Bilbao, Oñate, Aránzazu

 Hacia el norte

Tres semanas después de nuestro regreso empiezo a encontrar la tranquilidad suficiente para ir asentando recuerdos y ponerlos por escrito, trasladándolos desde la bitácora que suelo llevar cuando viajo, para que todo no acabe cayendo en el olvido en que suelen ir a parar vivencias que no anoto. Si además algunas de las indicaciones que dejo sirven de orientación a quien curiosee por aquí, tendrá doble sentido el hacerlo. Resultaba extraño volver a madrugar para tomar el bus al aeropuerto, como hacíamos en tiempos prepandémicos. El año pasado conduje desde aquí a Asturias sin coger avión por miedo. Este final de verano nos ha dado la oportunidad de encontrar en la compañía Volotea, con la que no hemos volado nunca, un salto a Bilbao por 28 módicos euros. Salimos con un tiempo espléndido y dejamos Arenales allá abajo.

La cola para facturar es de lo más ordenada, con distancia de seguridad incluida. El avión va lleno, como antaño, todos enmascarados, por supuesto. Y en menos de una hora aterrizamos en un Sondica brumoso, cuya silueta señala a quien lo diseñó, Calatrava. El interior no es muy espacioso y resulta algo agobiante, dada la cantidad de gente que hay. La oficina de Goldcar está separada del aeropuerto y se llega a ella en una vanette. Nos ofrecen un Ibiza muy apañado, con navegador y sin ranura para la llave del arranque. Acabamos por intuir que hay que darle a un botón. ¡Qué modernos! Los veinte días de alquiler, con seguro complementario, salen a 25 € diarios, lo que nos parece muy puesto en razón.

A pesar de las indicaciones de la señora oculta en el salpicadero, nos equivocamos nada más salir y unos ertzainas amabilísimos han de venir en nuestra ayuda para indicarnos la dirección hacia Mondragón, que es la que hemos de tomar en la autopista que va a Vitoria y Sanse. El primer alto en el camino lo hacemos en Oñate. Con apenas 10.000 habitantes tiene un campus universitario donde podemos aparcar. Y al dirigirnos hacia el pueblo damos con una edificación que a mí me traslada inmediatamente a Salamanca por el estilo de su fachada y sobre todo por el patio interior, en el que no hay nadie a la hora de comer. Se trata de la Universidad del Espíritu Santo, de 1540, la más antigua de estas tierras y la única hasta que se fundó la de Deusto en el XIX. En la actualidad alberga el Archivo Histórico de Protocolos de Guipúzcoa. Con más tiempo hubiera estado bien haber podido visitarlo. Nos conformamos con una ojeada que nos deja gratamente sorprendidos por su belleza y por lo inesperado de su hallazgo, sobre todo por el artesonado mudéjar que cubre la escalera que da acceso al nivel superior del patio.


 


 

























Hay un riachuelo, el Ubao, que pasa por debajo del claustro gótico de la iglesia de S. Miguel, caso al parecer único. No sé qué razones llevarían a su construcción sobre el curso del río. Tampoco sé, en caso de crecida, las posibilidades de desaguar que tendrá el cauce y si podrá taponarse por los sedimentos y ramas que pudiera arrastrar. Hacemos foto de semejante rareza.

Nos han hablado paisanos del lugar de un sitio, en el camino a la basílica de Aránzazu, llamado "Txopekua", donde dicen que se come muy bien y hacia allá nos dirigimos. Se trata de un caserón de los de aquí, con un interior de piedra vista en las paredes, con buena bodega, y donde nos ponen una alubias pintas que quitan el hipo y lengua de vaca, que no comía desde mis años franceses. Las señoras que nos atienden son de una amabilidad en absoluto fingida. Hablan en euskera entre ellas. Como no hay mucho personal y los techos son altos, la gente se ha desembarazado de sus mascarillas y el ambiente es familiar y relajado. Con cervezas y postre, 17€ cada uno [ ya he dicho en otras ocasiones que pongo el precio por si alguien está interesado].

 El Santuario de Nuestra Señora de Aránzazu está bien cerca y es una de las cosas que dejamos por ver en nuestro anterior viaje a estas tierras. Los mil tonos de verde que nos rodean en prados y laderas, los farallones de cal grises que se levantan imponentes, nos indican que estamos en otro territorio, apto para apariciones, casi mágico. Las nubes han ido bajando y el txirimiri no se atreve a hacerse presente. Con todo somos los únicos que estamos de visita en esta tarde de aire otoñal. La mole gris de la edificación con sus dos torres y su campanile exento de 44 metros, parecen ir a juego con el color de la tarde. Los casetones puntiagudos que lo recubren, en alusión al espino sobre el que se dice que se apareció la Virgen, le dan un aire de fortaleza medieval, casi militar. 

