Los Bridgerton, IIª temporada

 Triángulo atormentado

Tras la sorpresa que me produjo la primera temporada, Los Bridgerton (2020),  con aquella amalgama interracial, utópica, poco acorde con la realidad de la Inglaterra de la época de la Regencia, la segunda se sitúa en 1813-1814. Los Bridgerton, IIª temporada, ha sido colgada completa el 25 de marzo en Netflix. Es posible pues, verla en una pequeña maratón de finde. Al menos es eso lo que hemos hecho. Se adentra ahora uno en terreno conocido, el creado en sus novelas por la escritora Julia Quinn. La responsabilidad vuelve a recaer en Chris Van Dusen como creador y guionista. Sin embargo no están todos los protagonistas de la primera etapa. La ausencia más notoria es la del duque de Hastings (Regé-Jean Page, no se explica por qué). Sí aparece al final Daphne Bridgerton (Phoebe Dynevor), la primera en casarse, ya madre de una criatura.

Gran parte de la valoración que hice de la primera tanda de capítulos se puede aplicar a ésta, al menos en lo que se refiere a ambientación, localizaciones, vestuario, música... Pero ahora el protagonista es el primogénito de la familia, Anthony (Jonathan Bailey), quien se ve en la obligación de casarse para perpetuar el apellido. Conoceremos la relación que tenía con su padre y lo que supuso su muerte para él. Tras su fracaso amoroso de la temporada anterior, decide que no se casará llevado de sentimientos, sino cuando encuentre la persona adecuada, inteligente, culta, hacendosa, maternal, y cree hallarla en el "diamante" de la nueva saison, cuya elección la Reina Carlota (Golda Rosheuve, la de pelucas imposibles) ha hecho recaer en  Edwina Sharma (Charithra Chandran), recién llegada de la India, junto a su hermana mayor, Kate (Simone Ashley), y la madre de ambas. Kate está dispuesta a que su hermana haga una buena boda que permita asentar definitivamente a toda la familia, y así ella podrá regresar a su tierra y vivir libre de convencionalismos impuestos. El conflicto surge cuando hay que elegir entre los intereses, las obligaciones, y las pasiones reprimidas por las normas sociales, y por ello, más desbocadas. No hay mucha emoción en el dilema, pues se intuye desde el principio cuál será el desenlace, como suele suceder en las novelas de corte romántico. Sin embargo es agradable asistir a ese triángulo tormentoso, aparentemente de imposible resolución feliz. Ahora lo interesante es ver desarrollarse el conflicto. 

Las subtramas se mantienen y se alternan perfectamente con la principal. Lady Whistledown ya sabemos que es Penelope Featherington, (Nicola Coughlan sigue estando magnífica en su papel de "la más fea del baile"; como ella misma dice, es "invisible", al estar al margen de los estándares de belleza del momento, lo que le permite seguir siendo la cotilla oculta, que continúa poniendo libremente en la picota a la sociedad a la que ella misma pertenece; sus miembros esperan ansiosos sus anónimos dardos, la Reina incluida, para leer lo que supone un contraste entre las apariencias y lo que de verdad sucede. Más interés tiene la rebelde Eloise (Claudia Jessie), feminista avant la lettre, con su intenso deseo de independencia y su afán de cultivar su intelecto y ser valorada no sólo como "producto" que se ha de poner en el mercado, sino valiosa en sí misma. También acabará encontrando la horma de su zapato. Ella y Kate romperán el molde preestablecido y esperable en señoritas comme il faut: una detesta los adornos y la otra sabe disparar. Ambas cosas tienen un valor metafórico. 
 

Lo que en la primera etapa de la historia era sexo explícito y tórrido, aquí es todo contención, lo que potencia como se sabe el deseo entre la pareja protagonista. No llegan a consumarlo porque ambos saben que sería inapropiado y una traición a sus ideas preconcebidas. Y así resultan magníficas las escenas entre Anthony y Kate, deseándose sin tocarse. Entrambos irradian química y sus miradas son electrizantes. A Simone Ashley no la recordaba en un papel secundario de Sex Education, pero va a ser difícil que olvide su belleza atormentada, su ingenio de pronta respuesta, su rebeldía irreductible. En cuanto Jonathan Bailey, actor desde los siete años en la Royal Shakespeare Company, a quien no recordaba haber visto con anterioridad, resulta ser el perfecto gentleman, enamorado y reprimido, ardiendo en su fuego interior. Tal vez no sea ocioso señalar que, siendo un actor abiertamente gay, ha sido elegido para este papel perfectamente heteronormativo. No es la primera vez que sucede en el cine. Grant, Hudson, Dean, Perkins, Clift, Bogarde, Everett y tantos otros ejercieron ante las cámaras de perfectos heterosexuales, ocultando su auténtico ser en lo más profundo del armario, para no perder opciones laborales, mientras que a los que lo eran de veras, heterosexuales, se les permitía interpretar papeles de gais sin que eso menoscabara sus carreras ni su prestigio, antes bien podía incluso incrementarlo. Ahora las cosas han cambiado algo y un actor puede encarnar cualquier papel que se le ofrezca independientemente de su orientación sexual. Incluso se puede ganar un Oscar fuera del closet, como acaba de lograr la maravillosa Anita (Ariana DeBose) en el West Side Story de Spielberg.  
 
 
Así pues. La serie no engaña. Sabemos a qué atenernos. Un pasatiempo perfectamente concebido, maravillosamente puesto en escena y que provoca el deseo de que Shonda Rhimes, la productora, siga con la serie de novelas de J. Quinn, quien parece centrar cada uno de sus volúmenes en los sucesivos miembros de la familia Bridgerton. Entretenimiento del bueno. De hecho la serie parece que ha sido la más vista de la plataforma. 

José Manuel Mora.





 


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