La Costera

 Xàtiva

Hoy dejamos descansar a nuestro huésped y nos vamos solos a Xàtiva, la capital de la comarca. Se anuncian temperaturas extremas, así que arrancamos temprano, después de haber desayunado en Ca' Marisa, vieja conocida que nos pone al día de novedades familiares y laborales. La llegada a la ciudad de los socarrats la hacemos en un salto. Y aparcar a la sombra de la Alameda supone un lujo al pensar en la vuelta. Que el Ayuntamiento (que viene de "ajuntamiento", lugar donde la gente se junta), aquí se llame Casa de la Ciutat es una denominación que me encanta. Más cuando su balcón luce orgulloso la bandera multicolor y se reclama  en favor de no más agresiones sexistas. Ello me parece ahora más necesario que nunca, después de la muerte de Samuel en Coruña. Ocho contra uno. Valientes salvajes homófobos. Ya podrían. 

Vamos subiendo por calles todavía vacías, con una temperatura agradable para lo que nos esperábamos. Y encontrar una plazuela con una fuente pináculo de arenisca ante el edificio de los Juzgados es una sorpresa inesperada, con un patio umbroso y clásico en su interior, del que no se puede pasar. Con todo, el guarda ha sido bien amable al dejarnos entrar y permitirnos hacer un par de fotos. 


Un poco más arriba se encuentra la Seo. A pesar de que los Borja, familia de papas de la localidad, echaran el resto en su construcción allá por el XVI, el edificio me parece sin gracia. Tan sólo la esbelta torre de tres cuerpos llama la atención. Más impacta la edificación frontera, que a esta hora está revestida de un oro viejo que resulta atrayente. Se trata del antiguo Hospital Real, cuya fachada es una fusión perfecta de Gótico y Renacimiento. A esta hora está cerrado y habrá que volver para visitar la capilla interior.  El resto no se visita porque funciona como un hospital normal.
 
Y las sorpresas se suceden: están abriendo el antiguo Convento de San Domènec, ahora desacralizado, que alberga una exposición dedicada a la figura de Ovidi Montllor. Y como el nuestro es un País Petit, algunas de las firmas de quienes cuelgan obra me son conocidas: el siempre potente Azorín, y mi compañera y amiga Carmen Jorques, que aporta un cuadro evocador, lleno de triste lirismo: "Tant lluny del meu esguard". La nave tiene ahora el empaque de una buena sala de exposiciones y cada una de las capillas laterales alberga obra de los diferentes artistas. El que esté completamente vacía a esta hora permite la visita con total tranquilidad.



Lo más sorprendente es que a la derecha hay un espacio expositivo que muestra una colección de nanos i gegants  y toda una serie de maniquíes que sirven para lucir los ropajes característicos de la zona y otros  que se usarán para fiestas locales. La luz casi cenital ilumina magníficamente lo expuesto. Las cartelas completan la información. 
 


 
Muy cerca se encuentra el Museo del Almodí, de carácter municipal, antigua lonja de trigo, y que en sus tres plantas muestra vestigios de la historia de la ciudad desde el Paleolítico hasta el periodo andalusí, pasando por su etapa visigoda. Hay una maqueta de la ciudad de lo más curiosa por su precisión, además de piezas sorprendentes, como cabezas ibéricas o una pila del s. XI, hasta muestras del pasado esplendor islámico. En la planta superior hay una colección variadísima de azulejos típicos valencianos, tanto de los de tipo popular, como los finiseculares. Por una puerta lateral se visita un patio adyacente de carácter renacentista con columnas jónicas y que tiene a esa hora un silencio de aljibe profundo. 



Con la misma entrada se accede a la conocida como Casa de L'Ensenyança, que completa la sede del anterior y en cuya entrada hay un espléndido crucero gótico; en ella se encuentra el famoso cuadro de Felipe V colocado boca abajo, modo en que la ciudad muestra su desprecio por el hombre que la incendió, de ahí el nombre de socarrats de sus habitantes. El castigo se debió al apoyo que éstos dieron al aspirante austriaco frente al Borbón en 1707. A estas horas, y mientras el cielo empieza a derretetirse fuera, el lugar parece de lo más idóneo.
 

















 

Bajamos a la Alameda, donde se encuentra la Biblioteca Municipal. Es sábado y hay pocos usuarios pero el lugar es digno, y seguro que está bien gestionado. Y como nos esperan en Vallada, salimos hacia allá y nos perdemos a pesar de llevar el geolocalizador y casi llegamos a Onteniente, desde donde hay que volver atrás. Menos mal que la comida nos espera tal y como la estamos necesitando. No seremos los únicos comensales. Vienen George y Don, un par de habitantes de Seattle, USA, que se han venido a vivir a Enguera. Se han integrado de tal manera que participan en las asociaciones vecinales, han sembrado y cuidan de su cosecha, hablan un castellano más que aceptable y son divertidísimos y expansivos.  Cuando se marchan, descanso un rato tras tanta actividad.

A las nueve de estas noches todavía llenas de luz, en la Plaza del Ayuntamiento, hay un concierto de la Unió Protectora Musical de Vallada. Y una vez más se pone de manifiesto que el amor por la música de estas tierras, no es algo de aficionados. Cuenta con cerca de setenta integrantes y a fe que son grandes profesionales. Que haya que ensayar a las tantas de la noche después de jornadas laborables o escolares, hace que todo sea más meritorio. La gente escucha en silencio, separada y con mascarilla. Los aplausos merecidos, son atronadores. No sé si habré conseguido rotar la imagen. En cualquier modo, si se oye, ya vale la pena.


Al acabar tenemos mesa reservada en Ca' Marisa. Su hijo ha hecho un curso de restauración, no de cuadros, sino de comida, y nos tiene preparado un menú a base de platos pequeños y exquisitos. Vuelven a estar con nosotros Julián, que ha escuchado el concierto, y Lola, que se incorpora dispuesta a continuar la conversaciócon. Parece mentira que en tan poco tiempo hayamos trabado con ambos esta relación tan cómplice y fluida. Acabamos con un herbero, como manda la tradición. El paseo breve hasta la casita lo hacemos ya con las calles vacías. Esperemos poder dormir y que el calor y la digestión no entorpezcan nuestro merecido descanso.

José Manuel Mora.
 

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