Se construyó en 1950, está a cargo de los franciscanos, y el atrevimiento formal de Sáenz de Oiza causó enorme controversia entre los lugareños. Para la fachada principal se recurrió a Jorge Oteiza, que esculpió un grupo de catorce apóstoles lejos de las formas tradicionales, que provocaron auténtico escándalo. Las puertas principales fueron trabajo de Eduardo Chillida y para acabarlo de arreglar Lucio Muñoz decoró el ábside, alegoría de la Naturaleza, que rodea a la minúscula patrona, con sus formas abstractas y tonos apagados, esos tan suyos y que tanto nos gustan. La obra es acorde con el paisaje que nos ha recibido. La luz de esa hora, que penetra por un abertura frontal superior, lo envuelve todo en un ambiente casi íntimo, de un silencio que invita al recogimiento.  La bóveda de madera se ilumina levemente con los ventanales en forma de ojos de buey. Todo está quieto. No podemos bajar a la cripta y nos conformamos con las vidrieras abstractas que hay a la salida.

Seguramente la visita con el santuario lleno de peregrinos o visitantes no nos hubiera conmovido del modo en que lo ha hecho. Y decidimos volver en busca de la casita con encanto que hemos buscado navegando con el móvil. Esto de no llevarlo todo programado previamente tiene su aquel. Se trata de la Casa Rural "Arregi", una casona de dos plantas, con prestancia y unas vistas sobre el valle espectaculares. Para llegar hasta allí hay que remontar una carreteruca estrecha y mal asfaltada. Está claro que la dormida será tranquilísima. Nos cobran 70€ la doble con desayuno. 

Tras un breve descanso volvemos a bajar a patear un poco el pueblo. La plaza del Ayuntamiento, peatonal, sirve de improvisado campo de fútbol a un enjambre de críos que persiguen la pelota como si se jugaran la vida, gritándose en una mezcla de euskera y castellano. La fachada es de estilo Rococó del XVIII, para uso civil y de inspiración francesa. Callejeamos con tranquilidad, ya que casi todo el centro es peatonal. Recorremos las dos calles paralelas que centran la Casa Consistorial. Los palacetes son rotundos y las tiendas en los bajos parecen sacadas de estampas decimonónicas, aunque también las hay modernas. Parece la hora de sacar a  pasear a los ancianos impedidos. El otro elemento llamativo, que nos recuerda que estamos a las puertas del Goyerri, zona de predominio absoluto abertzale, es la profusión de pancartas, pintadas, banderas que hace patente que no todo está tan calmado como se piensa desde fuera, o al menos no en todas partes del mismo modo. Y a la vez, la presencia de latinoamericanos y norteafricanos muestra el mestizaje imparable de cualquier sociedad moderna. La pureza étnica es definitivamente imposible, para enfado de algunos seguramente. 

 

Regresamos hacia la iglesia de S. Miguel con la esperanza de que, por ser hora de culto, esté abierta. Y así es. Se trata de una construcción tardogótica cuyo exterior luce adornos casi platerescos y un tono de óxido en los sillares que parece producido por tantas tardes de lluvia inmisericorde y que tiene un interior esbelto con un retablo barroquísimo que ocupa todo el ábside y que me echa para atrás, con una capilla dedicada a la Piedad, que es magnífica y mal iluminada. La puerta a la derecha deja paso al claustro, ése construido sobre las aguas del Ubao, como ya señalé más arriba. Contrariamente a lo que me sucede con el altar mayor, hay junto a la ventana ojival un pequeño retablo manierista que capta mi atención. La luz crea un rincón de intimidad que permite disfrutarlo mejor.


 
 


















Y como en nuestro plano turístico se señala el Monasterio de Santa Clara de Bidurreta como visitable, encaminamos nuestros pasos de nuevo hacia la parte alta de la ciudad. Se trata de un edificio de gótico isabelino, de aspecto humilde y piedra vista que me resulta atractivo. La gente sale de la misa vespertina y el sacerdote se entretiene conversando con las señoras. Hay que mantener la clientela. En su interior dos sorpresas: un retablo plateresco que parece bastante restaurado y que con sus casetones bíblicos es armonioso, y un gran frontal tardobarroco, todo de madera sin dorar, con algunas figuras suavemente policromadas, que da la impresión de un enorme decorado. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La iglesia se ha vaciado y nos señala que va siendo hora de regresar a nuestro albergue, todavía con luz, si no queremos hacerlo de noche y sin iluminación. Mañana habrá ocasión de disfrutar mejor del paisaje.

José Manuel Mora.




Comentarios

Aránzazu ha dicho que…
Que maravilla de viaje, que yo tengo pendiente para algún momento de mi vida :: :)