Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino

 Pasión por el cine

Estamos entrando en una nueva época, o al menos en una nueva manera de exhibir y ver el cine. Ya pasó con Roma, de Alejandro Cuarón, que se presentó exclusivamente en la plataforma para la que se había rodado, y ahora sucede con ésta, que se estrena simultáneamente en Netflix y en los cines de la ciudad, lo que amplía las posibilidades de disfrutarla. Fue la mano de Dios (È stata la mano di Dio), título curioso por lo ambiguo, supone la última incursión de Paolo Sorrentino, que la ha escrito y dirigido, alguien que se ha ganado el prestigio del que goza por sus pelis anteriores y que con ésta ha ganado el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia. A mí, que se me olvida casi todo, se me quedó grabado el trávelin final de La grande bellezza (2013) y me produjo un deseo acuciante de volver a Roma, aunque tristemente mi amiga Onorina di Gaetano non ci sia mai più, y no lo hayamos podido hacer debido a esta pandemia interminable.

 
Lo último que vi de Sorrentino (Nápoles, 1970) fue The Young Pope (2016) y me pareció visualmente muy atractiva. Había mucho dinero detrás de aquella producción. Aquí sin embargo el propio autor asegura haber querido hacer una película humilde, cargada de recuedos de su primera juventud, lo que conlleva el aire melancólico que viene asociado a lo definitivamente ido, pero que él ha logrado recuperar gracias al filme. El vuelo de la cámara desde el mar, filmando en paralelo la costa napolitana es da non credere. El protagonista, Fabietto, es un trasunto del director, con su walkman en la cintura y los cascos en los oídos constantemente, lo que ubica la peli en los ochenta, al igual que la presencia de las cintas en VHS que le permiten ver el cine que le gusta (homenaje declarado a S. Leone  y su Érase una vez en América, 1984). Pero sobre todo la posibilidad de que Diego Armando Maradona, el verdadero Dio, el suyo personal, llegue desde el Barça al Nápoles supone una espera angustiosa. Cuando se confirma la noticia, se desata una auténtica locura colectiva en la ciudad. La asistencia del muchacho/Sorrentino a uno de sus partidos, lo libró de morir asfixiado, como le sucedió a sus padres en un accidente doméstico. ¿El destino? ¿El azar? En cualquier caso su vida se vio truncada. Estamos lejos de la ironía de sus otras películas.
 
 
Los momentos de felicidad con la familia, a pesar de ocultas desavenencias, se entrelazan con otros de auténtica emoción, como la escena de la despedida de los dos hermanos, y muchos de un humor desopilante vividos en la terraza, bajo el emparrado o junto al mar, con un tono de lo más felliniano, como el que aporta la tzia Patrizia (la bellísima Luisa Ranieri) con la que mantiene una relación muy especial, o la vecindad con la vieja y estirada baronesa que tanto le enseñará, o el novio que debe hablar con un pequeño micrófono al haber sufrido una traqueotomía. Además del fútbol, al muchacho lo fascina el ambiente fílmico que vive al presenciar el rodaje de una cinta en una galleria de la ciudad y que lo decidirá a dedicarse a dirigir, a mirar la vida de otra manera. El director Antonio Capuano lo animará a escupir lo que tiene en su interior si quiere hacer cine.
 

 Filippo Scotti compone un adolescente lleno de desvalimiento auténtico, ante una vida que le resulta scadente, decepcionante, pobre. Toni Servillo, fetiche confeso del director, es un padre cercano, cómplice, divertido, humano. Y Teresa Saponangelo es una madre eternamente bromista, muy italiana en sus enfados y en sus perdones. La primera parte es más luminosa, como es natural, con aquella familia tan hilarante y pasada de kilos. La segunda se oscurece, en unas localizaciones que parecen suburbanas. No hay música más que la que suena durante los créditos finales, Napule È, cantada por Pino Daniele.La fotografía de Daria D'Antonio es espléndida, con imágenes de enorme belleza entre lo onírico (esa lámpara caída en tierra y todavía luciente) y el Nápoles más real de callejones desvaídos. En definitiva, una peli alejada del barroquismo de su cine anterior, cercana, vibrante en su cotidianeidad, divertida. Humana.
 
José Manuel Mora.
 

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