El turista, de Chris Sweeney, Daniel Nettheim

Australia, esa desconocida

Y de repente, una excentricidad. Uso esta palabra porque es poco lo que llega desde la otra punta del mundo.  Sin embargo la breve sinopsis de presentación y el exotismo del país de origen, junto con tan sólo seis capítulos han hecho que aceptara la propuesta de HBO. Se trata de una coproducción estadounidense, australiana y británica. El turista (The Tourist, 2022) ha sido dirigida al alimón por Chris Sweeney y Daniel Nettheim, a partir de un guión de Harry Williams y Jack Williams. No he visto nada de ninguno de ellos. Podría considerarse una peli de seis horas, pero el hecho de que esté colgada en la plataforma completa permite una pequeña maratón, ya que lo trepidante de la trama de este thriller no pemite beberlo a pequeños sorbos. Veamos.

 

El arranque tiene ecos del maestro Spilberg, de aquel filme angustioso por el sinsentido de la persecución inicial, El diablo sobre ruedas (1973), que aquí se reproduce también al principio, con un desenlace momentáneo completamente diferente. El coche que es perseguido se acaba saliendo de la carretera por culpa del camión perseguidor,  y su conductor amanece en un hospital sin saber quién es ni recordar nada de su vida anterior. Da la impresión de que la intriga consistirá en ir llenando el vacío de su memoria. Y, aunque eso forma parte de la trama, ésta se va complicando, ya que los intentos de acabar con su vida se siguen sucediendo y el desconcierto se instala en su vida y en la del espectador. Hay dos mujeres que parece que intentarán ayudarlo, una camarera y una ayudante de policía, pero los giros de guión son constantes y los muertos se multiplican. Todos los personajes viven inmersos en una crisis de identidad, expresa en el protagonista y soterrada en los demás.

Toda la historia recae sobre los hombros de Jamie Dornan. Al buscar información sobre el actor, me vuelvo a enterar de que ha sido el intérprete de Cincuenta sombras de Grey, que naturalmente no vi, y descubro, ¡qué memoria la mía!, que hace poco que lo disfruté en un excelente papel de padre en Belfast, aunque no recordara su nombre ni lo haya reconocido en pantalla, tal vez por su barba. Aquí está perfectamente ambiguo en su papel de atormentado desmemoriado y a la vez nos van dando información que podría convertirlo en un asesino peligroso, ante quien él mismo se horroriza. En ambos casos está perfecto y la química excitada que mantiene con Luci, la bellísima e inquietante camarera (Shalom Brune-Franklin), pone en ebullición los cuerpos de ambos. La tercera en discordia es la agente en prácticas Helen Chambers (Danielle Macdonal), que ejerce de antihéroe, ninguneada por su pareja y por sus jefes, pero inasequible al desaliento a la hora de cumplir con su deber y prestar ayuda cuando lo considera oportuno. Su integridad resulta a veces cómica, pero la convierte en un personaje sumamente atractivo, por lo denodado de su actuar. Por no hablar de  Billy Nixon (Ólafur Darri Ólafsson), el despiadado asesino a sueldo, malo de una pieza, tanto que resulta divertido en su brutalidad.

Rodada con un color acre y épico en medio del outback, el interior remoto y semiárido de Australia, la peli presenta unos horizontes interminables, carreteras que no parecen llevar a ninguna parte, pueblos desolados, dignos de figurar en Pedro Páramo. Todo ello se complementa con los degradados interiores, las gasolineras aparentemente abandonadas, las agencias de viaje donde se juega al ajedrez y donde avisan de tormentas de arena arrebatadoras. En esa desnudez extrema hay espacio para la solidaridad y también para la violencia desmedida. El final aparentemente abierto deberá cerrarlo a su gusto el espectador. Muy recomendable, a mi manera de ver.


José Manuel Mora.

 




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