Memoria
Desde que aparecieron las primeras noticias sobre la película, sabía que iría a verla. Dos eran las razones: el tema y el actor protagonista. De su director, Santiago Mitre, no había visto nada con anterioridad, pero dada su juventud, me parecía corajudo por su parte atreverse con semejante asunto a partir de un guión escrito también por él. Argentina, 1985 se plantea plasmar cinematográficamente el juicio contra las juntas militares argentinas que cometieron un auténtico genocidio en los años setenta. La cinta ha conseguido el Premio Fipresci en Venecia y el del Público en San Sebastián.
Las noticias sobre lo que sucedía en el país austral llegaban por aquella época, 1976, a través de la revista Triunfo, y no creo que mucha gente prestara atención. Yo estaba sensibilizado por haber trabajado en la Universidad de Burdeos con una lectora mendocina que me había ido contando lo que estaba sucediendo. A la violencia de los montoneros los milicos respondieron con secuestros, torturas, violaciones, asesinatos y desapariciones de gente que acababa en el estuario del río de la Plata. Todas esas actuaciones no fueron refrendados por la ley y se consideraron un auténtico genocidio.
Estos son los hechos. Con todo este material Mitre ha compuesto una película que además de la fidelidad a lo sucedido añade una profundización en el carácter del personaje a base de primeros planos, que es transmitido con una intensidad escalofriante por Ricardo Darín. No le va a la zaga la actuación de Peter Lanzani, gran apoyo a pesar de las reticencias iniciales. El ambiente en el que todo se desarrolla está recreado al detalle, en ropa, objetos (los reproductores de casetes, las máquinas de escribir, el humo constante de los cigarrillos), las localizaciones... Todo conforma una cinta que sin dejar de ser política por todo lo apuntado, es enormemente humana, no sólo por los protagonistas, sino por los testimonios de los llamados a declarar. Es emotiva y por momentos cómica en algunas respuestas y en alguna situación. El melodrama judicial no acaba nunca de caer en la sensiblería. Su alegato final es emocionante: "Señores jueces, quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: Nunca más".
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