Sangüesa, Sos, Leyre

 Hacia el Este

A pesar de madrugar, se nos ha hecho tarde para salir. Pero vamos con las ideas más claras. Y en media hora estamos en Sangüesa, junto al río Aragón, que me trae recuerdos escolares, de cuando la geografía se aprendía de memoria. Sobresale a la entrada del pueblo la iglesia de Santa María la Real (s. XII), que seguramente ejerció también de fortaleza, dado el volumen de su factura y su imponente torre octogonal almenada. Aunque la iglesia se empezó a levantar en periodo románico, dado lo prolongado de su construcción, acabó en estilo gótico, muestra del cual es la portada sur con un Juicio final, muy naïf: los buenos a la derecha y los malos a la izquierda. La mezcla de estilos se hace evidente en el interior, donde una saetera de medio punto es casi cubierta por una ojiva. De todos estos detalles nos enteramos porque el párroco, muy amable, nos los hace ver. La explicacxión se interrumpe cuando unos peregrinos lo requieren para que les selle la hoja de ruta que llevan.

















































Continuamos la visita encaminándonos hacia el Palacio-Castillo Príncipe de Viana. A la vista del edificio, parece evidente que se construyó aprovechando parte de la muralla defensiva que quedaba en pie. Hoy alberga una biblioteca municipal, lo que me alegra enormemente. Y, antes de coger el coche, callejeamos un poco y descubrimos la iglesia de Santiago (s. XII-XIII), nuevamente como fortaleza defensiva, lo que evidencia su torre almenada que sobresale por encima de la portalada, con la única figura del apóstol con algo de policromía que perdura. 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y en diez minutos se llega a Sos del Rey Católico, ya en Aragón. Tenía unas vagas imágenes de mi estancia en la villa en los años 70. Sí recuerdo el empedrado de sus calles, lo empinado de algunas de ellas, los caserones de sillares de piedra, sus portones, la arquería múltiple de la plaza junto a la fachada renacentista del Ayuntamiento... Todo la conforma como una auténtica plaza fuerte encaramada en lo alto de un cerro que fue fronterizo en tiempo musulmán. Hace sol y frío y es la hora de comer: pochas / migas con huevo y uva; manitas al carbón, deliciosas, regadas con vino de la tierra; y postre, en "El Leñador". La judería es un dédalo de callejas con recodos y escalones y macetas. Todo muy cuidado.



 

 

 

 





 

 

 

 

 

 

 

 

Y así llegamos al Palacio de Sada (s. XV), buen ejemplo de arquitectura civil, convertido ahora en centro de interpretación, donde nació Fernando II, que reinaría en Aragón y regentó Castilla al morir Isabel I. No podemos visitarlo por ser una hora intempestiva. En una plazuela están fijadas dos sillas de dirección como homenaje al maestro Berlanga, que rodó aquí La vaquilla.  No hay nadie en los callejones que recorremos, lo que ayuda a sentirse en otro tiempo. Y bajamos hacia el Parador, a tomar café y sestear un rato en sus mullidos butacones. 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cerca queda Yesa con su pantano, bajo de agua ahora por un  verano seco y que tanto me sorprendió en mi primera visita, con su aspecto de mar interior. La carretera caracolea para subir hasta Leyre, en cuyo monasterio vamos a pernoctar. Como es lo único que hay en la zona, lo cobran bien los benedictinos que lo rigen, 100€ con desayuno. La imagen que sigue es lo que se ve desde la habitación. Está todo bastante restaurado, pero aún así resulta hermoso en su sencillez.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

A las 17:30 alcanzamos la última visita guiada. El que la dirige conoce el lugar y sabe de lo que habla. Tiene además un punto teatral que ameniza su explicación. Al bajar a la cripta (s.XI), los recuerdos florecen, como si se me hubieran quedado fijos en la piedra de las columnas chatas y los poderosos capiteles que sostienen la edificación superior, mitad románica, mitad gótica. La puerta de poniente, llamada Puerta Speciosa, luce  dorada a esta hora. En el exterior sopla un aire molesto y el sol rompe el horizonte. La tarde se ha vuelto desapacible y volvemos a la habitación. A las 19 h. hay canto de vísperas. Puntuales, los monjes aparecen con sus hábitos, cumpliendo este ritual medieval. Sé lo difícil que puede ser cantar al unísono y a capella. Las voces de este canto gregoriano suenan empastadas, sin disonancias ni protagonismo de nadie. Excelsas en su sencillez. 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

Y se hace la hora de la cena en un espacio diáfano, casi refectorio, en el que sólo hay tres mesas ocupadas. Crema de calabacín, jamón y queso y natillas (33€). No se puede ir a ningún sitio, así que toca retirarse a la celda/habitación a escribir unas notas en la bitácora antes de dormir. 

José Manuel Mora. 

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