Grand Hotel Europa, de Ilja Leonard Pfeijffer

 De la decadencia de Occidente y el turismo

En la anterior reseña ya adelanté que tenía entre manos un tomazo al que llegué por culpa de mi dilecto amigo y estupendo lector, Pascual A. Ruso. Sin su advertencia seguramente el título me hubiera pasado desapercibido. Son pocas las reseñas, en estos catorce años de blog, que le he podido dedicar a la literatura neerlandesa, tan minoritaria. Tampoco creo que sea algo que se demande con fruición en las librerías españolas. Con todo me fié de la prescripción de mi amigo. PFEIJFFER, ILJA LEONARD, Grand Hotel Europa. Barcelona: Editorial Acantilado, 2021, trad. Gonzalo Fernández López, 647 págs.  Me encantan estas ediciones tan cuidadas, con sus páginas de respeto en negro mate y con una preciosa y sugerente fotografía en la cubierta de Stephan Vanfleteren. 


Pfeijffer (Países Bajos, 1968), que vive en la actualidad y desde 2008, en Génova, es un polígrafo, capaz de escribir poesía, ensayo, teatro, libros de viajes (lo que conviene tener en cuenta dada una de las temáticas de la obra), sátiras políticas y ésta, que ya es cuarta novela. La Superba, de 2013, obtuvo el galardón más importante de su país, el Premio Libris. Además de escritor, en su tierra debe de ejercer de auténtico personaje, dado su aspecto y atuendo provocador, como de viejo vikingo, serie a la que es al parecer aficionado, y enfundado en trajes de corte carísimo, uno podría esperar cualquier cosa al comenzar la lectura, sin embargo pronto la historia atrapa y es difícil dejarla de lado. Y una de las razones tal vez sea que el escritor se convierte en el personaje protagonista, a la vez que en el narrador de la anécdota. Naturalmente es un juego, porque aunque reconoce que se ha basado en su propia imagen, todo él es una exageración, muchas veces hilarante. Como curiosidad cabe decir que escribió las casi 650 páginas a mano, en 40 libretas Moleskine. Al no poder corregir, como sucede en el ordenador, parece que esa técnica le obligó a ser cuidadosísimo a la hora de escribir cada frase. El neerlandés es el idioma en el que escribe sus novelas, aunque domina también el italiano y el inglés, además de poseer un conocimiento profundo del latín.

 

La historia se nos cuenta desde un hotel situado en un lugar indeterminado de Europa, que me ha recordado mucho por su ambientación decadente al de la peli Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson. De hecho el hotel, "decorado de gloria perdida y lujo venido a menos" (pág. 16), se constituye en una metáfora de la situación del viejo continente, asaltado por los migrantes, como el botones Abdul (de quien dice que debería contar su historia, y lo hace con reminiscencias virgilianas), y las masas de turistas que pueden acabar por hundir del todo en las aguas de la laguna a la hermosa y anciana Venecia. "Espero encontrar el tiempo necesario para hallar respuestas" (pág. 8), nos dice al inicio. Se encuentra viviendo una crisis personal, consecuencia de una ruptura amorosa. "La única forma de recuperar el control de mi pensamiento era contárselo todo al papel" (pág. 16). Serían pues, incialmente, unas memorias de su acabada historia de amor. Y una de sus herramientas estilísticas, base de la conciencia de estar escribiendo ("me estoy yendo por las ramas", pág. 182; "y ahora me dirijo a usted, querido lector", pág. 462), es la constante ironía,  la capacidad de reírse de sí mismo. "Tendré que eliminar este párrafo de estilo hiperbólico" (pág. 51). Clío, su examante ("mi felicidad forma parte del pasado", pág. 58), lleva el nombre de la musa de la Historia. "Ya no se hacen mujeres así" (pág. 56).  Ella se ha criado "bajo la incisiva mirada de Caravaggio" (pág. 74). Ello le permite una óptica culturalista, opuesta a la ramplonería de las hordas de turistas, ávidos de tomarse un selfi y enfadados porque la presencia de otros turistas les impide sentirse protagonistas de una aventura única. Todo está ya descubierto. Y se da la paradoja de que "los turistas destruyen con su presencia aquello que les atrae" (pág. 454).

El narrador va alternando su historia de amor y de búsqueda de cuadros perdidos del pintor barroco ("mis paseos con Clío eran conspiraciones con las que huíamos del mundo moderno", pág. 209), con auténticos párrafos de carácter ensayístico, donde no cabe la ironía y donde muestra su profundo conocimiento del arte europeo. En otras ocasiones sus reflexiones, razonadas y atinadísimas, se centran en la problemática de la asunción de los migrantes que nos llegan en busca de un futuro que en sus países no existe: "contando las historias personales de de los refugiados les ponemos rostro humano a las cifras" (pág. 264). Y eso se alterna con auténtico estudio del fenómeno del turismo de masas, atraídas por el pasado, "escapistas entregados al hedonismo" (pág. 270), en los que muchas veces me he visto reflejado mientras leía. "Europa se ha convertido en patio de recreo del resto del mundo"(pág. 153). Analiza el fenómeno de AirBnb, causante de la despoblación de los cascos antiguos de las ciudades, de su gentrificación.


La provocación, la crítica, el erotismo, la reflexión sesuda, la densidad de análisis y la levedad humorística son elementos heterogéneos que conforman un mosaico textual en el que se reconoce esta Europa a la que el escritor quiere pertenecer: "Quiero ser patriota de la U. E." (pág. 634), razón por la que denigra los separatismos, cuya simiente se encuentra en "la nostalgia de tiempos mejores, hayan existido o no [...] y el hecho de que este mensaje de nostalgia encuentre eco en toda Europa es una mala señal" (pág. 113). De hecho, "la importancia del grupo es un ingrediente clásico del repertorio retórico de todos los dictadores" (pág. 33). El  libro es "una declaración de amor a Europa por todo lo que fue. Y la paradoja es que, precisamente por tener un pasado esplendoroso, el continente sufre ahora la invasión bárbara definitiva" (pág. 351). Todo ello envuelto en una prosa deslumbrante: "En el agua se mecían los reflejos de los postes de amarre del canal" (pág. 21); "había quedado a merced del oleaje de sus palabras y, en mi condición de náufrago, no podía pensar en otra cosa ni había nada que deseara de forma más intensa  en el mundo que agarrarme al salvavidas que me ofrecía su mirada" (pág. 118). Y en una pirueta final reconoce que "el resultado de mi trabajo tiene que ser grandioso, excesivo, una abrumadora orgía de la imaginación ejecutada con la perfección técnica del kistch más convencional" (pág. 583). Obra pues desbordante y que sin embargo me ha mantenido pegado a sus páginas hasta el triste y sorprendente final.

José Manuel Mora.


Comentarios

Unknown ha dicho que…
Inmejorable comentario, José Manuel.