Jóvenes altezas, de Lisa Ambjörn

 Realezas

De nuevo el Norte. Esta vez, Suecia. Encontrándonos tan alejados de los ambientes monárquicos de cualquier latitud, decidimos darle una oportunidad, al ser una miniserie de apenas seis capítulos y con la curiosidad malsana de ver cómo se tratan determinados temas en países donde la monarquía es de larga tradición y el respeto por los integrantes de la familia real es casi absoluto, lo que no obsta para que el tratamiento que se les da sea como para el común de los mortales. Mi amiga Birgit era tutora, en un instituto público, del hijo de la reina de Dinamarca. Jóvenes altezas (Young Royals), es un producto de Netflix, plataforma ya acostumbrada a presentar a los royals como seres humanos en The Crown. Su creadora y guionista es Lisa Ambjörn, quien ha decidido ambientar la historia en un internado para privilegiados y darle un tono de drama juvenil. Dirige  Rojda Sekersöz y naturalmente no conozco a ninguna de las dos.


El alumnado de  élite que asiste al centro escolar está integrado por miembros de la realeza y de la nobleza más rancia, junto con algunos "externos" becados. Willhelm (Edvin Ryding), segundo en la línea sucesoria, ingresa en él tras un altercado de discoteca que acabó en las redes, para evitar poner en entredicho el prestigio de la familia real. Esas instituciones, además de impartir enseñanzas regladas, suelen ser lugares en los que los adolescentes socializan, hacen amistades esenciales para los de su edad, aprenden a conocerse a sí mismos y a descubrir qué quieren hacer con sus vidas. En el caso de Willhelm, a todo lo anterior se añade la carga de representación, lo que choca con sus ansias de libertad, más cuando acaba enamorándose de un compañero, Simon (el astro pop sueco Omar Rudberg, aquí con hermosa voz de tenor), quien además no forma parte de la "crème" y ha salido del armario con su familia. Todo se irá complicando y el príncipe se encontrará en la disyuntiva de tener que elegir entre el amor o el deber.  El grupo de los varones está liderado por August (Malte Gårdinger), familiar de Willhelm y que se las sabe todas. Los móviles definen relaciones y promueven conflictos.

 


Los actores van tan acordes con su edad en la ficción, que están con los 18 años recién cumplidos, y al príncipe ni siquiera le han disimulado el acné. Todo ello da mayor credibilidad a la historia, al conflicto de sentimientos a flor de piel, lejos de la frivolidad de los problemas de Élite. La presencia de  Pernilla August (extraordinaria en Fanny y Alexander, y en Las mejores intenciones) en el papel de la reina Kristina, confiere a su personaje la majestad requerida, que hace que cuando reprende se agache la cabeza. La fragilidad de los protagonistas se rompe a veces por una banda sonora de música electro y hip-hop sueco muy cañera. Como en otros países escandinavos la ingesta de alcohol es esencial para cualquier celebración, lo que suele tener nefastas consecuencias si además se mezcla con pastillas. Tampoco las chicas, el internado es mixto, escapan a los excesos: hablan abiertamente de sus deseos o se masturban, o van a la caza de un buen partido. Hay diversidad de razas, apariencias, incluso atisbos de enfermedad mental. Por todo ello la serie desprende autenticidad y la guionista ha sabido concluir cada uno de los capítulos con un fastuoso cliffhanger, que decimos los ingleses, esos finales que te exigen ver inmediatamente el siguiente capítulo. Que en las sociedades nórdicas la homosexualidad esté más asumida que en otros países, no obsta para que la vivencia de ese tipo de afectos se convierta en una reivindicación de libertad.

José Manuel Mora.


 

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