Borgen: reino, poder y gloria, de Adam Price

El poder, el poder....

Hace una eternidad, todo lo que sucedió antes del cóvid me parece ocurrido en épocas antediluvianas, abrí una nueva etiqueta temática en este blog, dedicada a las series televisivas, y lo hice antes de que éstas se acabaran por convertir en un fenómeno sociológico. Borgen (2008-12) me acercó a la política danesa, tan alejada de los usos que rigen por estos lares. Entonces vi las dos primeras temporadas y la reseña del enlace anterior corresponde sólo a esas dos. Debí de ver la tercera allá por 2013, pero ya no la recordaba. Así que, cuando Netflix anunció recientemente la cuarta temporada, compuesta de ocho capítulos, decidimos revisar aquélla antes de ver ésta: Borgen: reino, poder y gloria. Su creador vuelve a ser Adam Price, uno de los firmantes del guión, y esta vez se trata de una coproducción británico-danesa, íntegramente dirigida por Per Fly. Más que una continuación es un epílogo. Además no es necesario haber visto las anteriores. Se puede ver independientemente.


Han pasado diez años y Brigitte Nyborg ya no es aquella primera ministra combativa, que tenía que atender al gobierno, a su familia, a la prensa. Sin embargo, dados los equilibrios de poder que se establecen en los gobiernos de coalición con todas sus zancadillas y empujones, a ella le ofrecen ahora el cargo de ministra de Asuntos Exteriores. Su partido tiene como una de sus banderas la defensa del medio ambiente por lo que, al descubrirse petróleo en Groenlandia, deberá intentar compaginar sus ideales con el deseo de permanencia en el poder. Para ella se trata de ocupar un lugar desde el que se puede transformar la realidad, pero acabará dándose cuenta de que es el afán por detentarlo lo que la mueve y la lleva a cambios de opinión y postura que ni sus electores ni los miembros de su partido entienden; ni ella misma. A todo ello se une el conflicto de intereses con la irredenta Groenlandia, territorio autónomo danés con ansias de independencia, que ve en el petróleo un medio de autofinanciarse para no depender de la metrópoli. En paralelo a todo ello, se muestran los conflictos en la cadena televisiva que ahora dirige Katrine Fønsmark, quien fue jefa de prensa de Nyborg y en la que siguen vivas las contradicciones a la hora de transmitir la información, además de tener que hacer frente a otro montón de contradicciones. Estamos pues lejos del famoso nordic noir, aunque con elementos de thriller en ocasiones. El tiempo transcurrido ha sido inmisericorde: ojeras, canas, tripa, calores menopáusicos; tan sólo Magnus (Lucas Lynggaard), el hijo de Birgitte, con sus veinte años y ya en la facultad, se muestra en pleno adanismo, como si fuera el único puro en sus planteamientos de defensa de la naturaleza, lo que lo llevará a enfrentarse con su madre. El niño de las primeras temporadas ha madurado como actor.



He elegido la foto anterior porque me parece definitoria de la soledad de quien ejerce el poder. Esos momentos, y los que la protagonista vive en su coche oficial, aislada del ruido exterior y de la prensa, la muestran en toda su fragilidad, luchando por atender a todos los frentes que se le abren, públicos y privados, intentando mantener una postura ética, honesta, transparente, lo que no siempre le será posible. Los análisis políticos la acercan a la más rabiosa actualidad, con el enfrentamiento de las grandes potencias por controlar el Ártico. Y hay un idealismo de fondo que se mantiene incólume y que permite que la temporada se cierre sin caer en el fatalismo de "todos los políticos son iguales". Porque no lo son. Sidse Babett Knudsen vuelve a ser la estrella de la fiesta. Su espíritu batallador, su capacidad para recomponerse tras una noche sin dormir, la ternura que muestra hacia su hijo a pesar de los pesares, su severidad con sus subordinados, la hacen un personaje caleidoscópico, riquísimo. Birgitte Hjort Sørensen tiene que lidiar con los intereses de la cadena, los afanes de los presentadores, su vida privada... No sale bien parada. La actriz me parece ahora más de un solo gesto. Asger, el probo funcionario interpretado por Mikkel Følsgaard, a quien no recordaba como protagonista en A Royal Affair, es un nuevo personaje que me ha resultado atractivo, por el modo en que le toca ser correa de transmisión entre Copenhague y los inuit. Su fobia a viajar está resuelta con sentido del humor y sabe mantener el tipo en las negociaciones cortocircuitadas por los afectos. Tal vez haya quien piense que Nyborg ha dejado de ser la política íntegra que nos atrapó en las temporadas anteriores y que ahora es una veleta que se mueve según sopla el viento del poder. Pero todas su contradicciones la hacen muy humana. No sé si Netflix habrá tenido que ver algo en el giro de guión final. Yo he vuelto a disfrutar con esta inmersión en la política danesa y en los entresijos de un gobierno de coalición, cultura en la que seguimos sin saber movernos adecuadamente por estas latitudes.

José Manuel Mora. 



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