Bienvenidos a Utmark, Dagur Kári

 Territorio Sami

No recuerdo ya por dónde me llegó el soplo, pero sí sé que el hecho de que se tratara de una serie noruega hizo que nos pusiéramos a verla; tenemos la espinita de no haber acabado de visitar el país y unas ganas enormes de volver. También el que se tratara de una única temporada de ocho episodios de 45 mi. cada uno. Bienvenidos a Utmark está promovida por el danés Kim Fupz Aakeson bajo la dirección del islandés Dagur Kári (París 1973), quien es también aquí coguionista junto al promotor, formado en Dinamarca y de quien no he visto sus trabajos anteriores. Hay un dato curioso: la serie se ha rodado en noruego pero la plataforma HBO la presenta doblada en un inglés que, al ser de estudio, se sigue bastante bien. Se ha estrenado esta primavera, con lo que se trata de casi una novedad.

Estamos lejos de la Noruega de tarjeta postal. Aunque no se diga, la acción debe de estar situada bien al norte, frontera con Finlandia y Rusia, que sí se citan como vecinas, en una aldea de mala muerte donde todo el mundo se conoce, rodeada por una naturaleza salvaje, hostil, de enorme belleza, y un pantano peligroso. Junto a los habitantes caucásicos, están los pertenecientes a la cultura originaria, los sami, a la que pertenece uno de los protagonistas, Blizi (Stig Henrik Hoff), brutal, violento, machista, vengativo, y sin embargo no es de una pieza, lo que lo hace atractivo por lo extraño que resulta. Cada uno de los personajes tiene un "tocao": el sheriff, la tendera, la "reverenda", el proxeneta y sus prostitutas albanesas, el enterrador... Ninguno de ellos es plano y albergan en su modo de actuar unos toques de humor extraños. La única sensata parece ser una niña de 12 años (Alma Günther, absolutamente deliciosa en su intrpretación, repleta de naturalidad), obligada a madurar deprisa en medio del fracaso matrimonial de sus padres, una limpiadora y un alcohólico pastor de ovejas (Tobias Santelmann) enfrentado al sami. Y en torno a todos ellos, los renos y las ovejas y una enorme sensación de incertidumbre sobre lo que puede suceder en cualquier momento, ya que cada capítulo supone una nueva vuelta de tuerca que deja al espectador descolocado.

 

No sé si querría vivir en un lugar así, donde los conflictos vecinales pueden ser tan intensos y donde prefieren pelear a hablar, y donde reina la ley del más fuerte, en una ausencia total de inteligencia emocional. La crítica social de la comunidad noruega en la que viven, tan alejada de la avanzada en derechos sociales que creemos conocer, es casi un marchamo de las series que llegan desde el frío.  Y los toques de humor de los que hablaba más arriba son de un tinte negrísimo, tanto que a la vez que te ríes, te sientes profundamente incómodo. No hay quien vea con tranquilidad la violencia doméstica contra las mujeres, o la matanza de animales por afán de venganza.  La fotograía de un tal Andreas Johannessen ayuda a contextualizar los sucesos y acaba creando una atmósfera inquietante. Tal vez puede que no sea plato de gusto para paladares sensibles, pero a mí me ha resultado apasionante.

 

José Manuel Mora. 

 


   


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