Adam, de Maryam Touzani

Maternidad

Hacía tiempo que no entrábamos en la plataforma FILMIN porque nos había dado problemas su configuración. Anoche, tras un intento de empezar a ver Los ensayos, de Nathan Fielder, que nos aburrió soberanamente, dimos una nueva oportunidad a la plataforma española y caímos en una película que recordaba haber visto anunciada en cines, pero que se me escapó, a pesar de las buenas referencias. Así que empezamos a ver Adam, cinta marroquí dirigida por una mujer, Maryam Touzani.  Es del año 2019 y obtuvo una buenísima acogida en Cannes y en el Festival de Valladolid y representó a su país en los Oscar. Se trata además de una opera prima de la directora, que ejerce además de coguionista junto a Nabil Ayouch.

Una ciudad cualquiera de Marruecos, al parecer la medina de Casablanca, con sus tortuosas calles de los barrios menos turísticos, pero rebosantes de vida, como las he viso en Fez, en Meknés, en Marrakéch. ¿Años 90? La suposición parte de la ausencia de móviles y la presencia de reproductores de las desparecidas casetes musicales. Samia, una muchacha con un embarazo avanzado y tan sólo con una bolsa de viaje, llama a las puertas de las casas pidiendo trabajo y acogida. Tras recibir sucesivas negativas, Abla, una mujer viuda que regenta una humildísima pastelería en su propia vivienda, la recibe al verla tan desamparada, y animada por la mirada de su hija de ocho años, Warda, que se ha sentido atraída desde el primer momento por la recién llegada. Y uno de los grandes aciertos del filme es ver cómo evoluciona la relación entre ambas mujeres. No necesita más que estos tres personajes la directora para atrapar nuestro interés.  Toda la reticencia inicial se va transformando en una relación de compleja solidaridad y afecto mutuos, puesto que no sólo es la futura madre la necesitada de ayuda, sino la viuda, que vive amargada tras la pérdida del marido. 

Resulta curioso el contraste entre la planificación tranquila, con primeros planos de claroscuros intensos en el interior de la casa y la filmación con cámara en mano, en travellings certeros, de las calles por las que se produce una búsqueda angustiosa. La paleta de colores parece sacada de aquellas tierras. Y, lo que podría parecer una humilde película, va creciendo conforme se plantea el auténtico conflicto íntimo de la joven embarazada, que sabe que será repudiada por su familia y por la sociedad de la que procede. Y la duda se le plantea entre dar en adopción a la criatura y renunciar a verla crecer, o asumir su crianza, sabiendo que será un estigma para el niño el hacerse mayor sin padre. Estos dilemas se vivían aquí cuando yo era pequeño, con los consiguientes matrimonios forzosos, o las inclusas que recogían a los rechazados. 



En los países musulmanes, todavía hoy, un embarazo fuera de la ley supone una vergüenza para la familia, lo que se castiga fieramente como un crimen de honor, como pudimos ver no hace mucho en Malí, Twist o algo más atrás y en Argelia, otra peli de mujeres que me encantó, Papicha. No hay aquí feminismo de bandera, sino un retrato de la solidaridad, y el reflejo alejado del melodrama, de la difícil situación de las mujeres en sociedades patriarcales. La presencia de la niña hubiera posibilitado el aire de culebrón, que sin embargo se evita. Las secuencias de la cotidianeidad, como las de amasar el pan juntas, o la escena del baile entre ellas son de enorme efectividad. Con toda seguridad gran parte del éxito de la propuesta lo tiene la actuación de Lubna Azabal, que tanto me emocionó en Incendios (2010) y de su oponente Nisrin Erradi, ambas magníficas, incluida la niña Douae Belkhaouda, de una naturalidad pasmosa. Otro acierto es el plantear un final abierto. En definitiva, quienes no la vieron y están suscritos a la plataforma, creo que deben dar una oportunidad a esta emocionante historia.

José Manuel Mora.









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