribiera para entretener, única manera de ganar dinero con esa actividad. La primera de este tipo apareció en 1943, costaba cinco pesetas (cinco céntimos de euro), y su aspecto se acercaba al pulp estadounidense. Conocedor del teatro Clásico gracias a su padre, muchos de sus argumentos provenían de ahí, adecuadamente transplantados a una realidad lejana, conformada por él gracias a su experiencia viajera, a un viejo mapa de aquellos territorios, y a una guía telefónica de la que tomaba los nombres de sus personajes.
 


La que he tenido entre manos se inicia con un viaje en diligencia, no hay indios, pero sí vaqueros de gatillo fácil. Sucede en Wichita, adonde llega un joven misterioso que ha conocido en el trayecto a una muchacha que viene a hacerse cargo de un rancho heredado. Hay en la ciuda un concurso de rodeo y de tiro, lo que ha atraído a mucha gente, y en torno a las rivalidades propias de quienes se juegan mucho dinero en el saloon y están dispuestos a hacer trampas para obtener beneficio fácil, se teje el argumento, rápido, sin demasiadas descripciones, apoyado sobre todo en diálogos bien construidos, una acción disparada (no he podido evitar el juego de palabras, sorry) y con sorpresa final. Como en el cine de esa temática de los años cincuenta, la actuación del scheriff  suele ir al retortero de los poderosos del lugar y la justicia por propia mano normalmente va ligada a la velocidad con la que se desenfunda. 


El equilibrio justo entre la violencia típica del lejano Oeste, recién terminada la guerra de Secesión, la
inapelable venganza, la historia de amor inevitable, la presencia de malvados irredentos, todo coadyuva a que se lea como quien se bebe un vaso de agua fresca, a pesar de tantos muertos como quedan desparramados al final de la historia. Hoy en día, con las narraciones de las novelas gráficas, estos librillos pueden parecer  demodés, pero su encanto se mantiene. Dejo constancia de mi viaje a las praderas, del que he logrado salir indemne.

 

José Manuel Mora.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Yo leí, en mi adolescencia, cientos de novelitas del oeste. Todas basadas en una misma estructura. Genial para escribir con cierta rapidez una tras otra