Diarios, de Rafael Chirbes.

A calzón quitado

Porque para hablar conmigo, me bastan mis pensamientos.

Esta vez no han hecho falta recomendaciones, puesto que es un autor que conozco y me gusta. El hecho de no ser demasiado aficionado a leer diarios no ha impedido que me embarcara en la lectura de éstos, tal vez porque se han publicado post mortem. Es posible también que haya influido la curiosidad por saber algo más de la vida del escritor, de la persona que está detrás del nombre y la cubierta del libro que he tenido entre manos casi un mes. CHIRBES, RAFAEL. Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Barcelona: Editorial Anagrama, 2021. Prólogos de Marta Sanz y Fernando Valls. 465 págs. La editorial anuncia la continuación de estos diarios a través de dos volúmenes más.

Chirbes (Tabernes de la Valldigna, 1949-2015) es, evidentemente, un chico joven de mi edad, tan sólo un año menor. Ya lo he sobrevivido siete años. ¿Debería tal vez empezar a preocuparme? Quiero sin embargo dejar constancia de una de las paradojas que lo envuelven: el hecho de que, siendo valenciano y siendo ésta su lengua materna, por motivo del transterramiento sufrido en su infancia al quedar huérfano y ser llevado a un internado en la Castilla profunda, hubo de asumir con dificultades y castigos el idioma que se le impuso y que él acabaría haciendo suyo a la hora de expresarse literariamente. Se queja: "La felicidad que debe producir escribir en la lengua marginada en la que uno pronunció sus primeras palabras" (pág. 357).  Otra de las curiosidades de sus textos es que fueran traducidos y conocidos y valorados antes en Europa, que en nuestro país, donde la fama le llegó tras la publicación de su novela Crematorio (2007) y su trasformación posterior en serie en 2011. Llegué tarde a ambas. Sin embargo sí asistí a la representación teatral en que se convirtió con el título de En la orilla, otra de sus novelas aquí reseñada. La concesión del Nacional de la Crítica en aquel año lo dio por fin a conocer a públicos más amplios. 


Dice Sanz en su prólogo que Chirbes es un escritor proustiano, en el que se amalgaman literatura y vida, aunque deje meridianamente clara la diferencia entre la persona llamada Rafael y el personaje, que adopta el papel de escritor. Existe otra dicotomía, la que él mismo establece para diferenciar su autobiografía letraherida, que incluye sentimientos, opiniones, creencias, y sus novelas, que serían un latido de la sociedad. La primera, "A ratos perdidos", va recogiendo el contenido de una serie de cuadernos de colores, que abarcan desde 1984 hasta 2005, aunque sepamos que los revisó, pulió y preparó para la publicación ya en 2014, con finalidad definitivamente literaria, "este cuaderno tiene voluntad de permanecer" (pág. 107), porque "escribir te permite seguir viviendo sin que te haga falta sentirte de alguna parte o de alguien" (pág. 123). Y resulta paradójico en quien que se vuelca tanto en la escritura, casi de forma obsesiva, "su posición desencantada respecto a la capacidad performativa de la literatura" (pág. 30, en palabras de Sanz). Contrariamente a lo que sucede en Gran Bretaña o en Francia, nuestro país no ha tenido excesiva tradición memorialística, aunque desde los años 30 del siglo pasado hay una corriente de "literatura del yo", que va de M. Aub a C. Martín Gaite, pasando por Gil de Biedma, Chacel, Trapiello, o Muñoz Molina por citar sólo unos cuantos. He escrito en negrita el nombre de la Gaite, porque es a ella a quien Chirbes se dirige para presentarle la novela que ha escrito, Mimoun, y quien lo anima y le ayuda a entrar en contacto con la casa editora.


Son estos diarios un recuento desgarrado, impúdico, auténtico. "¿Por qué tener pudor también aquí, en la intimidad de un cuaderno escrito para nadie? [...] Se puede escribir para recordar y comprenderse a uno mismo" (pág. 137). De hecho reconoce que "escribir es la indagación para nombrar lo que no puede nombrarse" (pág. 152). Y dentro de ese no tener piedad por nada ni por nadie, empezando por él mismo, señala que "estos cuadernos  [...] los veo como refugio de cobarde, prácticas de caligrafía de un egoísta" (pág. 212). Todo está teñido de un sentimiento de culpa proveniente de "la moral judeocristiana que me inculcaron en el internado" (pág. 134), peleando siempre por conseguir "la rebanada de felicidad que me ha tocado en el reparto del mundo" (pág. 125) y que sin embargo parece negársele constantemente "¿Por qué es tan difícil conseguir unas briznas de felicidad?" (pág. 352). Tan es así que se podría decir que estamos ante alguien con una visión profundamente pesimista de la vida: "Lucho con todos los medios contra una depresión" (pág. 287). La fisicidad se le impone "ganándole la partida a otras potencias, beber, fumar, las molestias que suceden a las borracheras, dormir, cagar, sudar y oler mal, los dolores de estómago, las diarreas, una venganza de todo aquello que uno ha querido tapar con aportes de voluntarismo" (pág. 362).


Gourmet de fino paladar, la actividad crítica para la revista Sobremesa lo llevó a viajar tal vez más de lo que le apetecía. Aprovechaba sus desplazamientos, y sus encierros en su casa de Beniarbeig, para leer sin pausa, filosofía, narrativa, ensayo, poesía... Era un librófago impenitente.  Y ahí aparecen sus filias (Balzac, a quien leía en francés) y sus fobias. Creo que no he leído una crítica más desaforada que la que le hace a Pérez Reverte  por su novela Cabo Trafalgar. Se muestra siempre guiado por un impulso de expresar sus valoraciones, caiga quien caiga. "He querido ser consecuente en lo vivido y en lo escrito" (pág. 460). Y así, se desnuda en los aspectos más íntimos, en sus relaciones afectivas y sexuales, en su alcoholismo, en su miedo al sida. " Que te voy a enseñar un corazón, / un corazón infiel, / desnudo de cintura para abajo", que decía Gil de Biedma en su Pandémíca y celeste. Su objetivo, siguiendo a Broch, es "liberar la actividad artística de la tarea decorativa y reafirmar su función ética" (pág. 263; la cursiva es mía). Et pourtant... Hay descripciones brillantes, bellísimas. Sólo un ejemplo breve: "Sobre el Sena el viento corta con un cuchillo de plata" (pág. 82). Escribe aunque no tenga ganas, aunque se sienta vacío, porque de alguna manera considera "la literatura como criada que te ordena la casa" (pág. 465), frase con la que el libro termina. Toca esperar a que Anagrama continúe publicando estas memorias. Me apetece ver cómo surge Crematorio

José Manuel Mora. 

                      

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