El corazón helado, de Almudena Grandes

Novelón

              Una de las dos Españas /  ha de helarte el corazón 

                                    A. Machado

Empezar reconociendo que uno es "fan" puede aclarar por dónde va a discurrir una reseña. Y mira que el volumen era disuasorio. Además, e incomprensiblemente, se trataba de un título para mí desconocido de la autora, a quien sigo hace muchos años. Desde 1989, cuando la publicación y lectura de Las edades de Lulú  me dejó tan sorprendido al ver que una mujer era capaz de escribir algo así y que además se la premiara en un país tan pacato como el nuestro. Repetí con Modelos de mujer (1996), del que extraje algún texto sobre el que trabajar en clase un feminismo entonces incipiente. Me volvió a atrapar Atlas de geografía humana (1998). Y salté luego a los Episodios de una guerra interminable, cuyos títulos ya han sido comentados aquí. Sin embargo, cuando vi en la mesa de "novedades" el volumen, pensé que no me sonaba de nada. GRANDES, ALMUDENA. El corazón helado. Barcelona: Tusquets Editores, 2007 (1ª ed.), 2020 (¡23ª! ed.) en la colección Maxi de la casa; 1225 págs. de limpia y apretada prosa, que diría mi amiga Pepa, y 13 de notas de agradecimientos; más de 400.000ejemplares vendidos. Un novelón, ya digo. Y según leo estos días, parece que se está preparando la versión cinematográfica en forma de serie, con la colaboración en la escritura del guión de alguien con tanto prestigio y talento como Miguel del Arco. Me alegro de haberla leído antes. Creo que hay material para una buena serie, pero que no será nunca, ni de lejos, el libro que yo he leído. 


Y, aunque este título no forme parte de su serie más emblemática, la trastienda de la historia de amor que se nos cuenta vuelve a llevarnos a nuestra "guerra incivil" y sus permanentes  y dramáticas consecuencias, a pesar de tantos años transcurridos. No deja de admirarme lo bien amueblada que debe de tener su cabeza la escritora para llevar adelante esos árboles genealógicos tan complejos, como quien mantiene varios platillos girando en el aire de forma simultánea. De un lado las anécdotas e historias reales recogidas, según confiesa en el epílogo, luego su ensamblaje y la trasmutación en literatura, algo en lo que la escritora es maestra, como veremos. El empeño me parece hercúleo. Ya sé que los ordenadores permiten ahora mantener varias "ventanas" abiertas a la vez, para ir incluyendo en cada una de ellas lo que  vaya siendo necesario para la narración, pero el lector debe estar vivo y atento, activo, para ir enlazando las distintas biografías que se nos presentran en diferentes tiempos y lugares. Tal vez por eso, como rasgo de estilo, los personajes son presentados con sus apellidos para ayudar a ubicarnos en el momento preciso. Con todo, ya advierto que no es tarea fácil, puesto que la autora se remonta a la España legítimamente republicana, a los tiempos del asedio y los bombardeos de Madrid, a los campos de concentración franceses tras la derrota, a las delaciones al terminar la guerra para aprovecharse de lo que dejaban los encarcelados o fusilados, a la vida de los exiliados, heridos de nostalgia y pendientes siempre de "volver", a los campos helados donde lucharon los miembros de la División Azul y, una vez muerto "el que te dije", al regreso y a la imposibilidad o inutilidad de pedir cuentas a los que traicionaron y se enriquecieron, como Julio Carrión, quien "jamás volvería a ir con los que pierden" (pág. 715) y "nunca tendría más ideas que las que le convinieran en cada momento" (pág. 250), patriarca de una de las familias, la de Álvaro, uno de los narradores de la triste historia de amor que se nos cuenta.  La otra, la del polo opuesto de la ecuación amorosa, es la de Raquel, hija y nieta de vencidos. Creo que va quedando clara la cita machadiana que abre el libro. 
 
Grandes adopta diferentes puntos de vista, tal y como acostumbra (es lo que tiene el haberla leído mucho): en primera persona, la voz de Álvaro, en constante introyección y análisis de lo que sucede, como buen físico que es; en tercera, la de narrador omnisciente, que incluye diálogos sin uerba dicendi ni guiones ("pidió dos cafés con leche, ¿toma azúcar, verdad?, sí, gracias, y agua mineral para los dos, y empezó a hablar", pág. 135); o con ellos inmersos en el párrafo
("La historia, añadí, ya te lo advertí, replicó él, pero increíble, insistí, acojonante, remachó", pág. 65); y aún el monólogo interior. Utiliza con acierto la prolepsis, como modo de anticipar sin detalles, para acrecentar el interés y mantener el suspenso: "Mi madre envió a aquella entrevista al hijo equivocado. Y ya nada volvió a ser como antes" (pág. 88). Alterna además los dos cabos del hilo narrativo, y desde momentos distintos. Hacen falta 130 páginas para que ambas historias acaben confluyendo. Y, en un truco de magia a los que tan aficionado era el patriarca, el recuento final de lo que ya sabemos, para completar lo que desconocíamos, ahora desde el punto de vista contrario, el de Raquel, lo que hace que debamos volver atrás si queremos contrastar. La necesidad de poner a todos los miembros de su familia ante el espejo de lo que saben o de lo que no han querido saber, es una forma perfecta de concluir el relato. Los protagonistas, incluso los secundarios, son dibujados con mimo, con precisión no exenta de ambigüedad, la que corresponde al personaje: "Un amigo como aquel era un tesoro y una bomba, una ventaja y un riesgo, una garantía y un peligro igual de intensos" (pág. 449). Como se ve, es amiga del oxímoron: "Una pena honda, negra y sonriente" (pág. 52); o bien, "Hasta que mi memoria me traicionó para serme fiel" (pág. 1115). El decoro poético, que practica sabiamente, ayuda a conocer mejor a quien habla por cómo lo hace: "Estoy hasta los cojones de todo, de mi casa, de mi mujer, de mi trabajo, de la universidad, de mi puta vida" (pág. 300). A ello se añade la riqueza que maneja en la adjetivación, minuciosa y exacta: "Su desnudez, asequible e indefensa, y vulnerable, y expuesta y desprevenida, y segura y deseable" (pág. 686). Y, por supuesto, el juego metafórico: "Un azul tan puro que despreciaba el oficio de los adjetivos" (pág. 36); "Levantó los ojos de la copa donde los había escondido" (pág.210). Frases de una rotundidad perfecta: "Así se había venido todo abajo, mi amor, mi vida, el amor de mi vida"  (pág. 1007). Es una novela de largo aliento, totalizadora, que pretende abarcar todo un periodo de nuestra Historia reciente, no sólo con mayúscula, sino de la intrahistoria de gentes sin historia, los desahuciados de su propio país, que soportaron la distancia con toda la dignidad posible, la de los triunfadores tramposos que tanto abundan. Una bellísima y triste historia de amor, ese que provoca "una fiebre negra y espesa" (pág. 353), aunque los amantes no lo quieran. Como tantas veces en la vida. Ya advertí que soy "fan".
 
José Manuel Mora.
 

Comentarios

Juana ha dicho que…
Gracias J.M. Siempre son buenas tus recomendaciones,
Un saludo
Pilar Bacas ha dicho que…
Admiro tu capacidad, como siempre.
En este caso discrepo un poco. Últimamente, cada vez que leo Almudena grandes pienso que si le diera otra lectura a sus obras y las recortara un poco ganarían infinitamente. Esto me pasó especialmente con Inés y la alegría, hasta tal punto que no pude terminarla...