El mago de Colm Tóibín

Los Mann

Seguramente, sin la sugerencia de mi amigo Pascual, este libro me habría pasado desapercibido, lo que hubiera sido muy de lamentar. Y eso que el autor no me es desconocido, ya que leí Madres e hijos (2019) con sumo gusto. Si hubiera visto la cubierta en la mesa de novedades de 80 Mundos, también podría haberlo pasado por alto, dado que la foto no me era conocida y el título podía llamarme a engaño, aunque el subtítulo no dejaba lugar a dudas. Pero por fin he estado con él casi todo este caluroso agosto. TÓIBÍN, COLM. El mago. La historia de Thomas Mann. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, Lumen, narrativa, 2022. Trad. del inglés Antonia Martín. 562 págs. He de señalar que siendo Lumen una editorial cuidadosa, se le han escapado unas cuantas erratas, nada que no pueda subsanarse en subsiguientes ediciones, que seguro vendrán. 


Es curioso que Tóibín, un autor irlandés (Enniscorthy, 1955), decida emprender una magna obra como la presente, "magna" aunque no sea más que por su extensión, y por el par de páginas de bibliografía que la completan y testimonian lo bien documentada que está, para biografiar de forma novelada la vida del Nobel de Literatura, Thomas Mann (Lübeck, 1875 - Zúrich, 1955), lo que incluye a todos los miembros de su familia, y que acaba por abarcar toda una época. El escritor irlandés cuenta con una premiada obra novelística y ejerce como excelente crítico literario. Tal vez haya sido su admiración por el escritor alemán lo que lo haya llevado a emprender su relato. O puede que alguna concomitancia privada, como el hecho de que su explícita homosexualidad se haya visto atraída por la bisexualidad de Mann que mucha gente niega. Él mismo reconoce que escribe sobre autores que le incumben, como Henry JamesThe Master. Retrato del artista adulto (Edhasa). Pero en vez de una biografía, decidió novelar su vida, desde la intimidad, la introspección, la vida hogareña, la de un hombre conformista, conservador e irónico. 


Puesto que en la entrada antes citada ya hablo por extenso de su vida privada y literaria, no me voy a repetir aquí. Tóibín lo escribió en California, donde Mann acabó exiliándose cuando Hitler llegó al poder. Sí que cabe decir que su prosa es precisa, clara, contenida, sin casi adornos, sin énfasis, fruto de una exigencia ética, una escritura que va a lo esencial de lo que quiere contar, profundizando en la psicología de los personajes que pueblan su libro y que, con ser numerosos, quedan perfectamente individualizados y retratados, por sus actitudes, por sus ideas, por su hechos. Volveré sobre ello. Su biografiado nació en una de las conocidas como "ciudades hanseáticas", Lübeck, en el seno de una familia burguesa, protestante, que consideraba a Múnich "el sur, y ellos detestaban el sur y desconfiaban de él. Era una ciudad católica, era bohemia" (pág. 32). De sus tiempos del Realgymnasium son sus primeras experiencias  adolescentes, que relata en sus diarios: "En su clase había un muchacho con el que compartía un tipo distinto de intimidad [...] Empezó a dar paseos con él [...] que llevaron a Thomas a desear que se convirtiera en su amigo especial" (págs. 38/40). Su familia se trasladó a Múnich. "El poder y el prestigio que había considerado una herencia natural se habían evaporado" (pág. 48). Con 26 años ya había publicado Los Buddenbrook (1901) con enorme éxito. El escritor pensaba que "los lectores tendrán la impresión de estar mirando a través de una ventana" (pág. 80).  Se casó en 1905 con Katia Pringsheim, de familia acomodada, judía, aunque no practicante, con la que tuvo seis hijos y que era más inteligente y astuta que él, además de bohemia y sofisticada, lo que tal vez permitió que fuera tan liberal con las tendencias homosexuales de su marido, "habían llegado a un acuerdo" (pág. 134), basado en el respeto mutuo. En los años 20 sus hijos, que fueron quienes le adjudicaron el sobrenombre de "Mago", llegaron a la adolescencia y dos de ellos, Klaus y Erika se manifestaron abiertamente homosexuales y aficionados al consumo de estupefacientes, como muchos de su generación. Al parecer el poner de manifiesto el choque entre lo público y lo privado es uno de los motores de la escritura del irlandés.


En 1911 los Mann viajaron a Venecia. "En cuanto vio su silueta, supo que escribiría sobre ella" (pág. 126). En el hotel se alojaba una familia polaca, cuyo hijo mayor, apenas un adolescente, "era rubio, con rizos que le caían hasta los hombros. Vestía un traje de marinero inglés" (pág. 127). Quien haya visto la película de Visconti, no necesita imaginar mucho más; en la mente del autor se va gestando Muerte en Venecia (1912). "El chiquillo lo cautivaba más porque sabía que no tenía ninguna posibilidad de hablar con él" (pág. 128). A sus casi cuarenta años, Mann contrapone su madurez constreñida por las formas burguesas de la sociedad con la atracción irresistible que ejerce en él el muchacho en medio de una inactividad morbosa, propia de quienes veraneaban en el Lido. Bogarde bordaba la angustiosa soledad del personaje, su deseo imposible. 
 

