Pamplona

 Iruña

Creo que ésta es mi tercera visita a la capital del antiguo reino. De la primera, con mi amiga Soco, no tenía memoria y había constancia por fotos en los archivos de Maru. Volví después en los 80 y más cerca aún, a finales de los 90, a visitar el Gugeheim y los museos de Chillida y Oteiza. Pero un desgraciado golpetazo reventó el disco duro en el que guardaba toda mi memoria digital, la analógica está sistematizada en álbumes perfectamente ordenados que irán a la basura cuando yo ya no esté. Así que volver a patear las calles de Pamplona era como descubrirla de nuevo. Ha amanecido un día gris. Desde el barrio de Iturrama se llega en diez minutos al parque conocido como Vuelta del Castillo, dentro del cual está la Ciudadela, en la que se descubre con asombro la muralla poligonal  del s. XVI, con forma de estrella de cinco puntas y que mandó levantar Felipe el II, para mejor defender la ciudad. Ha sido desenterrada hasta sus cimientos, dejando al aire libre lo que fueron fosos afelpados de verde, y aparece imponente, como si todavía quisiera ser inexpugnable para seguir defendiendo la ciudad.

Lo atravesamos hasta llegar al Baluarte (2003), obra de F. Mangado, magnífico exponente de lo que puede ser apostar por la cultura en todas sus vertientes, aunque desde su construcción ha sufrido críticas por su color negro, su volumetría y su orientación. Es  Palacio de Congresos y Auditorio, un edificio multifuncional, con sala sinfónica, sala de cámara, salas de exposiciones y de congresos, y con una programación de postín. No tenemos la suerte que en Vitoria y no hay espectáculos programados para ese día. Se celebra un simposio de no sé qué, y nos colamos; pero sólo la entrada ya da idea de las dimensiones del interior.
 


 



















Con el plano nos orientamos enseguida y nos dirigimos a la Calle Mayor, en busca de la librería Katakrak para comprarle un libro a Maru, Tú no eres como otras madres. La lleva el hijo de otra vieja amiga, Begoña, y merecerá una entrada específica en el rubro de "Librerías" de este blog. Las dos plantas del recinto dan para perderse entre sus estantes y sus mesas de novedades. Tendremos que volver con más tiempo. Luego seguimos entre edificios de solera que combinan bien con las bicicletas, abundantes también aquí.



























Y, buscando por el casco antiguo la mítica calle de la Estafeta por donde corren los toros y los mozos, pasamos ante el Ayuntamiento,  cuya fachada de estilo rococó data del s. XVIII y es, no sé si decir mundialmente conocida, pues desde sus balcones de hierros labrados se lanza el famoso cohete que da paso a una de las fiestas más populares de España, las de S. Fermín, en las que no he estado nunca, por cierto. La plaza se nos aparece de dimensiones reducidas para la cantidad de gente que se apiña en ella el día del chupinazo. Y regresamos por la Plaza del Castillo, ahora desierta porque está empezando a chispear. Los árboles y el césped están brillantes de un agua leve. Dejo la foto del consistorio, aunque no me agrada salir en las que cuelgo como ilustración de los recorridos. No tengo otra. 











 

El regreso a casa de Maru es más directo, también por la prisa para evitar mojarnos. Como ella es buena cocinera, comemos opíparamente. Su hijo Oier nos acompaña. Y tras la siesta volvemos a salir. Hay que aprovechar para ver todo lo que podamos. Dentro de la ciudadela han mantenido algunos edificios originales, como el "polvorín" (s. XVII), donde exponen artistas locales; el "horno", con su planta circular, en cuyas paredes cuelgan unas fotos y que sirve ahora de lugar expositivo; y el espacio del "pabellón de los mixtos", diseñado originariamente para almacenar víveres y como bodega; es de dos plantas y en él se presentan una serie de pinturas abigarradas, fotos muy curiosas y esculturas no demasiado atractivas. 


 




 






 

Como no tenemos objetivo fijo, vamos recorriendo la muralla, pasando junto al Parque de la Taconera, de aires decimonónicos, que ya visité con Iñaki y Maru, pero que merecería más tiempo para disfrutarlo. Tiempo del que no disponemos, pues la luz se nos está yendo. Al final se llega al mirador del Arga, que se orienta hacia un poniente que quiere ser amenazador a esta hora de atardecida y que resulta pictórico a más no poder con este otoño incipiente que se anuncia en las copas de algunos árboles.



 



















Hemos quedado con Maru y con Begoña en la puerta de la catedral, que está a rebosar de gente que reza el rosario. No es cuestión de visitarla ahora, pero nos parece hermosa, por lo que tendremos que encontrar un hueco para volver a verla. Y ya los cuatro nos encaminamos hacia la librería Katakrak, ya que dispone de espacio para tomar una copa o un bocado. Bego, que participó en el levantamiento de esta aventura libraria junto con Aitor, su marido, nos enseña el recinto con indisimulado orgullo. Ahora es su hijo Hedoi Etxarte, editor y traductor, quien lo lleva adelante. Además de las dos plantas de estantes con libros, hay otro espacio enorme y diáfano para realizar presentaciones de novedades, club de lectura y tantas otras actividades que las librerías punteras llevan a cabo, lejos ya de las antiguas tiendas donde sólo se vendían libros. La cena  resulta amadísima llena de recuerdos y anécdotas. Regresamos a casa y toca preparación de maleta. Mañana dejamos el hogar que tan generosamente nos ha acogido estos días. Empieza la aventura.

José Manuel Mora. 

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