Minari, de Lee Isaac Chung

Coreanos

Es cierto que la cartelera no ha ayudado últimamente pero, al ver la fecha de mi última asistencia a una sala de proyección, me ha sorprendido comprobar que fue en diciembre, nada menos. Lo que me ha animado a volver ha sido saber que la peli había sido premiada en Sundance y había recibido un Globo de Oro y media docena de "nominaciones" en la selección previa a los Oscar y también que la última peli de coreanos, Parásitos, me gustó muchísimo. Minari, Historia de mi familia, escrita y dirigida por  Lee Isaac Chung (Denver, Colorado, 1978, bien estadounidense él) parece ser una suerte de autobiografía. En una sala con cuatrocientas butacas éramos ocho espectadores. No sé si la gente retomará de nuevo el hábito de acudir a los cines, ahora que ha descubierto que las plataformas ofrecen mucho y variado, aunque no siempre bueno. La proyección como rito colectivo no sé tampoco si está llamada a desaparecer. 

 

El sueño de unos Estados Unidos blancos y anglosajones hace tiempo que dejó de funcionar porque la llegada inicial de esclavos africanos como pecado original de ese país, sumada a la de latinos y orientales, provenientes algunos de estos últimos de Corea, tras la guerra en la que participó el actual estado de acogida, ha convertido a esa sociedad en lo que siempre fue desde el My Flower, en tierra de llegada. Quienes persiguen el sueño de integrarse en ella se encuentran con las dificultades propias de los migrantes: adaptación a una nueva sociedad y una nuevas costumbres, la lucha por abrirse camino levantando un negocio que permita dejar de sexar pollos sin cesar en el caso del padre del protagonista infantil. El idioma es otra de las barreras, pero los miembros de esta familia llevan viviendo en USA ya hace tiempo. Hablan inglés, pero entre ellos lo hacen en coreano. La abuela, que llega ya anciana, tiene más dificultades. Todos esos matices me los he perdido al verla doblada. Una pena.

La llegada de esta familia a Arkansas desde California en los tiempos de Reagan, años 80, se produce por el intento del padre de mejorar su situación, de sentir que vale para algo más que para realizar un trabajo mecánico. Pero el lugar en el que  se asientan, en medio de ninguna parte, albergados en una inmensa rulote, no es lo que la mujer (Han Ye-ri) esperaba. Jacob (Steven Yeun), su marido, no quiere parecerse a los pollos macho, que son eliminados por inútiles y quiere levantar con sus manos un cultivo de productos de agricultura coreana, a pesar de las dificultades del reto, sobre todo la falta de agua. El aislamiento es casi total y la iglesia protestante, de carácter axfisiante, y la fábrica donde trabajan son casi los únicos puntos de relación con otras personas. La abuela recién llegada, Soonja (Youn Yuh-jung), a pesar de su frágil salud, se convierte en el nexo con la tradición, con los orígenes, con sus raíces, que vienen representadas por el "minari", una planta alimenticia que crece sin demasiados cuidados. Será la encargada de trasmitir al nieto todo lo que el niño desconoce y que acabará conformándolo.  

El tono pausado, con ribetes de comedia a veces y también con escenas dramáticas, nos permite ir adentrándonos en esta familia a la que las dificultades acaban uniendo. La música, desde los iniciales títulos de crédito, es inspiradísima y los actores, para mí desconocidos, son de una naturalidad pasmosa, sobre todo el crío de siete años y la abuela, todo un carácter en desafío constante frente a un entorno que no entiende. El niño, trasunto del director como he dicho, que la ha filmado, acabará siendo el resultado de la fusión de dos culturas, enriquecido por ambas. La cinta acaba siendo un homenaje a sus padres y a esa abuela que, en palabras de la criatura, "huele a Corea". Si tuviera que apostar, a pesar de haberme gustado, lo haría por Mank, ya comentada aquí, a la hora de los galardones de la Academia.
 
José Manuel Mora.
 



 

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