La enfermedad que padeció Katia, tuberculosis, la hizo ingresar en un sanatorio en Davos: "Aquel mundo montañoso que Katia presidiría [...] dominado por la enfermedad" (pág. 139). De sus visitas y del ambiente que presenció fue surgiendo la idea de La montaña mágica (1924), que escribió mientras se desataba la primera conflagración. Él se posicionó como claramente beligerante, mientras que "el apartamento de su hermano Heinrich se convirtió en un refugio para los defensores del pacifismo" (pág. 168). Cuando en 1929 le concedieron el Premio Nobel ya Thomas "simbolizaba la vida intelectual de su país" (pág.217). Y ante los seis millones de votos cosechados por Hitler en 1930, "el paso de la complacencia a la conmoción fue rápido" (pág. 220). El incendio del Reichstag sorprendió a Katia y a Thomas en Lugano y decidieron que era más prudente quedarse. Mientras su vivencia más íntima seguía "encerrada en el armario", con expresión actual. "Thomas había guardado sus intereses sexuales a buen recaudo en un diario que, a su vez, guardaba en una caja fuerte" (pág. 234). Era consciente de que si caía en manos de los nazis podría suponerle serios problemas. Desde Suiza se exiliaron al sur de Francia, donde ya estaban Brecht, Benjamin, Zweig, "un grupo de personas ya derrotadas" (pág. 264). En realidad "él no había acertado a interpretar las señales. No había sabido entender Alemania, el lugar destinado a quedar grabado en su alma" (pág. 259). Aceptó el doctorado honoris causa por la Universidad de Harvard y ello le supuso su primer viaje a Estados Unidos, una sociedad que no dejaba de comparar con la alemana. "Estaban viviendo fuera de su lengua, fuera de su patria" (pág. 315). Conoció a los Roosvelt, pero volvió de allí sin haber hecho ninguna declaración contra Hitler, tal vez porque sabía que "en cuanto se manifestara contra el régimen, perdería a los lectores alemanes" (pág. 284). Sin embargo, tras la declaración de guerra, pasó de ser un prusiano monárquico, conservador, militarista en 1914 a convencido demócrata en 1941 que se posicionó valientemente contra Hitler.


Acabó exiliado en Los Ángeles entre 1942 y 1952, mientras sus opiniones iban adquiriendo un matiz más izquierdista, aunque siguió siendo suspicaz y reservado. En el 44 el matrimonio consiguió por fin la nacionalidad del país en el que vivían. El dueño del Washington Post llegó a decirle: "usted ha sido una fuente de inspiración para la opinión pública estadounidense" (pág. 395).  Y ya en Chicago, en una conferencia declaró: "Soy uno de los muchos alemanes que han conocido el miedo y han buscado la libertad en EE.UU." (pág. 411). La propia Katia llegó a expresar: "No volveremos a vivir en Alemania. Me horroriza la idea de mezclarme con los alemanes que han obedecido, callado o participado" (pág. 440). En 1947 publica Doctor Faustus, a través de cuya figura retrata la corrupción de la cultura alemana de su tiempoEn el 49 murió su hijo mayor, Klaus, por sobredosis. Luego su hermano Heinrich, autor de la novela en la que se basó la película El ángel azul. La presencia casi fantasmagórica del mago, enredada entre sus escritos y sus conferencias, debió de irlo alejando de su hija Erika, quien le escribió: "Nosotros, sus hijos, no sentimos ninguna gratitud hacia usted y tampoco hacia nuestra madre" (pág. 510). No debió de sentarle muy bien el reproche y seguramente acrecentó su fragilidad. Encima, a su regreso a los USA, se desató la fiebre macartista, lo que supuso a la familia el ser espiada e interrogada por el FBI, acusados de filocomunistas tras su visita a Weimar, en la zona de dominio soviético, y por ser homosexuales. Es probable que se fuera desilusionando hasta llegar a declarar: "Déjenme decirles la verdad: si alguna vez el fascismo llega a EE.UU, lo hará en nombre de la libertad". Da la impresión de que se anticipaba a Trump. 


Tras su visita a la Alemania Oriental, siguiendo los pasos de sus clásicos, "sabía que Weimar era Buchenwald [...] Goethe había soñado muchas cosas, pero jamás habría podido imaginar Buchenwald" (pág. 530). Qué gran desilusión para este hombre que fue capaz de evolucionar empujado por las circunstancias. Era un alemán del siglo XIX que tuvo la mala suerte de vivir en el siglo XX.  Su muerte a los ochenta años lo sorprendió en Suiza, ese país inventor del reloj de cuco. He leído el libro de forma apasionada, dada su amenidad y el periodo intenso que abarca, y ese retrato de familia feliz y desgraciada. Lo dejo aquí como una sincera recomendación.

José Manuel Mora.










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