Tomás Nevinson, de Javier Marías

 Dilemas morales

Hacer frente a un volumen semejante requiere algo de coraje. Pero es cierto que, desde su publicación, sabía que acabaría enfrascado en él. Una de las razones, haber leído que se trataba de la historia complementaria del título anterior de su autor, Berta Isla, con la que disfruté mucho. Así pues aquí tenemos el último libro de MARÍAS, JAVIER. Tomás Nevinson. Barcelona: Editorial Penguin Random House, Alfaguara, col. Narrativa Hispánica, 2021, 677 págs; la novela más larga que ha escrito en sus cincuenta años de fructífera carrera literaria. La foto de la cubierta, en B/N, es tan atractiva como la del arriba citado. Se trata de un primer plano del actor francés Gérard Philipe, tomado por Henri Dauman, en 1958. Me ha ocupado un mes el poder llevarlo a término.


Conocer a un escritor puede ser tarea fácil o ardua, según él esté dispuesto, o no, a revelar información sobre sí mismo. Que Marías (Madrid, 1952) sea académico de la RAE supone cierta autoridad en lo que al idioma se refiere, además de la que le da haber escrito quince obras y haber sido traducido a 49 idiomas. Es buen conocedor de la lengua y la literatura inglesas, lo que pone de manifiesto con citas de los clásicos británicos, sobre todo Shakespeare y sus Macbeth y Ricardo III o poetas como Yeats o Milton. Si además escribe semanalmente en un diario de tirada nacional sobre los más diversos temas de actualidad, uno tiene acceso a sus opiniones políticas, estéticas o sobre asuntos sociales. Esto es en este caso interesante y pertinente, porque muchos de los pensamientos del protagonista, el tal Tom o Tomás Nevinson, estoy seguro que corresponden al escritor, especialmente sensible ante el tema de los nacionalismos y sobre todo del terrorismo. El propio autor advierte sin embargo que no estamos ante una novela política ni ante un thriller; tampoco ante una de espías, a pesar del homenaje explícito a John le Carré. Y aunque haya declarado que la intriga no es lo principal en sus novelas, veremos hasta qué punto es cierto o no.
 
 
Nevinson, angloespañol, de profesión espía retirado, según leímos al final de Berta Isla, es tentado por su antiguo jefe, un tal Tupra, si hay que creer que son verdaderos los nombres de los que tienen esa profesión, para volver a la actividad, lo que para un hombre maduro pero todavía en plenitud, con 43 años, puede resultar tentador. Estamos en 1997. Y, a pesar de que ya lo engañó con anterioridad ["Era mi mayor enemigo, la persona que más había hecho por mí y contra mí [...] además de un artista de la calumnia" (pág. 41); de él no se podía esperar "nada que no fueran turbiedades, complicaciones, enredos, nudos" (pág. 44)], vuelve a aceptar la nueva misión, tal vez para sentirse válido, vivo. El dilema se le plantea al saber que habrá de matar a una mujer en una ciudad del noroeste español, una supuesta Magdalena Orúe O'Dea, de ascendencia irlandesa y con conexiones con el IRA y la ETA, que supuestamente habría participado en los terribles atentados con coches bomba en el supermercado de Hipercor de Barcelona en 1987 ("acto que bastantes vascos consideraron una heroicidad carnicera", pág. 198; buen ejemplo de lo señalado más arriba respecto a que se trasluzcan las opniones del escritor en los pensamientos del personaje), y en la casa cuartel de Zaragoza: "Organizó, preparó, asesoró, persuadió, ideó o financió, qué sé yo, dio el visto bueno" (pág. 101; la cursiva es mía). Y llega la primera digresión: "Yo fui educado a la antigua [...] a las mujeres no se les toca, no se les pega, no se les hace daño" (pág. 11). Y el problema se acrecienta cuando el objetivo no es claro, puesto que esa mujer puede ocultarse tras el nombre y la personalidad de cualquiera de las tres que viven en aquella ciudad con río y campanas, un territorio casi mítico (con su "árbol de las melodías", su Barrio Tinto, las cien iglesias, el puente brumoso): Inés Marzán, María Viana y Celia Bayo. Ni el MI5 ni el CESID saben en realidad cuál de las tres es la posible asesina. Siguen las reflexiones: "Pero ya se ve que matar no es ni tan extremo ni tan difícil ni injusto si se sabe a quién, qué crímenes ha cometido" (pág. 30).  
 
 
Y vuelvo a lo de la estructura narrativa. Hace falta esperar casi doscientas páginas para llegar al nudo, es decir al momento en el que el protagonista empieza su investigación para saber cuál de las tres mujeres es aquella a la que deberá asesinar, aunque no haya pruebas incriminatorias claras. Para ello deberá tratar de descubrir la personalidad de cada una de ellas, sus secretos, sus deseos... Y esos retratos de las tres resultan cautivadores, por lo profundos que son. Tal vez el más inconsistente sea, a mi modo de ver, el de Celia Bayo. En un momento dado Nevinson deja de ser el narrador para ceder la voz a su alter ego, un tal Miguel Centurión, que habla por él y que ejerce de profesor en un instituto de la ciudad. Y conforme se vaya acercando el vencimiento del plazo que le han dado, se verá cada vez más sumido en la incertidumbre por el hecho de no saber si lo que ha de hacer está bien o no, si está salvando vidas ante un futuro posible atentado, o va a acabar con una de ellas. ¿Cuáles son los límites de lo que se puede o no hacer? ¿Estará en el lado bueno o en el oscuro de la historia? "¿Cómo es que había aceptado aquella misión?" (pág. 322). La muerte de Miguel Ángel Blanco de un tiro en la nuca, viene a reforzar su determinación. ¿Pero se trata de un castigo o de una venganza? De hecho hay una especie de autojustificación de lo que planea hacer: "Nosotros no somos las víctimas ni los familiares de los muertos, pero somos memoria, los que nunca olvidamos" (pág. 469).
 
 
El estilo del escritor es pausado. El libro puede acabar desesperando al posible lector impaciente. Sin embargo, el que conoce su prosa, sabe que el equilibrio entre su narración sinuosa, matizada, llena de precisiones y de devaneos discursivos, se compensa con una tensión narrativa que se va haciendo cada vez más intensa conforme avanza y que lo lleva a uno a seguir leyendo sin pausa. Llama la atención del lector la creatividad que despliega a la hora de formar nuevas palabras: "colita que la juvenilizaba", "estruendosos e idióticos", "se sentía envejeciente"; no sé qué pensarán de ellos sus compañeros de la Academia.  Se permite alguna nota cómica con la introducción de personajes grotescos, de nombres ridículos. Y también es curioso el hecho de que sea en esta ocasión tan parco en adornos estilísticos, aunque cuando los usa sean de enorme fuerza evocadora: "Pronto sería una sombra que pasó y no dejó huella, una niebla ahuyentada por el viento y las campanadas" (pág. 537); o bien: "no habían transcurrido ni siete meses, sino una burbuja de eternidad" (pág. 604). En definitiva, Marías en estado puro. El más británico de los escritores españoles ha sido reconocido hoy como miembro internacional de la Royal Society of Literature y es la primera vez que esta sociedad admite a un miembro de fuera del Reino Unido. Algo tendrá. Quienes se adentren en la lectura del volumen sabiendo dónde se meten no quedarán defraudados. Literatura honda, reflexiva, de la que no creo que uno salga indemne.
 
José Manuel Mora.

 



Comentarios