Ainsi soient-ils (The Churchmen)

 Humanos, demasiado humanos...

De repente, el cartel anunciador de la serie llamó nuestra atención y comenzamos a verla sin ninguna referencia previa. Y así hemos seguido hasta acabar sus tres temporadas de ocho capítulos cada una. Por eso no sabía que la producción para el canal Arte de Ainsi soient-ils (The Churchmen) tiene ya algunos años, es nada menos que de 2012-2015, aunque está colgada en Filmin desde 2017. Logró el galardón a la mejor serie francesa en dos ocasiones, 2012 y 2014, a pesar de la polémica que desató su temática. Así que, a pesar de no ser ninguna novedad, dejo aquí la referencia y el comentario, porque la verdad es que ya adelanto que me ha parecido excelente. Sus creadores son David Elkaïm, Bruno Naon, (guionistas además), Vincent Poymiro y Rodolphe Tissot, quien ha dirigido alguno de los episodios. No conocía a ninguno de ellos, pero los guionistas creo que han realizado un trabajo nada maniqueo, bien elaborado, y se han tomado su tiempo para ver cómo evolucionan sus personajes sin crearlos de una pieza. 
 

El título tiene su aquel puesto que, para los de inglés, se juega con el doble sentido de la expresión francesa "que así sea", el equivalente a nuestro "amén", con la forma en plural, que habría que traducir por "así sean ellos", los cinco estudiantes (muy buenos los cinco actores) que entran en el Seminario de los Capuchinos, en pleno Bario Latino de París. Cada uno es de una procedencia geográfica y de una clase social diferente y llegan pastoreados por el Padre Fromenger (Jean-Luc Bideau, de enorme intensidad y con capacidad para cambiar de registro según sea necesario), un espíritu libre y carismático, irreductible en sus exigencias y cercano cuando se le necesita, temperamental y combativo cuando hace falta. Frente a las dudas de estos jóvenes por un cambio de vida radical, llenos como están de instintos y debilidades, aun con todas sus ilusiones, tenemos a los grandes personajes de la Conferencia Episcopal Francesa y más arriba aún a los miembros de la Curia romana. Muchos de estos prebostes actúan como una secta o un partido político con sus luchas intestinas. Ese contraste ya resulta por sí solo explosivo. 

A todo ello se pueden añadir las rencillas dentro de una comunidad cerrada, los distintos puntos de vista en el enfoque formativo de los seminaristas y que atienden también a rasgos de carácter muy bien dibujados, como el del padre Dominique (Thierry Gimenez, frágil y terrible). El monje más anciano de todos es un personaje extraordinario (Guy Denize). El enfrentamiento con el obispo que preside la Conferencia Episcopal a propósito de la posición de la Iglesia respecto al movimiento LGTBI es sustancioso, porque muestra posturas conservadoras y progresistas. La cosa se complicará cuando tengan que dejar el lugar, un bocado para la especulación inmobiliaria de lo más apetecible. Y, ya en la tercera temporada, transcurridos los seis años de formación en forma de elipsis, los vemos convertidos en sacerdotes y enfrentándose cada uno de ellos a problemáticas diferentes: pedofilia, acogida de un joven problemático de la banlieu, un celibato a veces conflictivo, una homosexualidad invivible coherentemente dentro de un club que no acepta ese tipo de miembros aunque estén empeñados en pertenecer a él, con todo el desgarro que esa contradicción puede causar. 


Decía antes lo bien escrita que está la serie, ningún personaje es de cartón piedra, todos se mueven en una infinita gama de grises, de complejidades, de dudas, que los hace humanos, demasiado humanos a veces, y por ello más creíbles. La figura del obispo, Monseigneur Poileaux (imponente Jacques Bonnafé), en principio antipática, va adquiriendo una estatura enorme a pesar de su carácter dubitativo y temeroso y acaba siendo un elemento fundamental en la tercera temporada.  Todas las historias se cuentan desde un intimismo narrativo que permite acercarse a toda esa conflictividad humana, se sea creyente o no. Porque junto a la religión, central en la serie, se sitúan temáticas como la soledad, el amor, las dudas de fe, el sufrimiento, la lealtad de grupo, ese "espíritu capuchino" que llevarán donde quiera que vayan. El trato que la Iglesia da a la mujer queda puesto en evidencia, como un papel secundario, subsidiario (muy buena Céline Cuignet en el papel de sor Antoinette). La visión crítica con la que se presenta ese doble lenguaje eclesial, alambicado para no decir claramente lo que se debería con tal de no perder parroquianos, grandilocuente, vacuo a veces, me ha transportado a mis años franceses en La Paillère, la parroquia universitaria de Burdeos, donde también se celebraban soirées de détante, que a mí me sorprendían tanto por venir de la España franquista con una Iglesia más anquilosada que la francesa. El carácter ritual de las ceremonias está cuidadísimo y supone una auténtica puesta en escena ante la feligresía. No todas las historias terminan bien, aunque se deja un resquicio a la esperanza. En definitiva, una serie muy digna.

 

José Manuel Mora.

 

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