El seductor, de Isaac Bashevis Singer

Judíos polacos en el Nueva York de los 40

La motivación en este caso ha sido conocer a un Premio Nobel de 1978, a quien en su momento no leí. También ha influido la recomendación de mi amigo Pascual, lector impenitente, y la casa editorial, con su atractiva cubierta, de la que me suelo fiar.  SINGER, ISAAC BASHEVIS. El seductor. Barcelona: Editorial Acantilado, 2022; traducción cuidadosa del yiddish hecha por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís; 239 págs, que se completan con un glosario.

El autor, nacido en Polonia en 1904, hijo y nieto de rabinos, vivió en el barrio judío de Varsovia hasta 1935, cuando emigró a Estados Unidos, consciente de lo que se avecinaba. Era hermano pequeño de Israel Yehoshua, emigrado antes que él, quien también fue escritor. Leí con satisfacción de éste último su novela, La familia Karnowsky y eso me animó a conocer al multipremiado Isaac. Ambos recibieron una educación tradicional judía, que en el libro que voy a comentar se trasluce en multitud de citas bíblicas por parte de los personajes, que vienen localizadas al pie por los traductores. El escritor, como luego el protagonista de su libro, viajó a través de Alemania hasta París, donde vivió un año antes de su traslado definitivo a Nueva York, donde ejerció el periodismo y comenzó a publicar por entregas una de sus novelas, La familia Moskat. En su país de adopción se le conoce fundamentalmente como escritor de cuentos, aunque en su haber hay 18 novelas.  Falleció en Miami en 1991. 


La novela que ahora comento fue escrita en yiddish en 1967 en el periódico neoyorquino Forverts y traducida al inglés en 2017, al ser encontrada entre su legado póstumo. Partiendo de ambas versiones es como los traductores han elaborado la  que yo he tenido en mis manos. Su protagonista, Hertz Mínsker, uno de tantos emigrados, se considera a sí mismo un intelectual y poco a poco se nos va revelando como un auténtico charlatán, vacío de ideas con sustancia, incapaz no sólo de elaborarlas y ponerlas por escrito, [Los escritos de Hertz no eran más que "medias verdades y simples banalidades" (pág. 317)], sino también de trasmitir lo que piensa, por lo que se ve necesitado de vivir a expensas de su amigo de infancia, Morris Kálisher, un apátrida judío proveniente de Rusia. "Nada más llegar todos decían lo mismo: "América no es para mí". Poco a poco, sin embargo, cada cual fue instalándose, y no peor que en Varsovia" (pág. 7). El otro rasgo caracterológico de Mínsker, un hombre ya cercano a los sesenta, casado en cuartas nupcias con Bronie, es el que lo conforma como un mujeriego, gracias a su capacidad de seducción, de donde el título. Ésta es su reflexión al respecto: "El amor es diferente. Su esencia es la espiritualidad. Yo no creo en todas estas reglas. No se puede poner bridas al espíritu. Y la verdad es que un hombre puede amar a diez mujeres a la vez" (pág. 16). Lo que no deja de ser un argumento para autojustificarse por estar encamándose con la mujer de su amigo, Minne, lo que para él "no era más que un hecho convencional" (pág. 19). La aparición del antiguo marido de ésta pondrá en peligro el delicado equilibrio que sostiene una vida llena de mentiras. Todo ello, a pesar de considerarse un buen judío que conoce la Torá al ser su padre rabino por lo que necesita de justificaciones: "A lo único que obligaba el temor a Dios era a disfrutar de la vida [...] Sólo exige que nunca se construya su felicidad sobre la desdicha ajena" (pág. 40). Lo que acaba revelándose como una falsedad, dado el sufrimiento que acaba provocando. 


A todo ello hay que añadir las dificultades de adaptación a una vida completamente diferente de la europea. "Nueva York era como un libro demasiado grande y pesado para poder leerlo" (pág. 90), pensaba Mínsker. Y ese retrato de la vida neoyorquina es para mí uno de los grandes aciertos del libro: "Manadas de automóviles se perseguían entre sí en la noche obsesionados por una misma locura: huir de sí mismos y del propio hedor que creaban" (pág. 164). Como lo es la lucha que se produce en todos los personajes entre su identidad transterrada, desarraigada, con un sistema de valores tradicionales como es el de la comunidad ortodoxa judía, y el proceso de secularización que se va dando en todos ellos para asimilarse a la cultura dominante. Todo se vive de manera provisional, dado el conflicto bélico que, aunque lejano, no deja de estar presente en sus vidas: "¡A saber cuántos judíos estaban sufriendo en campos de concentración y en guetos!" (pág. 260. ); reflexión que lo lleva al relativismo: "En pleno torbellino mundial ¿Quién pensaba en la rectitud moral?" (pág. 124). Una cultura, la hebraica, en la que la figura de la mujer ocupa siempre un segundo plano, razón por la que el protagonista considera que "si no devolvemos a las mujeres a la cocina, estrangularán el espíritu del mundo con sus medias de nailon, ahogarán a Dios con su perfume y embadurnarán el cielo con sus cosméticos" (pág. 123). Y esta otra consideración de Minne que tampoco deja de retratarlos: "Esos devotos que, en sus rezos, cada día bendicen a Dios por no haberlos hecho mujer" (pág. 285). Todo un catálogo de misoginia rampante frente a un feminismo que se practicaba en la vida cotidiana de las grandes ciudades estadounidenses. 


Con lo dicho más arriba, no extrañará que la novela haya acabado por ponerme nervioso por culpa del personaje en el que se centra, muy bien retratado por Singer, con una personalidad hedonista, divagante y escéptica, aunque humana en sus debilidades y sincera en sus deseos de gloria y reconocimiento intelectual y su necesidad constante de amor. Frente a una realidad que lo supera por todos lados se pregunta: "¿Y yo qué debería hacer? ¿Qué puedo hacer? Nada, absolutamente nada" (pág. 314). Tal vez por ello, todos sus sinsabores, sus dificultades amorosas, económicas, vitales, han hecho que me quedara fuera de la historia, porque como el propio libro concluye, qué era todo ello  frente al hecho de que "los poderes de destrucción estaban causando en ese momento angustia, degradación, ruina, asesinato de millones de personas" (pág. 318). La prosa de Singer es pulcra, sin demasiado adorno expresivo, centrada más en el retrato de los personajes y de las situaciones en las que se encuentran. He de reconocer que el libro de su hermano Israel Yehoshua citado más arriba, me resultó mucho más atractivo, aunque no ganara el Nobel.

José Manuel Mora. 







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