West Side Story, de Steven Spielberg

 Todos migrantes

Cuando se estrenó en Alicante la película de Robert Wise, en 1963, yo estaba a punto de cumplir quince años. El golpetazo emocional que supuso para mí aquella trágica historia de amor, cuyo precedente shakespereano ni siquiera sé si conocía, no se me ha borrado de la memoria. No había escuchado antes la banda sonora, pero salí del cine Ideal tarareando algunas de sus piezas: la vibrante I like to be in America, la emotividad desbordante de Tonight, el canto de amor resumido en una sola palabra en Maria; no sabía entonces que la cinta acabaría siendo la que más veces he visto en mi vida . Así pues, cuando me enteré de que se preparaba un remake del para mí mítico título, West Side Story, y que el responsable iba a ser Steven Spielberg, cineasta que me ha hecho disfrutar en muchas ocasiones y con diferentes géneros, desde Tiburón, a La lista de Schindler, pasando por E.T o por El color púrpura, pensé si no era una apuesta muy arriesgada, para él y para los fans de la peli original. ¿Merecería la pena semejante reto? Lo que me ha decidido a ir a verla ha sido una casualidad: coloqué en el buscador de Spotify el título de la banda sonora de la que se acaba de estrenar y, en cuanto empecé a escuchar las piezas, supe que iría, que correría el riesgo de sentirmme defraudado. No ha sido así en absoluto.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay varios elementos que diferencian ambas versiones: de un lado, los arreglos y la batuta de Gustavo Dudamel han hecho que me sonoran a nuevos muchos de los números de Leonard Berstein y su letrista recientemente fallecido, Stephen Sondheim; de otro, el guión que firma Tony Kushner, (Angels in America), tiene una fuerza extraordinaria, incluso dejando aparte los amores de estos Romeo y Julieta neoyorquinos. La historia es la misma claro, pero el maestro Spielberg no podía limitarse a recrear plano a plano lo ya filmado; su creatividad va mucho más allá. Una primera diferencia que quiero señalar es el hecho de que la Obertura, en la original, sonaba mientras se sucedían unos colores planos, deslumbrantes, que llenaban la pantalla, hasta que aparecía silueteado el sky line de la ciudad y una vista aérea hacía descender la cámara hasta encerrarla en las calles del West Side y empezaban a escucharse los chasquidos de los dedos de los Jets reclamando su dominio del territorio. Aquí esa obertura suena al final, mientras se suceden los créditos. El que en la producción se encuentre Rita Moreno, la antigua Anita, ha propiciado que el maestro le haya hecho un hueco en la historia, que queda perfectamente encajado. Otra de las exigencias del director ha sido contar con actores puertorriqueños que mezclan con naturalidad el español y el inglés, he aquí por qué no se puede ver doblada, no se entendería el mestizaje de esa sociedad. También ha preferido rodar open air, en lugar de en decorados, como hizo su antecesor, lo que la hace menos teatral, más cienematográfica. Y no es menor el hecho de que en esta versión no haya play back. Todos cantan. Jerome Robbins dejó unas coreografías que pensé iban a ser insuperables; sin embargo Justin Peck es capaz de mantener elementos de la anterior y dar brillo y ritmo a los números emblemáticos, como el baile en el gimnasio o el "América", rodado en la calle con una planificación que corta el hipo y que supone una auténtica celebración de la vida. Incluso ha sido capaz de cambiar los personajes que cantaban y bailaban el impactante Cool. La fotografía cálida de Janusz Kaminski envuelve a los personajes de una manera más natural que la teatralizada de la primera versión.


Me parece que hay en ésta mayor choque social. Lo que en la primera era un enfrentamiento entre pandillas, cuyas peleas parecían pensadas como una coreografía, aquí hay más de lucha por el territorio entre gente venida toda de fuera de los USA: por un lado italianos, polacos, irlandeses, los Jets, actuales votantes de Trump que se sienten amenazados; por otro, los migrantes puertorriqueños, los Sharks. Todos quieren su lugar en el sol y pelean con violencia; los líderes son menos simpáticos que aquel pícaro de Russ Tamblin o el pintarrajeado de oscuro, Georges Chakiris. Ahora dan la sensación de tener un pasado patibulario, de ser machistas y violentos. Todos acabarán siendo expulsados por el poder de los constructores, ávidos de nuevos territorios donde levantar rascacielos, como todo lo que luego sería la zona del Lincoln Center. A ese afán de supervivencia, se une el racismo, la xenofobia, el odio que se va acumulando hasta estallar, claro. Spielberg sabe mantener y acrecentar la tensión, incluso en localizaciones diferentes de la original, como los cloisters para la ceremonia, o las traseras de las gradas para el primer encuentro en el baile, o el sótano de la tienda.

Rachel Zegler y Ansel Elgort son María y Tony, tan delicados como los originales. Él más que ella, que no logra quitarse de encima la sombra de la inefable Natalie Wood, aunque cante maravillosamente bien. Quien tiene mucha más garra, en un personaje desagradable por lo violento e intolerante es Mike Faist, un Riff perdulario y creíble. Pero quien se lleva de calle el palmarés de la interpretación es Ariana DeBose, una Anita poderosa, con las cosas muy claras, empática, trágica, en la tienda del viejo Doc, que canta bien y baila con una fuerza y una precisión insuperables. Mención aparte merece la altura que el director le concede al personaje de Chino, una sombra ejecutora en la de Wise y un ser humano cargado con sentimientos encontrados que encarna con hondura Josh Andrés Rivera y la aparición de Anybodys, en el papel desgarrado de un hombre trans. Y termino con una remembranza de nuevo. La aparición de Rita Moreno como ángel custodio de Tony, preciosa la secuencia en la que Valentina le enseña las cuatro frases que él necesita conocer en español para conquistar a María, me pone en mi sitio, al comprobar cómo el tiempo pasa para todos, y aunque la vieja dama tenga la dignidad que los años suelen dar, no deja de ser una anciana impotente ante la violencia que arrasa el mundo que ella conoció. 

 

En definitiva, no se puede uno bañar dos veces en el mismo río, es imposible la conmoción de la adolescencia en algo que ya se conoce, pero la maestría de Spielberg consigue que no sea una película frustrada ni frustrante, a la vez homenaje y creación. Al final la gente ha acabado aplaudiendo tras los títulos de crédito, cosa bastante inusual. Me gustaría saber cómo la reciben jóvenes de la edad que yo tenía entonces y que la descubren por primera vez. Preguntaré a Carla, a Vera y a Mateo, sobrinos nietos ya, cuando los lleve a verla; porque pienso repetir. ¿Serán capaces de dejarse llevar por una realidad cantada, como sucede en la convención operística? A mí me conquistó para el género musical para siempre.

José Manuel Mora.
 




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