Downton Abbey, de Julian Fellowes

 Up and down

Absolutamente abducidos por la serie, desde que nos la recomendó mi alumna Zapata desde el lejano Gotemburgo. Sé que llegamos con retraso a algo que fue un auténtico fenómeno televisivo en su momento, producto de la BBC. Se estrenó en 2010 y sus seis temporadas acabaron de emitirse en 2015 nada menos. Incluso llego tarde a su visionado en plataforma, ya que Downton Abbey (La abadía de Downton) está en Netflix desde 2017 y no me preocupé hasta ahora de echarle un vistazo. Creo que en algún momento debí de ver la película homónima de 2019, interpretada por la mayoría de los actores de la serie, Downton Abbey, dirigida por Michael Engler (el buscador del blog me recuerda que sí la vi y no hace tanto tiempo como para haberla olvidado; menos mal que escribo estos recordatorios). El responsable de la serie es su creador y autor del guión, Julian Fellowes, un chico joven de mi edad, actor, novelista, productor, guionista, además de noble por cuna, aunque tampoco tanto, un simple "baronet" y par vitalicio en la Cámara de los Lores por el Conservative Party. Estos últimos detalles son pertinentes, porque indican que sabe de lo que habla y lo sabe desde dentro, al parecer.

Cada una de las temporadas se cierra con un episodio de hora y media, que sucede en Navidad. Los directores son numerosos, Brian Percival entre otros, a pesar de lo cual hay una unidad de estilo, seguramente ayudada por las localizaciones y la cuidadísima ambientación. En total son 52 capítulos, lo que indica el tiempo que requiere su visionado. Este dato es meramente informativo, aunque conviene saber que puede resultar adictiva, no tanto por conocer a la familia Crawley, perteneciente a una clase social llamada a desaparecer y que parece sólo preocupada por cambiarse de ropa para llevar la adecuada en cada momento del día o de la noche, sino por el contraste brutal, especular muchas veces, con el de los que trabajan para ellos y hacen posibles todos sus rituales, los sirvientes, con sus categorías y subcategorías, sus luchas y rencillas, sus preocupaciones, no siempre provocadas por quienes los contratan. Éstos creen que una de las finalidades de la nobleza es proporcionar trabajo a las personas que les sirven y conseguir que todo se mantenga en su lugar. Estamos en la primera década del s. XX. El tiempo, los acontecimientos y las decisiones personales de cada uno harán que eso sea imposible. La Historia acabará pasándoles por encima. De hecho, Highclere Castle, lugar donde se supone que se desarrolla la trama, no está ubicado en Yorkshire, sino en Hampshire, y uno de los personajes ya advierte que todos esos palacios acabarán convertidos en instituciones visitables, como sucede en la serie o siendo la localización precisa de la historia. En medio, la Primera Guerra Mundial, la llegada de los automóviles, el teléfono, el fonógrafo, la Revolución Rusa, la incorporación de la mujer a puestos de trabajo de responsabilidad, los locos años veinte... Todo va sucediendo en torno a estos personajes y los va condicionando a pesar suyo. Lord Gratham considera que su propósito último es conservar la country house, cuidarla y engrandecerla. El problema es que no tiene hijos, aunque sí tres hijas y, al ser mayorazgo, sólo lo podrá heredar algún pariente varón La trama tiene por momentos mucho de folletín,sobre todo para algunos miembros de la servidumbre, pero da igual, el retrato de los protagonistas es tan atractivo y tan creíble que uno olvida que está viendo algo filmado.


Los contrastes se dan no sólo entre señores y criados, sino entre los de más edad, la condesa viuda, una impagable Maggie Smith, old fashioned y de fuerte carácter, irónica en sus comentarios y de lengua viperina cuando quiere, y los más jóvenes de la familia, capaces de romper convenciones a la hora de casarse o trabajar; también entre los de la Old Britain y los ricos y sine nobilitate del otro lado del charco, Elizabeth McGovern, que ha aprendido a ser condesa consorte, y su madre, Shirley McLane, que está perfecta con su arrollador estilo. Verla en versión original permite escuchar cómo las diferencias a la hora de hablar el inglés retratan a los distintos grupos sociales. El dibujo de los personajes, acierto del guión de Fellowes, es redondo y mantienen su personalidad, aunque ésta los lleve a enfrentamientos de todo tipo. Las elipsis, los claroscuros entre las diversas tramas, están medidos con tiralíneas. Algunos descubrimientos: Penelope Wilton, contendiente adecuada al poderío de la Smith; también es perfecto Jim Carter, el impertérrito mayordomo Carson, sabedor de todos los secretos familiares, testigo mudo y expresivísimo con tan sólo alzar las cejas y su particular manera de caminar. Son tantos que no los voy a nombrar a todos, aunque todos estén perfectos en sus cometidos. Fotografía, dirección de arte, música, cada uno de los elementos que ambientan la serie está al servicio del logro del aura que la historia requiere. Al final tengo la sensación de que su creador, buen conocedor de la clase social que retrata, no deja de mantener una mirada crítica sobre un sistema llamado a desaparecer. No quiero dejar de señalar que hay otros aspectos en los que algunos de los personajes se muestran adelantados a su época, en tolerancia y aceptación de los diferentes. En definitiva, un excelente y brillante retrato de época, que me anima a buscar Godsford Park, del mismo creador y ambientada ya en los años treinta. Adictiva, ya digo.
 
José Manuel Mora. 
 

 

 

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