Katla, de Baltasar Kormákur

 Oscura Islandia

Volvemos al Norte. Sin ninguna referencia previa, tan sólo sé que se trata de una serie islandesa y mi fascinación por aquella isla, que visté en el verano del ya lejano 1999, sigue en mi mente. La tierra negra volcánica, las playas desiertas y salvajes, los saltos de agua salvajes, los géiseres explosivos, los lagos glaciares con témpanos flotantes incontaminados, de un azul profundo y transparente, las piscinas caldeadas por el efecto geotérmico, el día con luz las 24 horas, la calefacción gratis, los volcanes cercanos... Todo suponía motivo de maravilla permanente. Que en la crisis de 2008 Islandia fuera además el único país que no rescató a sus bancos, pero sí salvó a sus conciudadanos, me hacía valorar más todavía el lugar en el que se tenía las reuniones "parlamentarias" en tiempo de los vikingos, allá por el año 930. Además es un espacio mágico, porque en él confluyen las dos placas tectónicas y se puede ver la falla que las divide. Valga esta extensa introducción para justificar que me pusiera ante la serie Katla, en Netflix, de tan sólo ocho capítulos de 45 mi. cada uno, cuya idea original, dirección y guión corren a cargo de Baltasar Kormákur (Reikiavik, 1966), quien además actúa en alguna de sus producciones,  como en 101 Reikiavik. Un hombre orquesta, vamos.


No es el ambiente de la historia el que yo recordaba de aquel soleado agosto. La erupción de un volcán subglacial, el Katla, ha provocado una nube insoportable con el consiguiente desplazamiento de personas, lluvia constante de ceniza que cubre y ensucia todo hasta donde alcanza la vista: casas, coches, caminos... y que da a todo el entorno un aire fantasmagórico. Hay un investigador vulcanólogo en proceso de divorcio, un policía local con una esposa enferma, un matrimonio de granjeros que tiene que tener encerradas a las vacas para que la leche no se contamine, una mujer que regenta un hotelito pequeño y cutre, una señora sueca, un viejo mecánico... Todos tienen sus heridas, que iremos conociendo a medida que avance el metraje y conforme vayan apareciendo unos seres, desnudos, cubiertos de barro negro, sin memoria de lo ocurrido últimamente, que vienen de no se sabe dónde, que desaparecieron cada quien en su momento y algunos fueron dados por muertos, y que irán conformándose como los elementos que completan a cada uno de los personajes. No se trata pues de una nueva entrega de muertos vivientes, más bien se podría etiquetar en el género de nordic noir. Hay mucha más profundidad en todas las historias que se van mostrando. Y parece que el final abierto posibilita una futura segunda temporada.

 

Los interrogantes se van desplegando con morosidad, pero van cargando de tensión a los personajes y las acciones, que acabarán trabándose de forma coherente. Hay un niño (Hlynur Atli Harðarson), que acaba por resultar de lo más inquietante, por no hablar de posibles suplantaciones que desequilibran, o personas que comparten pantalla con ellas mismas con una diferencia de treinta años de edad.  El tiempo ha transcurrido, pero en algunos de ellos no se ha producido ningún cambio. Todo resulta oscuro e inquietante, con un aire en ocasiones teñido de viejas leyendas islandesas y una espectacular tormenta de ceniza que viven como pueden, con mascarillas incluidas, lo que les da un aire muy actual. Guðrún Eyfjörð, Íris Tanja Flygenring y Aliette Opheim, como el resto del reparto, componen unos personajes fríos, que todo parecen vivirlo para adentro. Todos ellos han de hacer frente a traumas enterrados en su interior y combatir sus miedos y sus incertidumbres, ya que muchos de ellos no hicieron el duelo en su momento. La fotografía de tonos grises y la luz fría, junto a la música envolvente sirven a la ambientación de modo perfecto y hacen que la atmósfera sea tan irrespirable para los habitantes de Vik, como para los espectadores. La serie se convierte en una mezcla de terror, suspenso y ciencia ficción. Aunque todas las críticas la relacionan con la serie alemana Dark, a mí me ha hecho pensar más en otra que me gustó mucho, The Leftovers. ¿Es más temible la muerte o enfrentar los propios miedos? 

José Manuel Mora. 

 


 

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