Copenhague, III: Frederiksberg y Gliptoteca

Nuevos y viejos recorridos

Hoy hemos decidido cambiar de ruta y tomar el metro para bajarnos en la estación de Frederiksberg. Nuestro objetivo es descubrir una barriada nueva que lleva ese nombre, de gente acomodada, tranquila, ordenada y limpia, con su propio ayuntamiento, en la que se encuentra uno de los parques más extensos de la ciudad, antiguos jardines veraniegos del palacio real de la época, que combinan las zonas boscosas con extensas praderas de césped, lagos con ánades que gritan y se persiguen e incluso una especie de templo/pagoda sobre un puentecillo, que lo transporta a uno con facilidad a Oriente. En lo alto de la colina se alza la imponente Academia Militar. No hay turistas, alguna familia con críos al ser lunes de Pascua, y el magnífico día que se nos ofrece nos permite un paseo gozoso, casi primaveral. No encontramos el árbol de los chupetes, donde los padres los dejan colgados cuando sus hijos ya no los usan.










Salimos de los jardines por una puerta lateral, que da a la iglesia de Frederiksberg, con su cementerio en torno, su kirkegårdy su peculiar planta octogonal. Hay oficio pascual y el templo está bastante lleno. Lo que me ha hecho entrar ha sido lo entonado de sus cantos, acompañados de un pequeño órgano dieciochesco, que se detienen para dejar paso al sermón de la "pastora", desde el púlpito central, en medio del retablo. Tengo la sensación de que la religiosidad protestante es mucho más cerebral, menos apasionada que la nuestra. Muy formal, eso sí.





  








Al llegar a la estación de metro más próxima, resulta ser la línea circular, que desciende mucho más abajo que las otras y que hace evidente por sus formas y escaleras lo nueva que es. Resulta curioso que, para evitar suicidios, en los andenes, además de las puertas del tren, existen otras en una pantalla que lo recorre a lo largo y que se abren al tiempo que las interiores. 


Salimos en Kongens Nytorv y vamos bordeando el gran canal que conforma la isla de Slotsholmen (la isla del Castillo), después de dejar atrás el siempre sorprendente edificio de la antigua Bolsa (Børsen, construida entre 1619 y 1640), ahora Ayuntamiento, con los dragones en la aguja del tejado, boca abajo y con sus colas trenzadas apuntando al cielo, hasta los 56 m. El edificio es una muestra de la sobriedad constructiva de la zona. De ladrillo rojo, contrasta con el verde de los tejados, de estilo holandés. Como es zona administrativa, se levantan también edificios de rabiosa novedad, sobrios, lineales, elegantes.






























Es una zona que ya conocemos; pasamos junto a una iglesia que se nos escapó en los viajes anteriores, de aire nórdico renacentista, la Holens Kirke, con su bóveda de cañón que lleva directo al altar, tras el que se encuentra el retablo de roble tallado, oscuro, sin nada de color, barroquísimo. El oficio acaba de terminar y aún hay gente que charla de manera informal con los eclesiásticos ya vestidos de calle. Hay un barco colgado del centro de la nave, como ya hemos visto otras veces.  































Estamos a un paso del muelle que nos lleva al Black Diamond, la ampliación de la imponente Biblioteca Real de Dinamarca, con su añadido de 1999, una fachada de granito negro pulido y forrada de cristal en el que se reflejan las aguas y a su través la luz penetra hasta el fondo, donde además de los servicios bibliotecarios al uso, hay salas de conferencias, auditorio para conciertos, eventos literarios, que me dejó sin habla en mi visita especializada, guiada por una profesional de la casa.  No escribí en aquella ocasión un post y ahora lo lamento. Al ser festivo, está cerrado y no hay el brujuleo estudiantil de los días de diario. Esta institución merece una visita aunque no se sea especialmente experto. La gente toma el sol, como si de una playa se tratase. El día invita. 

Un poco más allá, siguiendo el muelle, hay otro edificio de factura modernísima, que no estaba la vez anterior. Se trata del DAC (Danish Architecture Centre), de formas geométricas, cubiculares, de planos y colores diferentes, en el que estructura y contenido parecen ir de la mano. Sabemos que si entramos, no podremos hacer otra cosa y realizamos una visita somera. Fuera arranca un puente con forma de pasarela aérea, que conecta con Christiania, el antiguo paraíso jipi de los años 70 donde se consumía el cannabis libremente, de organización comunal, con reglas propias y aire anarquista, considerado independiente del estado danés, y hoy convertido en una zona cada vez más residencial y cuidada.








Se nos ha hecho la hora de comer y volvemos a encontrar un restaurante danés-danés, el Tivolihallen. Jubilados del país y algunos franceses. Se habla en voz baja y se come en plan exquisito: merluza rebozada con gambas y mayonesa, cervezón pilsner y pastel de chocolate con fresa, por 25 euritos cada uno. 



La comida y el descanso nos proporcionan energía y ánimo para entrar en la Gliptoteca Ny Carlsberg, donde ya estuvimos hace un siglo y que nos vuelve a sorprender con su cúpula de cristal finisecular a la entrada, fuente y palmeras que le dan cierto aire exótico. Para ser una colección privada, fundada por el fabricante de cervezas en 1882, no deja de ser imponente. No recordábamos la cantidad de piezas escultóricas, desde Mesopotamia a Roma pasando por Egipto, bellamente dispuestas y perfectamente iluminadas. El recorrido es de paseo, hasta llegar al enorme patio central, rodeado de un peristilo y cubierto por un lucernario que deja pasar una luz tamizada.

















Dejo fotos del lugar porque me resulta imposible elegir alguna de las obras que se exponen. Quedarán almacenadas en mi frágil memoria y en el ordenador, aunque no desdeñamos los álbumes analógicos donde repasar lo vivido. Y tenemos  la sorpresa de poder visitar una exposición temporal de pintura, dedicada  a una mujer de la que no teníamos noticia: Suzanne Valandon (1865-1938), acróbata, modelo, rebelde, que acabó pintando a la altura de Utrillo, Picasso o Matisse, de quienes fue amiga. Su manera de encarar los desnudos femeninos es valiente y generosa. La censuraron, claro. Es muy buena en los retratos, tiene estupendos bodegones y excelentes trabajos de punta seca. Las tres salas permiten un disfrute pausado. 

















La jornada ha sido bien aprovechada, pensamos. Es hora de volver a casa, puesto que mañana volamos y hay que preparar maleta. Marie aparece de regreso de la isla, conversadora, divertida, empezamos a cantar con su guitarra. Lo hace bien, con mucho swing, una tesitura de voz muy amplia y un extraordinario sentido del ritmo. Recibe a una compañera doctora, recién llegada de Groenlandia, que va a empezar a trabajar como radióloga desde casa, gracias a las posibilidades que ofrece hacerlo en red. Marie promete venir a visitarnos a Alicante. Ha sido generosa esta chica, a la que conocimos con apenas veinte años. Le temps passe... Y conviene descansar.

José Manuel Mora.

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