El contador de cartas, de Paul Schrader

 Traumas bélicos

Mi amigo José Luis Vidal, de fino paladar, me recomendó la peli y yo recordaba vagamente algún comentario elogioso leído en prensa, así que me animé sin tener presente más datos. El contador de cartas (The Card Counter) viene escrita y dirigida por Paul Schrader (75 tacos llenos de cine) y premiado su guión en numerosos certámenes. Adelanto sin embargo que no he sido nunca amante de los juegos de mesa, tal vez porque me molestaba sobremanera el perder. Y, aunque conozco la dinámica de algunos juegos de naipes, la mesacamillera brisca de mi infancia o el serísimo póquer, pocas veces me he sentado a jugar. Menos todavía si se trataba de apostar dinero. Eso mis padres nos lo inculcaron a fuego. Valga esta introducción para señalar que tenía mis reticencias al visionado de este filme.


La voz en off inicial, que va explicando la actividad mental del ganador de partidas, que consiste en contar las cartas que van saliendo, de donde se deduce las que quedan por salir, me resultaba en principio mareante. Sin embargo, cuando la partida termina y el jugador se retira a una habitación de esos moteles inhóspitos de planta baja con el aparcamiento en la puerta, se inicia el ritual, consistente en transformar el interior de la misma en una propuesta digna de Christo, famoso por envolver con lonas blancas emblemáticos monumentos. Ahí sabemos que William Tell (¿el famoso Guillermo?, espectacular Oscar Isaac) es un ser humano torturado por algo que desconocemos. Juega para seguir jugando, para ocupar su vida. Sin embargo la aparición de un muchacho, un tal Cirk "whith a C" (Tye Sheridan), que parece conocerlo y que le pide ayuda para ejecutar una venganza, hará que todo su plan de vida se tambalee. Eso y la presencia de una mujer, Linda (Tifanny Haddish), que le propone participar en competiciones de nivel estatal y que ejerce en él auténtica fascinación. Esos son los mimbres. Eso y el seguimiento que el director hace del jugador, como antes siguió en la escritura de su guión la cotidianeidad del que volvió de Vietnam en Taxi Driver.
 

Pero pronto descubrimos que no es el juego el eje que sustenta la película, aunque éste y las ganancias que le proporciona sean necesarios para lograr el objetivo sobrevenido que el jugador pretende, dado el remordimiento que le provocan unas desasosegantes pesadillas fruto de lo vivido en Abu Ghraib, sino el intento de redención, tan recurrente en Schrader, el ejercicio de la responsabilidad para lograr expiar la culpa que se arrastra y así lograr la liberación aunque sea entre rejas. Ambos personajes son causa y consecuencia de lo que se vivió en Irak. Y de trasfondo una crítica inmisericorde a los modos de tortura empleados por el ejército estadounidense en sus campañas de guerras sucísimas. 
 

La historia sería otra sin el magnetismo de la mirada fría de Isaac, volcado por completo en su interior y a quien me fue difícil reconocer en el barbudo cantante de Inside Lewyn Davis o en el abogado de la serie Show me a Hero. También Tye Sheridan me resultaba familiar, pero no conseguía ubicarlo. Ha tenido que ser la Wiki la que me haya hecho recordarlo en el papel de adolescente en Mud. Aquí muestra todo su odio y su desamparo y la necesidad de protección. La escena cumbre de ambos personajes es un despliegue de emotividad contenida por parte de Sheridan. Y tendré que recordar a Tifanny Haddish, a quien no había visto antes. Su mirada en el plano incial a través de las gafas de sol, la complicidad que va desarrollando junto al jugador, la hacen un personaje finalmente entrañable. No quiero dejar sin citar a Willem Dafoe, que compone para su amigo el director un papel de cabrón perfecto. La peli viene servida con una fotografía de Alexander Dynan, espléndia tanto en interiores de casino, como en exteriores nocturnos y con una banda sonora espeluznante de Robert Levon Been, sobre todo en los momentos de pesadilla. En definitiva, un desasosegante buceo en la culpa, la necesidad de redención y el ansia de venganza, del que no se sale indemne. Apasinoante en su aparente falta de acción.

José Manuel Mora.
 
 

 
 
 

Comentarios