Tokyo Vice, de J. T. Rogers

No sé si quiero ir a Tokio

El mundo de la droga, tanto el de los consumidores, como el de los traficantes, con todo el entorno mafioso que lo rodea, es algo que me resulta lejano, abstruso, que siempre gira en torno a lo mismo, al dinero y a cómo conseguir más para mantener el poder que se posee. Por eso me he negado a ver algunas series, Los Soprano, por ejemplo, a pesar de las buenas referencias. He caído con gusto en otras, The Wire, Gomorra, Breaking Bad, y he aquí que HBO propone sumergirse en el Tokio de la yakuza, la poderosa mafia ancestral que controla la droga, los locales de alterne, los de juego... Se trata de una primera temporada, Tokyo Vice, de ocho capítulos absorbentes, creada por J. T. Rogers. Advierto que el final no es que sea abierto, sino que deja todo sin solventar, lo que me ha producido enorme frustración y deseo de seguir viéndola. 
 

Al parecer está basada en un personaje real, Jake Adelstein (Misuri, 1969), periodista que decidió buscarse la vida lejos de su país, para lo que aprendió japonés e intentó hacerse un hueco en uno de los periódicos de mayor tirada de Tokio, único no japonés en la redacción. Su experiencia de investigación en el submundo de la delincuencia capitalina, en crónica negra, le permitió ser el interlocutor preferido por la organización, dado que mantenía la colaboración con la policía, como informador. Jugar a dos barajas siempre puede ser peligroso. Acabó escribiendo un libro titulado Tokyo Vice: An American Reporter on the Police Beat in Japan, publicado en 2009 y aquí editado por editorial Península (2021). Terminó teniendo que vivir con escolta, como le sucedió a R. Saviano, al estar amenazado. A partir del libro J. T. Rogers ha escrito el guión. Entre otros, el primer capítulo está dirigido por Michael Mann (Heat, Collateral).


Todo lo anterior no deja de ser más que la peripecia de alguien con arrestos. Sin embargo hay en la serie unos elementos que me la han hecho muy atractiva. El protagonista (Ansel Elgort, a quien vi recientemente en la nueva versión de West Side Story y que aquí está menos remilgado y con gran fuerza física y moral) lucha no sólo por hacerse un hueco en el mundo del periodismo, sino que tiene que sufrir muestras de racismo por parte de sus jefes, al ser un forastero, un gaijin, como también le sucede a la jefa de sección al ser de origen coreano y mujer, lo que también le supone cortapisas laborales en un ambiente muy machista (Rinko Kikuchi), a pesar de su lucha por ir sacando a la luz lo que va conociendo. El otro gran personaje es Hiroto, el policía incorruptible que pretende que no estalle la guerra entre clanes (Ken Watanabe, muy valorado en el cine estadounidense por su intensidad interpretativa, Cartas desde Iwo Jima), y que acaba estableciendo una amistad con el periodista, quien le pasa información que obtiene de sus contactos con la organización, a través de su amigo Sato (Shô Kasamatsu). Hay una mujer, cómo no, Samantha (Rachel Keller, a quien no recordaba haber visto en Fargo), también estadounidense, chica de compañía en un local nocturno, con inteligencia y ambición. Son todos estos personajes, con su progresivo desarrollo y su desconocido pasado que se irá desvelando, los que me han atraído, más que la peripecia policial y la lucha entre clanes mafiosos.


La serie está maravillosamente fotografiada y ambientada. Los neones conforman todo un decorado. La megalópolis  de 40 millones de habitantes es el fondo ilustrativo de lo que sucede, a veces vacía, inquietante, en otras ocasiones llena de gente, atravesada por trenes y autopistas veloces. Una sociedad en la que conviven tradiciones, respeto extremo en las formas, y modernización importada de los USA, corrupción, abuso de poder, violencia contra las mujeres, traiciones con consecuencias dramáticas. Se fuma mucho y no hay móviles inteligentes, son los años 90. Los actores pasan del inglés al japonés con naturalidad (hay que verla en V.O.S.), lo que le da un plus de autenticidad. Los diálogos están estupendamente escritos y resultan creíbles. Lo importante no es saber cómo acabará, lo que puede conocerse leyendo el libro, sino cómo se llega hasta allí. 


Cine pues de periodistas y de asesinatos, envueltos en venganzas y violencia despiadada de un grupo humano de líderes y ejecutores, que pretende controlarlo todo a base de extorsión y muerte. Mi antiguo profesor de cultura japonesa, Benito san, quiso organizar un viaje que frustró la pandemia. No sé si tras el visionado de la serie me animaré a visitar ese país que la lejanía llena de exotismo de cerezos en flor, templos y volcanes. 

José Manuel Mora. 





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