El buen patrón, de Fernando León de Aranoa

 Comedia oscura

Vagas referencias previas era lo que tenía respecto a esta película. Pero había dos bazas que me la hacían apetecible: su director y su actor protagonista. La sala de uno de los dos multicines que quedan en Alicante volvía a estar casi como antaño (a un 75% de aforo). Y daba gusto volver a oír reír a la gente al tiempo que uno se ríe también. El buen patrón es lo último que ha escrito y dirigido Fernando León de Aranoa, a quien sigo desde Familia (1996) y Barrio (1998), aunque la que acabó por conquistarme fue Los lunes al sol (2002), también interpretada por Bardem. Fue rodada durante la pandemia, con todas las dificultades que uno se pueda suponer, lo que la hace más meritoria todavía.

 

La última citada es como la otra cara de la moneda de ésta. Aquella se contaba desde la perspectiva de dos obreros en paro, rabiosos por su situación, y ésta se presenta desde la perspectiva del patrón, el típico de provincias, cabrón pero con don de gentes, con contactos que le permiten solucionar las cosas con sólo levantar el teléfono y que presume de que en su fábrica son una gran familia, aunque manipule y explote a todo lo que se mueve dentro de ella. El relato es coral y son las relaciones dentro de ese microcosmos las que acabarán saltando por los aires en un crescendo medidísimo de guión ácidamente divertido, que viene punteado por una excelente banda sonora, insistente y obsesiva de Zeltia Montes. Nadie sale indemne del cruce de intereses que los mueven a todos ellos. Las balanzas que se fabrican allí son una metáfora irónica del equilibrio, siempre inestable, que se pretende y que es imposible de conseguir. Y el patrón se nos muestra por parte del director con una visión satírica, con explosiones de humor, nunca de una pieza, sino poliédrico en su comportamiento mezquino y generoso según le conviene. Hay abuso de poder, hay acoso sexual, y también preocupación por el encargado que atraviesa un mal momento familiar, aunque no sea más que falso buenismo, ya que está dispuesto a lo más atroz para que no se le derrumbe el castillo de sus intereses.


He elegido esta foto porque desde el principio se hace evidente que las gafas que lleva, que el actor no necesita en realidad, son el perfecto apoyo para su juego de miradas, tan efectivo, por encima de ellas, a su través... Eso, como su manera de mover los brazos o andar, la sonrisa engañosa, la entonación exacta a cada uno de sus parlamentos según convenga a la situación... Hay una maestría en la actuación de Bardem que tal vez proviene de su edad y de la experiencia acumulada en tan buenos trabajos anteriores, que le permite no caer en la caricatura del personaje, sino que lo humaniza por momentos. Tan sólo pierde la compostura cuando, solo ante el espejo, ve que todo se le va a venir abajo y muestra lo terrible que se esconde en su interior. Y en ese primer plano de lágrima contenida que Bardem aguanta sin parpadear al acabar la cinta. Al final olvidamos al actor para ver a ese ser humano tan controvertido, tan solo, en su poder casi omnímodo. Menudo recital... Y no quiero que se me olvide el nombre de Almudena Amor, la becaria más lista que el patrón, la horma de su zapato, a quien habrá que prestar atención de ahora en adelante. Sus miradas, su sonrisa son un arma poderosa. Así pues, una peli muy de estos tiempos, en los que todo parece valer para los que tienen la sartén por el mango y el mango también, y en los que los explotados parecen dispuestos a seguir siéndolo, salvo honrosas excepciones, con tal de no perder un curro que otros harán si hace falta por menos sueldo. "Es lo que hay", que dice la gente, y que a mí logra alterarme. Creo que es de lo mejor de la cartelera alicantina. À ne pas manquer, que decimos los franceses.

José Manuel Mora. 




 

Comentarios

Luz Mary ha dicho que…
Excelente comentario. Siento deseos de verla otra vez.