Las malas, Camila Sosa Villada

Travestis

Una reseña periodística elogiosa y una recomendación de Adrián, mi librero de 80 Mundos, han bastado para empezar un libro de los que se leen rápido, a pesar de que, de entrada, el tema no me resultaba atractivo porque, aun respetando ese mundo, me queda lejano y por lo tanto algo incomprensible, razón por la que tampoco he visto la serie Veneno. Se trata de literatura que viene del otro lado del charco. SOSA VILLADA, CAMILA. Las malas. Barcelona: Tusquets Editores, 2019, 8ª edición de 2022, con un prólogo de Juan Forn; 229 págs. Fue Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2020, de enorme prestigio en Latinoamérica y también el Grand Prix Madame Figaro de 2021 en Francia. 


En el prólogo citado ya se nos dice que la autora se llamó, al nacer en Córdoba (Argentina), Cristian Omar. Estudió periodismo en la Universidad y de noche se prostituía en el Parque Sarmiento de la capital, "como un vientre de gozo, un recipiente de sexo sin vergüenza" (pág.20), vestido de mujer, aunque tal vez haya que cambiar ya el género gramatical, puesto que se refiere siempre a "ella" en femenino. Al tiempo llevaba adelante un blog que escribía a mano al volver a casa de madrugada y que al día siguiente reescribía en un cibercafé. En los talleres de actuación de la facultad se le despertó su afición por los escenarios y comenzó carrera como actriz, además de licenciarse en teatro. En 2009 estrenó su espectáculo Carnes tolendas, retrato escénico de un travestiSe consagró con la película Mía (2011) y en la miniserie La viuda de Rafael (2012). Su éxito fue rotundo. Escribió además un libro de poesía, La novia de Sandro (2015) y un ensayo autobiográfico, El viaje inútil (2018). Trabajó como prostituta, como kelly por horas en un hotel y como vendedora ambulante. Toda esta información la dejo aquí para que quede claro que no estamos ante una escritora al uso.
 

No hace mucho leí otra novela de tema algo semejante, aunque distinto, que me pareció deslumbrante, Tengo miedo torerodel chileno Lemebel.  Aquí hay menos de propuesta política, aunque la denuncia que plantea la autora sea en el fondo política por social. Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención es la construcción verbal, riquísima, de quien escribe. Y hay mucho de autobiográfico en el relato. La autora declara en el prólogo: "Cuando empecé a travestirme me daba vergüenza mi barba áspera, mi nariz torcida, mis dientes chuecos. Me daba vergüenza tener que hacerme tetas con las esquinas de un colchón. Me daba vergüenza mi falta de estudio, mi falta de mundo, mi torpeza para expresarme" (pág. 13). Y en la escritora, fruto de su trabajo, de su lucha, de su esfuerzo, se produce un cambio de actitud, ahora inquebrantable, peleona por la defensa de la hermandad de travestis del parque, "mal miradas, mal queridas, mal tratadas, mal pagadas,  mal juzgadas, mal habladas" (pág. 13).


La trama se inicia con el encuentro de un niño abandonado, envuelto en pañales, en medio de la noche y del Parque. Será prohijado por la Tía Encarna, la travesti más vieja de la manada que cada noche se reúne allí para buscar clientes, muertas de miedo, teniendo que sufrir la intolerancia, el desprecio y la incomprensión, a la espera de "los que pasan buscando un turno de felicidad con las travestis" (pág. 18), "preparadas para cazar a los incautos en las fauces del Parque" (pág. 124). Y la historia se cuenta desde la primera persona, la última en llegar: "voy muerta de miedo"(pág. 23), alguien que recuerda cómo "empecé a convertir el cuerpo del hijo de un matrimonio de buscavidas en una travesti" (pág. 32), "el niño afeminado que no cedió a los cintazos, al castigo, a los gritos y cachetadas que intentaban remediar semejante espanto" (pág. 65). Sin embargo Sosa decide componer por acumulatio, a base de ir añadiendo las historias de cada una de ellas para lograr la intensio, a las que vamos conociendo como a ráfagas, olvidables tal vez al no volver sobre muchas de ellas, pero cada una con su tragedia a cuestas y a pesar de todo, capaces de gozar estando juntas en cualquier celebración, por mínima que sea, furia, "las ganas de prender fuego a todo" (pág. 124), y fiesta, "estamos ahí para ser escritas, para ser eternas" (pág. 123), de quienes pasan todo el día y la noche "soportando insultos, la burla. Todo el tiempo el desamor, la falta de respeto [...] los golpes" (pág. 34), "tan yermas, agrias, secas, malas, ruines, solas, ladinas, brujas, infértiles cuerpos de tierra" (pág. 94). Este párrafo es un buen ejemplo del estilo de la autora, en busca del retrato más exacto a base nuevamente de acumulación. Porque en este grupo de seres humanos hay una intención subyacente: "se trataba de mendigar amor, ese monstruo espantoso" (pág. 60), sin embargo "el amor no llega. Sufro por eso. Sufro también por el rechazo. Pero la falta de amor es peor" (pág. 118), porque se da la paradoja irresoluble de que lo buscan en varones, un mundo "donde todo se resuelve con patadas y trompadas" (pág. 124). Y no se puede dejar de señalar que, quienes ejercen esa violencia constante contra ellas, a pesar de ser varones, bien machos, acaban yéndose con quienes saben  que también lo son, aunque travestidos.


Y vuelvo de nuevo a la escritura afiebrada, bronca, rabiosa de esta mujer, con vista para la metáfora precisa: "Una teta que se escapa, que deja asomar el ojo carnívoro del pezón" (pág. 123); para la creatividad de voces inexistentes aquí pero tan entendibles: "Se había acollarado a un camionero" (pág. 29); "los taxistas se descostillaban de la risa con nosotras" (pág. 30), la descripción exacta mediante comparaciones: "Nos señalan con sus dedos de arpías, y nos convierten en estatuas de sal, prontas al desmoronamiento, a la avalancha de nuestras células desperdigadas como perlas de un collar arrancado de golpe" (pág. 122). De formaciones de una particular fuerza expresiva: "Hablo de la sensación de estar tragando puñados de tierra de la mano de Dios" (pág. 114). Inmensa creación verbal, pues, y radiografía dramática de un mundo subterráneo pero latente, despreciado por la sociedad y del que se aprovechan los que tienen fuerza, leyes, dinero. Estamos aquí muy lejos del glamur de las lentejuelas de quienes brillan en espectáculos de variedades. Aquí estamos ante la sordidez del lumpenproletariado, si se pudiera usar aquí esa palabra. He disfrutado de la fuerza expresiva, aunque he de confesar que se me ha quedado también como una serie de historias tremendamente agobiantes, tristísimas. "Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti" (pág. 170), razón por la que la narradora, una vez que se marcha, no vuelve a ver a ninguna de sus compañeras.

José Manuel Mora. 
 




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