Zumárraga, Vergara

 Dos pueblitos

El desayuno en casa Arregi es casi pantagruélico sin ser bufé. La mañana se ha levantado brumosa y las nubes se enganchan en los picachos y en las copas de los árboles, pero en los primeros planos los verdes son de una variedad extraordinaria para unos ojos mediterráneos. Cuando emprendemos viaje, en el camino hay un mirador a la derecha con espacio para detenerse. Lo hacemos. El panorama es casi misterioso. Hay un único observador detenido al que pedimos que nos dispare una foto. El señor no debe de ser muy ducho porque nos la saca de espaldas. Nos reímos un rato.

 

Nuestro destino sin embargo es Zumárraga, donde parece que tenemos "deberes" que hacer. Antes entramos en la parroquia y nos sorprende por lo airoso de su gótico, con bóveda de crucería que se sostiene sobre columnas dóricas. Pero nuestro objetivo es otro. De él no teníamos noticia, aunque mi hermano, experto en Arte, nos lo ha señalado como imprescindible. Y allá vamos.

 
La ermita de Santa María es conocida como la Antigua, del siglo XIV, por oposición a la primera citada, que era del XVI. Está en un cerro a las afueras del pueblo, lo típico para un lugar de romería. Su exterior es de una humildad franciscana, con una pequeña puerta ojival en la fachada sur y unos ventanucos estrechos; está en medio de un prado plantado de castaños brillantes de rocío. El asombro se produce al pasar al interior. La cubierta de la nave es todo un artesonado con vigas de madera de roble, al igual que el coro, y que recuerda a los interiores de los caseríos vascos, bien conjuntada con la piedra vista de paredes y columnas. Viene a la mente el casco de un barco puesto del revés. Es monumento histórico-artístico desde 1964, y ha sido cuidadosamente rehabilitada. No hay nadie y el recogimiento es absoluto.
 



 

  
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
En el exterior hay un mirador con cafetería junto al puesto de información. La chica que nos atiende sugiere que visitemos el Museo de Igartubeiti. Y tomamos un café exquisito mientras curioseamos por dónde llegar, ya que no está nada lejos. Se trata de un caserío construido, como solía hacerse, en torno a un lagar con prensa, eje central de la actividad recolectora de las manzanas de la zona. Aquí lo que priva es la sidra. Originariamente es del siglo XVI y ha sido cuidadosamente restaurado con fondos de la Diputación Foral de Guipúzcoa. No hay excesiva mitificación de la vida de entonces. Las habitaciones, la cocina con hogar, la cuadra y los pesebres como los que había en la casa yeclana de mis abuelos, los toneles, el banco de carpintero, el telar, la zona para secar el grano, todo con una iluminación natural muy adecuada... Y delante una pequeña huerta de sustento familiar. Todo muy "étnico", pero no demasiado forzado. Resulta muy creíble e instructivo. Recibe visitas escolares, naturalmente, pero nosotros lo visitamos  con la única compañía de la encargada.


 


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La siguiente parada es en Vergara/Bergara, que a mí sólo me sonaba por el famoso "abrazo" entre Espartero y Maroto, de los que hay representación en uno de los edificios oficiales. Quedan todavía huellas carlistas, aunque parezca increíble. Como hay que fiarse de los lugareños, preguntamos dónde comer y nos encaminan al "Pau Berri". Mientras esperamos, nos traen una ración de pulpo como hacía tiempo que no probábamos y una ensalada de ventresca. El bacalao y las costillas nos dejan casi fuera de juego, pero aún hacemos sitio para un flan de café y otro de queso, más las cerves y los cafés, 45€. Muy recomendable. Después ya podemos patear una ciudad que parece dormida a esta hora, vigilada por enormes edificios de raigambre nobiliaria del XVI y el XVII, con escudos heráldicos, morriones, sillares y balcones de forja. El esplendor llega hasta la época modernista.
 


 
















 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
La salida de clase con gritos y carreras de los "pajaricos sueltos", cambia la fisonomía tranquila de las calles. Como todos los palacetes tienen su correspondiente placa informativa, vemos que en uno de ellos  se albergaba la sede de la que fue la Sociedad Económica de Amigos del País, una de las instituciones que acogía a la gente ilustrada de la época. Lástima que no los dejaran medrar; fue el mejor intento de modernización que tuvimos en el XVIII. De haber tenido tiempo seguro que hubiera resultado una visita muy instructiva. Y seguimos ruta, porque a 38 kms está ya Vitoria/Gasteiz. Vamos a parar a un hotel de la cadena NH, el Canciller Ayala, porque nos lo ha recomendado nuestra amiga Maru. Sale a 90€ la noche sin desayuno, pero está relativamente céntrico y hemos conseguido dejar el coche en una zona libre de pago, de las "blancas". En la tele de la habitación vemos con espanto el vómito del volcán Cumbre Vieja, que tiene aterrada a toda la Isla Bonita. Un bocadillo en el bar del hotel, porque no dan cenas, y un paseo por la avenida adyacente, salpicada de palacetes y villas que, con la iluminación nocturna, tienen cierto aire fantasmal, como el templete de música que enfrenta la puerta del hotel. 
 

Mañana tendremos que intentar hacernos con esta ciudad que prácticamente desconocemos.
 
José Manuel Mora. 

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