Olga, de Elie Grappe

Deporte y política

No tenía información de la peli, salvo la recomendación de los que ven el preestreno de los jueves, y el cartel anunciador, que sugería la temática. Me he dispuesto a verla con el ánimo de quien va a presenciar una historia en la que el espíritu de superación asociado al deporte de élite iba a ser el eje vertebrador de la cinta. Pero me he llevado una enorme sorpresa. Olga es una película de 2021, dirigida por Elie Grappe, francés afincado en Suiza, de quien naturalmente no había oído hablar, lógico al ser su primer largo, que ha coescrito junto a Raphaëlle Valbrune.

Y la sorpresa ha venido al ubicar la acción en el plano inicial en "Kiev, 2013". Una escena en el arranque de la historia nos pone en situación de una manera dramática. Olga, la protagonista, es una quinceañera que trabaja en las barras paralelas asimétricas y que pretende participar y conseguir medalla en los campeonatos europeos, pero se ve obligada, a consecuencia de lo sucedido, a competir con Suiza, de donde era originario su padre. Tenemos pues un plano individual, la situación de soledad de la adolescente, que además se maneja con dificultades en francés, ha de integrarse en un grupo de atletas a las que no conoce, a lo que se añade su esfuerzo constante por superarse en una disciplina colaborativa, con la mente puesta en Ukrania, donde sigue su madre ejerciendo el periodismo en la época de la presidencia de Yanukóvich, lo que la convierte en una profesional de riesgo al denunciar la corrupción existente. Así pues, conflicto personal y de país. Se presentó en Cannes, donde logró el premio al mejor guión en la Semana de la Crítica, pero verla ahora, después de medio año de la invasión rusa, proyecta una sombra completamente distinta, más dramática. 

El director alterna la ejercitación individual de la muchacha, de noche, en soledad, y a la vez a las órdenes de su entrenador, junto a sus compañeras. A los nervios propios de los campeonatos se une la tensión que le van creando las imágenes de la Plaza del Maidán (de la Independencia), vistas en directo por el teléfono móvil o en la pantalla de la televisión. Y uno de los aciertos de la realización es prescindir en escenas clave de cualquier sonido que no sea el de las vibraciones de las barras, o la casi oscuridad de los entrenamientos nocturnos con los golpetazos de las caídas, o la aparición de imágenes de móvil en comunicaciones por WhatsApp, junto con las reales de la televisión desde el Maidán. Todo ayuda a crear una tensión múltiple: la de la vivencia angustiosa de la muchacha, la de la alta competición y la política. Todo queda bien armonizado.


Mención aparte merece la actuación de Anastasia Budiashkina. El director pensó primero en una violinista en la misma situación pero, al visitar un gimnasio de élite y ver cómo se trabajaba, decidió el cambio, más al observar a una muchacha que no parecía hacer demasiado caso a la presencia del equipo de dirección. Y fue la elegida. A pesar de su juventud y de su inexperiencia como actriz, es capaz de aguantar los primeros planos que reflejan su añoranza por sus amigas de equipo, su inquietud ante lo que se va produciendo en su país, su angustia por el peligro en que se puede encontrar su madre,  su dolor ante el desastre retransmitido por televisión y, a pesar de todo ello, la necesidad de competir y no rendirse. Todo está en su rostro y logra que la peli no sea una más de superación atlética, sino algo mucho más profundo, al ser político. El conflicto que vive es no sólo personal, sino de pertenencia, con el sentimiento de haber abandonado su tierra. La actriz vive ahora exiliada en Suiza, tras haber escapado de las bombas en Jarkov.
 

Tal vez no supimos darle la suficiente importancia a lo que sucedía en aquellas protestas contra el gobierno pro ruso de entonces, que había suspendido el acuerdo de libre comercio con la U.E. Era un país en los confines de Europa y lo que allí sucediera no parecía poder afectarnos. También consideramos un asunto interno el conflicto en el Donbás, entre quienes querían sumarse a Rusia al ser ruso hablantes y quienes pretendían seguir integrados en Ukrania. La anexión de la península de Crimea en 2014 ya pareció importarnos más, aunque nadie dijo nada, dada la dependencia del gas ruso. De todos aquellos silencios se ha derivado posiblemente la invasión del país por tropas rusas ordenada por un Putin enloquecido, y el desastre que toda guerra comporta. Resulta conmovedor ver las imágenes reales de Kiev, una ciudad entonces de belleza centroeuropea, cuando se contrastan con los destrozos de los bombardeos, unido al llanto de las gentes por su tierra arrasada. Como decía el poeta oriolano:

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

José Manuel Mora. 






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