Biblioteca Pública de Oslo

Deichman bjørvika

Al revisar el histórico de entradas, compruebo que hace más de dos años que no he redactado ningún post referente a bibliotecas. Supongo que es normal, puesto que mis años en el Módulo de Biblioteconomía, que da nombre a este blog, hace tiempo que concluyeron. Sin embargo es cierto que en mis viajes he añadido estos centros librarios a la hora de visitar una ciudad y he comprobado que, contrariamente a lo que se pensaba con la llegada de internet y la posibilidad de consultar en línea cualquier cosa, estos lugares iban a ir entrando en desuso. Pero se han reinventado, como he podido comprobar desde Cocentaina a Oslo. Ya advertí que dedicaría una entrada específica a la que encontré en la zona en que se alzan dos de los edificios más emblemáticos de la ciudad, la Ópera y el Museo Munch; allí se levanta la nueva Biblioteca Pública de Oslo. Y decir "se levanta" no es una figura expresiva, puesto que el edificio impone con su sola presencia y sus seis plantas, con 13.000 metros cuadrados, donde se alojan 450.000 ejemplares. Sus responsables son los arquitectos del Atelier Oslo y Lundhagem. Vale señalar que hay otras 22 bibliotecas públicas en la ciudad. Un auténtico lujo.


Y además del aspecto colosal de su exterior, como de centro neurálgico de una empresa de alto standing, lo primero que llama la atención al entrar es el hecho de que no aparezca por ninguna parte la palabra "biblioteca", sino Deichman, en suelo y paredes, el nombre del que fundó la originaria en 1785. Ésta se abrió en 2020, con lo que es casi un acto inaugural poder visitarla. Dadas las horas de oscuridad invernales, sus creadores pensaron el diseño de su interior como un espacio en el que se pudiera aprovechar toda la luminosidad posible, para lo que idearon un techo cubierto de claraboyas y unas paredes de cristal por las que la luz puede entrar a raudales. El contenedor, tan atractivo, se ha convertido en objeto turístico, pero es verdad que, quienes lo visitan, acaban volviendo convertidos en usuarios. Y eso es lo importante. La IFLA la ha elegido como la mejor biblioteca del mundo, que ya es decir. Son 300 las personas que en ella trabajan, sólo la mitad bibliotecarios, otros con competencia digital muy alta y un último grupo especialista en gestión de eventos. Resulta curioso saber el horario, abre de 7 de la mañana a 11 de la noche. Más todavía, que se da gran afluencia cuando ya no hay personal, por lo que se ha de ser autosuficiente para gestionarse; basta poseer la tarjeta de usuario. La gente lo acaba considerando un espacio abierto, como una extensión de su casa.




Otra de las particularidades es que, conforme se asciende, la biblioteca se va remansando. Pregunté si el silencio no era obligatorio. Me respondieron que no, siempre que no se moleste a nadie. Se puede incluso comer un bocadillo o una fruta. Existen espacios para grupos, salas de descanso, otras de concentración, o las que permiten escuchar audios de música o grabar 
podcasts, o donde aprender a tocar el piano. Hay un cine, un auditorio con capacidad para 200 personas, estudios de grabación, talleres de confección o de impresión en 3D, o estampación de camisetas, espacios de juegos para los pequeños, sala de prensa y lugar para actuaciones que se alquila a quien lo va a usar. He aquí una muestra de la variedad de ambientes... 



















Naturalmente sigue siendo una biblioteca al uso, y están los ordenadores para efectuar búsquedas, la clasificación temática por niveles junto a los ascensores, los carritos donde se deposita lo leído para que sea recolocado por los que saben ("libro mal colocado, libro perdido"), rincones para leer cómodamente sin formalismos, todo cuidadosamente diseñado, hasta las indicaciones de los W.C. 











Sé que son muchas, pero era todo tan alucinante, tan distinto de nuestro concepto de lugares para "ratones de biblioteca", que no he sabido contenerme. Descubrir de nuevo que una biblioteca pueda ser un lugar de comunicación, de búsqueda, de encuentro, de compartir lo que se descubre, de vida bulliciosamente silente, no deja de maravillarme. Los jerifaltes de antaño de nuestras latitudes deberían tomar buena nota. Mi amiga Dolors Insa en Cocentaina (ya se sabe, Cocentaina, París  y Londres) ya lo ha hecho. Merece la pena la visita, aunque no con ojo turístico, sino como manera de abrir la mente a otras realidades, a otros modos de organización, a una valoración de la cultura fuera de las redes. No os arrepentiréis.

José Manuel Mora.



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