Middlemarch, de George Eliot

 Morosidad provinciana

La tardanza en la reseña de la siguiente novela, recomendada por J. M. Guelbenzu, de quien me suelo fiar, viene explicada a continuación. He aquí un libro que me ha desconcertado por las cuestiones materiales del mismo, que son las primeras que me llaman la atención cuando tengo un nuevo volumen en las manos. El hecho de que fuera grueso, ya parecía exigir unas características especiales. El cuerpo de letra, minúsculo, me ha obligado a ser consciente de mi gradual pérdida de pericia visual, lo que me ha desesperado bastante. A continuación, cuando lo tuve entre manos, sabía que la editorial ha sido siempre de las de solera académica, por lo que me ha extrañado ir encontrando múltiples erratas tipográficas. Se trata de un clásico del Realismo británico ambientado en un momento romántico. ELIOT, GEORGE. Middlemarch. Madrid: Ediciones Cátedra, Col. Letras Universales, 2021 en su novena edición, aunque la primera data de 1993; corre a cargo de Pilar Hidalgo, responsable de la introducción; la traducción es de Engracia Pujals y me parece manifiestamente mejorable ("Me tediaba", por me aburría; "¿Puedo hablar contigo un poco en vez?", claro calco del inglés instead...). En total, 950 páginas de limpia y apretada prosa, que diría mi amiga Pepa. Sólo por lo disciplinado que soy, he conseguido culminar el tocho. Y no por lo voluminoso, sino por la morosidad de la narración, seguro que buscada por la autora. Ya sé que hay gente capaz de dejar inconclusa una lectura. A mí me cuesta bastante. Así que la he terminado. 

Mary Ann Evans, nació en 1819, fue una típica integrante de la middle class, formada en la religión anglicana, lo que conformó en ella un espíritu de estricta moralidad. Sin embargo la pérdida de la fe, debido a su contacto con científicos y librepensadores llevada de su vocación intelectual, su facilidad para las lenguas y su afán lector, la condujo a una crisis. Llegó a ser subdirectora de una revista en Londres e hizo vida marital sin estar casada con un hombre sin divorciar, lo que la convirtió en blanco de pullas. Dado el rigor crítico con el que se trataba a las nacientes escritoras de la época (J. Austen, o las Brontë), decidió adoptar como pseudónimo un nombre de varón, George Eliot. Su primera novela, Adam Bade, le proporcionó un enorme prestigio, y en 1871 empezó a publicar  Middlemarch, un estudio de la vida provinciana, por entregas, algo bastante frecuente en la época, lo que condicionaba el proceso de escritura de la obra, dadas las exigencias periódicas de impresión. Y así, la estructura de los capítulos se repite: Una exposición seguida de lo que es propiamente relato. Todo ello teñido por la mirada de una narradora omnisciente que, no sólo conoce todo y a todos, sino que opina sobre lo que sucede. "[Dorothea] Quería, ¡Pobrecilla! ser sabia ella misma" (pág. 136); [las cursivas son mías]. O bien, "Su quijotesco entusiasmo" (pág. 513). Incluso con puntos de ironía sobre los designios de sus personajes: "El destino aguarda, sarcástico" (pág. 169). "Por lo que a mí respecta, siento pena por él" (pág. 368).

 
 
Aunque escrita en el periodo realista, la novela se sitúa entre 1829 y 1832, en plena época romántica. Estamos ante un argumento múltiple, muy victoriano, en el que a pesar de estar situadas todas sus historias en una misma zona, "el raquítico ambiente de Middlemarch" (pág. 271), la escritora quiere presentar una enorme variedad de clases sociales: aristocracia provinciana, industriales, clero bajo, banqueros, abogados, médicos, subastadores... Todos ellos varones que pueden tomar decisiones, menos Dorothea, "joven educada en el puritanismo inglés" (pág.278), una de las protagonistas, que desea llevar las riendas de su vida. Las demás féminas, adorno y descanso de los varones ([Rosamond] "poseedora del tipo de inteligencia que uno desea en las mujeres: educada, dócil"; pág. 246, según la opinión de su marido, el doctor Lydgate; personaje visto con ojo muy crítico por la autora, dada su insustancialidad), se dedican a cuidar a sus familias o, si recibieron formación, a educar a los hijos de las que son pudientes, tarea asociada a la maternidad, claro está.  Hay entre la docena de personajes principales toda una serie de relaciones familiares y profesionales que dan unidad al conjunto. La visión de la narradora y los dimes y diretes de los miembros de la comunidad sobrevuelan las diferentes acciones y muestran lo condicionados que vivían los integrantes del grupo: "La gente cuerda hacía lo que hacían sus vecinos" (pág. 76); o bien, "Hija mía, has de ser más prudente y no menospreciar de este modo a tus vecinos" (pág. 384), entre los que no son infrecuente comentarios antisemitas: "Voy a ser más rico que un judío" (pág. 496). De hecho una de las grandes crisis de la obra se produce por los comentarios que se ciernen sobre uno de los personajes, el banquero Bulstrode, al que su esposa acaba perdonando. 
 

A pesar de la ambientación romántica, se nota que la autora se ha documentado a fondo sobre múltiples aspectos de la vida de la época: la moda, las lecturas, la música, las diferentes visiones de la medicina, los conflictos luditas, la llegada del ferrocarril, el papel de la prensa, la Ley de Reforma que pretendía ampliar el derecho de voto en 1932 y que fracasó... El énfasis puesto en el dinero, en las herencias monetarias y genéticas, la emparentan con títulos claramente realistas. La visión satírica de la escritora sobre alguno de sus personajes, es manifiesta, el discurso electoral de Brooke y su manera de hablar son muy divertidos. Y sin embargo hay en el libro tonos melodramáticos, emparentados con las típicas casualidades de las novelas de la época, que la alejan de la sensibilidad actual. El personaje de Dorothea, su idealización virtuosa, parece ser el que más ha llevado a la autora a identificarse con él. Se ha hablado incluso de un protofeminismo que acabaría derrotado y  que no se corresponde con la libertad vital de la escritora.
 

A pesar de todo lo señalado, la narración se hace en ocasiones excesivamente premiosa. Se nota demasiado que es una novela de otra época, condicionada por su publicación por entregas. Me han dado ganas, a veces, de saltarme párrafos. Y sin embargo he de reconocer que, aunque es bastante sobria en sus descripciones, hay algunas magníficas: "Las hojas de los erguidos tejos caían silenciosas sobre las sombrías plantas de hoja perenne, mientras las luces y las sombras dormían unas junto a otras" (pág. 514); "Las flores primaverales  y la hierba desprendían un apagado escalofrío bajo las nubes de la tarde" (pág. 572); "Un vívido relámpago los iluminó perfectamente a ambos..., y la luz pareció el terror de un desesperado amor" (pág. 921); ésta última de cariz absolutamente romántico. En definitiva, tal vez sea una novela para especialistas, tanto de época, como de corriente literaria.
 
José Manuel Mora.

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