Maricón perdido, de Bob Pop

 Normalización reivindicativa

Anticipándose a la celebración del Orgullo se presentó en los medios, estupenda la entrevista que le hizo al autor Àngels Barceló en la SER sin la que seguramente ni me hubiera enterado, el estreno de una serie en el canal TNT (España), que aparece polémica desde su mismo título: Maricón perdido. Se trata de una creación de Alejandro Marín y del autor del guión, Roberto Enríquez (Madrid, 1971), más conocido por su nombre de guerra, Bob Pop y que es polifacético, periodista, escritor, crítico, estrella televisiva y referente cultural. Se trata de seis episodios de media hora cada uno, que pasan como un suspiro. Perfecta para una pequeña maratón. A pesar del título y el contenido, no es una serie de nicho LGTBI, puede interesar a todo el mundo. Y está claro que además supone un referente para quienes andan igual de desnortados que el personaje.

En algún vídeo de los que llegan al móvil sin solicitarlo, ya había visto algún fragmento del programa de A. Buenafuente, Late Motiv, que no sigo, aunque sus esqueches me hagan reír mucho cuando los veo. Y en él, como colaborador, había ido reconociendo a un personaje de estilismo poco habitual, por decirlo suavemente: gafas de pasta enormes, colores vivos, pajaritas, coronas, fulares... Sin embargo su humor, teñido de sarcasmo y un acerado espíritu crítico, lo mostraba como una persona muy inteligente, que hacía bandera de su activismo gay, en el sentido medieval del término, "alegre", y el combativo posterior a Stone Wall, alguien que no se corta un pelo al situarse ante problemas o gente de actualidad. Su "personaje", porque se trata de una auténtica creación, se sustenta en toda la experiencia de padecimientos adolescentes y lucha por ser quien es, y que lleva a cuestas a sus cincuenta años, incrementada por las dificultades que le ha traído padecer esclerosis múltiple. Con todo ello ha escrito algo de lo que se llama autoficción, aunque él mismo reconoce que no todo lo que cuenta en la serie le sucedió a él, pero sí se apoya en sucesos que cualquier chaval homosexual de los ochenta pudo haber vivido.

La historia bascula entre el periodo de adolescencia de un crío de 12 años, al que su mejor amiga le pregunta, "¿Eres maricón?", y ello desencadena una búsqueda constante de su identidad, que alcanzará a conocer y asumir diez años más tarde en Chueca, cuando sea capaz de poner por escrito lo reflexionado y lo vivido. Ese vaivén temporal entre ambos momentos es muy sutil y el pasado ilumina el presente y le acaba dando sentido. Hay tres personajes señeros en su primera etapa: el padre castrador que le impide expresarse, un Carlos Bardem que no muestra nunca su rostro, que sólo es una voz autoritaria; una madre histérica que no puede ser referente para el muchacho puesto que bastante tiene con mantener su equilibrio mental, y con la que Candela Peña hace una auténntica creación, tanto que cuesta reconocer a la actriz. Y el abuelo, todo ternura y soporte afectivo del crío, al que Miguel Rellán da todo el saber frágil y contenido de sus muchos años de actor. Gabriel Sánchez es el encargado de encarnar al chaval. Con lo difícil que es dirigir a gente de esta edad, lo sé por experiencia, el director ha conseguido un prodigio de espontaneidad, de sensibilidad, de frágil resiliencia, esa palabra tan de moda, ante el maltrato, el acoso escolar, el abuso sexual, a pesar de las dificultades que entrañaban muchas de las escenas que se han rodado. La secuencia del "No llores por mí, Argentina" es de diez.


Carlos González, a quien tampoco había visto antes, compone un adulto capaz de mostrar toda la pluma posible y a la vez, ser contenido y capaz de empatía, desde la ingenuidad a veces y desde la fortaleza con la que hace frente a situaciones de homofobia, de violación en el Retiro, de amistad, de sexo consentido, sin pudor ninguno. Muy valiente. Alba Flores le da réplica perfecta y necesaria. Y así el creador va alternando sin que chirríen, situaciones de comedia con auténticos momentos dramáticos. Hay soledad, violencia, pero también momentos luminosos ante la posibilidad de ser aceptado y reconocido, de ser "amable" para otra persona y entonces la ternura se desborda. Los referentes literarios que aparecen dan pistas de los gustos de Enríquez, que seguramente lo conformaron como escritor: desde El diario de Dorian Grey de O. Wilde que el adolescente lee en su dormitorio, a El lenguaje perdido de las grúas (2006) de David Leavitt, que tanto me conmocionó en su momento. Y el escritor confiesa que las novelas de T. Capote, con su autoficción, también tuvieron mucho que ver con su escritura y su desnudamiento autoral.

Hay un momento en que la historia llega hasta el presente y aparece el Enríquez actual junto a sus referentes: Almodóvar, Buenafuente, Berto Romero, en una escena común en la que el primero confiesa que desde el momento en que se escribe, aún siendo autorreferencial, cuando pasa al papel ya es ficción y deja de ser algo propio. Hay un impagable Willy Toledo de consejero de la edición del libro, que le dice cómo modificar lo escrito para que sea auténtico. No hay victimismo en el personaje y sí una mezcla entre realidad y fantasía, que permite adentrarse en sus sueños. Si tuviera que poner alguna pega, diría que hay ciertas historias que no acaban de quedar cerradas. Sin embargo el conjunto puede servir de ese referente del que antaño se carecía, en el que poder mirarse y reconocerse.

José Manuel Mora.

 



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