Hacia Copenhague.

A la capital

Ayer fue un día de relajación, de celebración de la amistad, invitados por Birgit a una comida típica en un lugar muy típico, al borde del agua, de nuevo en Klintholm Havn, seguida de un paseo tranquilo al atardecer, junto al mar, con esas puestas de sol que en Alicante no se ven  al ocultarse tras las montañas, aunque sí tengamos amaneceres marinos distintos a diario. Cuando el cielo se quiere nublar, las posibilidades de la luz son casi infinitas. Contemplamos en silencio antes de volver a casa a preparar maleta.




















Felizmente nuestra amiga se viene con nosotros a la capital; hace seis años que no ha ido, dado el apego que le tiene a su isla. Todo resulta más fácil yendo acompañados. El autobús que nos lleva parece pensado para el turismo, ya que recorre toda la parte occidental de la isla, entre casas unifamiliares de moderno diseño, junto a otras tradicionales, de techo de paja y vigas de madera entre el color amarillo de las paredes, tan característico. El bus cruza a Bøgo, la isla vecina. El chófer habla perfecto castellano tras veinte años viviendo en Marbella. Nos reímos mucho de la coincidencia.  En el tren, como también sucede en el metro, se puede subir con bicicletas. No es raro que, con tanta facilidad y siendo un territorio tan llano, los usuarios sean numerosísimos.



Al barrio donde vive Marie, Flintholm, se llega en diez minutos de metro, trayecto breve, aunque quede alejado del centro, lo que hace que sea enormemente tranquilo. La tarjeta del metro, una vez cargada, se ha de pasar por un lector a la entrada de la estación y a la salida, con lo que se va consumiendo el crédito. Una vez que se aprende, resulta cómodo y fácil de usar. El diseño de las líneas combina lo subterráneo con lo aéreo. Las viviendas del barrio son unifamiliares, con un pequeño jardín trasero. Saben aprovechar la luz, con lo que la casa resulta muy acogedora. Valdemar es uno de los gemelos. Vemos que se descalza nada más entrar; costumbres derivadas de días de nieve y el subsiguiente barro. Compramos pizzas y almorzamos. Aquí  la comida principal es la de la noche, es decir hacia las siete de la tarde. Sígur, el otro hermano, se ha ofrecido a preparar una cena chino-japonesa que lleva mucha elaboración. Lo dejamos trabajar mientras vamos a pasear a una zona que ya conocemos, el lago artificial de Damhussøen, concebido como reserva de agua. Por el paseo que hay a su orilla la gente pasea a sus mascotas o corre, lejos de la contaminación. La luz a esta hora de la atardecida es cambiante, según el capricho de las nubes, a veces da la impresión de un sfumato al fondo, y otras parece miel derramada sobre los troncos desnudos todavía.














Volvemos con una botella de Ribera para amenizar la cena. Todos en la casa hablan un perfecto inglés e incluso francés, debido a sus vacaciones en la Provence. Ello facilita la comunicación, que fluye entre curiosa y divertida. En los tazones Sígur ha vertido un caldo con verduras, noodles y carne picada, todo muy especiado y sabroso. El buscador proporciona cualquier receta que se desee cocinar. Es cuestión de ponerse y el muchacho nos ha homenajeado. La madre y la abuela están orgullosas y felices. Mientras la gente se va retirando, nos quedamos con Marie quien, además de doctora, tiene un especial sentido musical y con la guitarra nos canta en danés, con su voz de contralto, que es capaz de modular en perfectos falsetes llenos de swing. La invitamos a venir a vernos en Alicante. Nos despedimos muertos de cansancio. Mañana toca reencontrarse con una ciudad que conocemos bastante y que nos encanta. 

José Manuel Mora. 



Comentarios

Nuria Fernández Estebané ha dicho que…
Mi nieto mayor de 14 años también se llama Sigurd.