Endeavour, de Russell Lewis

 Oxford, 1965

Una lectura de pasada de una reseña periodística logra que me fije en un título del que no había oído hablar. El gancho esta vez es que se trata de una producción de la prestigiosa BBC. Luego me he ido enterando de otras cosas, pero el mal ya estaba hecho. No he podido salir de ella. Endeavour (El detective Endeavour), de Russell Lewis (un guionista, productor y actor británico), que figura como creator, imagino que el que tuvo la idea global, puesto que los encargados de la dirección de los capítulos han sido múltiples (incluido uno comandado por el protagonista), es una serie que arrancó en 2012 y de la que acaba de ser colgada la octava temporada en Filmin, no sé si por completar, puesto que han quedado múltiples cabos sueltos. Son 33 capítulos en total y la peculiaridad consiste en que cada uno de ellos tiene la duración de una película estándar, es decir, 90 mi., lo que produce la sensación de ir al cine un montón de tardes. Se trata por tanto de un plato fuerte, y ya adelanto que adictivo. 


Colin Dexter es el padre de la criatura, pues fue él quien inventó a ese personaje, Endeavour Morse. El escritor se labró la fama a partir de sus novelas de serie negra protagonizadas por el detective, y publicadas desde 1975 a 1999. En realidad la serie es una precuela de otra homónima que comenzó a emitirse en 1987 (Inspector Morse) y que se convirtió en algo mítico para el público británico, aunque yo la desconozca totalmente. El joven policía llega a la comisaría de Cowley, con sus modales de gentleman, su incapacidad para expresar sentimientos, pero amante de la ópera, de formación universitaria exquisita, conseguida gracias a becas por venir de una familia emocionalmente desestructurada, aunque sin titulación, al no haber terminado los estudios, amigo de la bebida y de los crucigramas e intuitivo confeso, de mente brillante, pero socialmente torpe. En la sociedad británica, tan clasista entonces como ahora, Morse es una rara avis que tiene dificultades para encajar en cualquier ambiente. El inspector Fred Thursday, que podría ser su padre, es el encargado de darle la réplica, de servirle de mentor, de aportarle sensatez y experiencia y proporcionarle el respaldo que necesita, dados los métodos tan poco habituales que emplea. Se irá ganado poco a poco el respeto y la consideración.
 
 
Ambientada en un Oxford cuyas imágenes producen un deseo irrefrenable de visitarlo de inmediato (el Puente de los Suspiros, la Biblioteca Bodleian y el Museo Ashmolean; los callejones de otro tiempo, los colleges y sus patios de aire neogótico, las cúpulas al atardecer), la acción se va desarrollando entre 1965 y 1971, lo que se pone de manifiesto a través de titulares de periódicos, o de comentarios en televisión, sin subrayados excesivos pero que, para quienes tenemos una edad, son suficientes: la llegada a la Luna, Viet-Nam, el IRA... Y pienso mientras la veo que, lo que para mí es perfectamente identificable como elementos de ambientación de la moda de la época, minifaldas, modelos de coches, pantalones de campana, a los jóvenes que la vean ahora les parecerá tan de otro tiempo como Downton Abbey  para mí. Cincuenta años empiezan a ser una distancia sideral. El jefe Bright, el forense DeBryn, la agente Trewlove o el sargento Strange están perfectamente trazados a pesar de ser secundarios. Y, aunque cada capítulo se desarrolla en torno a uno o varios crímenes, la serie está lejos de las películas de acción, no hay escenas de alta intensidad en general y además no se regodea en el tono de crudeza que las suele caracterizar. Todo es muy cotidiano, sin el morbo de las historias de true crime estadounidenses, las situaciones responden a esa ritualidad británica del tea time y la cerveza o el güisqui en el pub. Los casos se despliegan con complejidad, llevados de la meticulosidad de los policías. Pero no es eso lo que más me ha interesado. Hay dos elementos muy atrayentes: el primero, la manera en que, a pesar de los cincuenta años transcurridos, los problemas que se muestran son de rabiosa actualidad: racismo, violencia doméstica, drogas, feminismo, bulling, corrupción policial y política... El trasfondo de la historia de detectives muestra que las cosas no han cambiado tanto. El segundo, y más interesante, la forma sutil en que la relación entre los dos policías va ganando en profundidad, a pesar de que las manners británicas les impidan mostrar el menor signo de afectividad entre ambos. Lógicamente esa represión se vuelca después en la bebida.


El carisma de este detective viene potenciado por el trabajo impecable de Shaun Evans, que se ha hecho un hueco en mi memoria de televidente gracias a ese mirar concentrado, atento siempre a la menor de las pistas que encuentra e  incapaz de mostrar la vulnerabilidad de  sus sentimientos a la persona que de verdad los merece y espera. La selección musical que lo acompaña, acorde con la melomanía del personaje, supone un auténtico regalazo. Roger Allam, perfecto cumplidor de la ley, pero tan humano como para que sus preocupaciones familiares o su deseo de venganza le hagan transgredirla en ocasiones, da en todo momento la réplica adecuada. "Somos tanto lo que amamos como lo que odiamos", le dice Thursday a Morse. En definitiva, una serie muy recomendable, caso de que nos volvieran a encerrar, no lo quieran los dioses.

José Manuel Mora. 


 

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