Monsieur Paul, de Henri Calet

 Rareza

Encabezo así porque ya de entrada advierto que se trata de un libro verdaderamente  extraño, por varios motivos. En primer lugar estamos ante una humilde editorial de apenas un año de vida, para mí desconocida, que además tiene su sede en Elche (?), aquí al lado, vamos. Además al autor no lo había oído ni nombrar, aunque para descubrirme nuevos territorios tengo a mis libreras de 80 Mundos, en este caso a Sara. Por último, la extrañeza se amplía al contenido del que hablaré más adelante. CALET, HENRI. Monsieur Paul. Elche: Editorial Itinerario, 2019, trad. Raúl Valero, quien ejerce además de editor; 271 págs. Y una adenda: es poco frecuente que el editor, al finalizar el libro, pida a los lectores que lo recomienden si ha sido de su gusto. Abrir mercado, que le dicen, ya que es el título que inaugura su catálogo. De hecho, y a pesar de estar escrito en 1950, lo publicó Gallimard, la de 2019 es la primera traducción a nuestro idioma.

 
Otra de las curiosidades está en que el tal Calet es un pseudónimo, pues su verdadero nombre es Raymond-Théodore Barthelmess (París, 1904 - Vance, 1956), quien se dedicó al periodismo en la revista Combat ("mi fe más duradera ha sido el comunismo" pág. 259), dirigida por Camus, desde una perspectiva humanista y libertaria, y que tiene en su haber una larga lista de títulos que fue publicando desde 1935. Mucho de lo que informa la wiki respecto a su biografía parece haber inspirado algunas de las anécdotas del libro: la pasión por los caballos, el robo en la empresa en la que trabajaba, su huida a América Latina, o lo confuso de su vida sentimental. Parece que logró publicar sus primeras obras gracias a su amistad con otros escritores parisinos. A la vista de todo lo anterior se me ocurre que se le podría tachar de outsider, que decimos los ingleses, aunque el narrador de la historia se autodefine a veces simplemente como un outlaw que lo quedesearía es "no ser más que un donnadie" (pág. 260) y al que le gusta perder, "es la mala fortuna la que me fascina" (pág. 167).
 

Aparentemente estamos ante un texto que podría pertenecer al género epistolar. Se trata de una larga carta que el protagonista escribe a su hijo recién nacido, el tal Paul del título. Si hubiera que buscar alguna referencia, podríamos encontrarla en la famosa Carta al padre kafkiana, pero ésta de sentido inverso. Sin embargo sería engañoso porque, aunque el checo la escribió en 1919, no vio la luz sino póstumamente, en 1952, con posterioridad a la redacción de la presente por nuestro autor. En cualquier caso se trataría de un reflejo invertido puesto que, además de alterar el destinatario, aquí el hijo, también se cambia radicalmente el tono: Kafka culpa a su padre de parte de sus sufrimientos, mientras que Calet "se embarca en una especie de testamento, o más bien de confesión", un monólogo sobre "una vida con dos dimensiones solamente: el pasado y el presente; sin futuro"  en palabras del autor. Calet, bajo el nombre de Thomas Schumacher, lo que ya resulta curioso, francés con apellido alemán, comienza manifestando: "Yo quería redactar una especie de crónica, para tu edificación" (pág. 42), lo que resulta irónico, dados los avatares que pone por escrito a sus cuarenta años a modo de desahogo, y confesando a su vez su oscuro pasado: "resumiendo, los dos somos hijos bastardos" (pág. 53); ambos viven en "un inmutable olor a miseria, que es el de mis orígenes" (pág. 141), y del que no ha sido capaz de desprenderse. La escribe en 1949, tras los años de ocupación alemana, "Francia es ahora una potencia de segundo orden; aún así es un poco más importante que Portugal" (pág. 50); sigue la ironía. Pide al bebé que lea el escrito cuando tenga la edad que el padre tiene ahora, lo que tal vez le permita ser indulgente.
 

El personaje confiesa que "las mujeres, los caballos, los teatros, me tenían cada vez más ocupado" (pág. 86), ya que su trabajo en una compañía de seguros no parece ofrecerle ninguna satisfacción, se considera un chupatintas. Y es curioso que esas "mujeres", Esther y Émilienne (hay otras) fundamentalmente, sean ambas judías de origen y él esté casado con la primera, a quien ha abandanado, y sea amante de la segunda, madre del crío, aunque él la considera "como un caldero de bruja" (pág. 120); como dice el bolero, no se puede amar a dos mujeres a la vez y no estar loco, por lo que "aquello fue el comienzo de una ardua vida, atrapado entre dos mujeres sin que tenga ya a ninguna" (pág. 107). Y si con la legítima siente remordimientos por el abandono en que la tiene sumida, con la amante tampoco es más feliz: "después de haberte invadido, te ocupa, se asienta como en un país conquistado, busca doblegarte a su ley; es vejatoria, policiaca, totalitaria; esta judía es una nazi" (pág. 175). Oxímoron lleno de sarcasmo puro y duro. Esa infelicidad lo llevará a veces a la violencia. Todo lo cual produce en mí, lector, una sensación desasosegante, que no llega a disminuir con los toques de humor. No se me acaba de hacer amable el personaje, aunque pueda compartir muchas de sus críticas a la sociedad de la época: "había nacido el Frente Popular. Lloré de alegría" (pág. 210), al militarismo imperante a pesar de las guerras, a la inoperancia de la burocracia... Manifiesta su cercanía a España, nacionalidad falsa que llega a adoptar: "Estalló la guerra en España [...] me ha apasionado a lo largo de mi vida" (pág. 211). Hay en la estructura narrativa constantes saltos, de modo que las fluctuaciones temporales descolocan bastante. Y, aunque de vez en cuando aparecen expresiones de un lirismo doloroso, "contemplé una hermosa puesta de sol de terciopelo rojo con reflejos sobre el Sena" (pág. 49, París está presente a lo largo de toda la narración, calles, teatros, cafetines), y que en medio de tanta degradación hay destellos de ternura, "descubrí una pequeña playa en su nuca, bien resguardada bajo su pelo, donde me encantaba cobijarme" (pág. 102), no comsigo interesarme por lo que le pueda suceder, tal es el distanciamiento al que se aplica el narrador. No lo redime la aceptación de su responsabilidad: "Soy culpable de haberte hecho venir a este mundo, donde nos matamos unos a otros" (pág. 260). Todo muy edificante.

José Manuel Mora

Comentarios

Raúl Valero ha dicho que…
Muchas gracias por la reseña. Un saludo del traductor/editor.