Antonio Machado. Los días azules, de Laura Hojman

El paraíso perdido de la infancia

Alguna cosa he debido de hacer bien profesionalmente cuando casi cuarenta años después es una antigua alumna, Maite Ferrando, quien me pasa la información de una peli de la que no había oído hablar y que se puede ver en Netflix. "No podia evitar tindre't en el pensament mentre veia el documental", me dice. Y me he apresurado a verlo, claro. Antonio Machado. Los días azules, es la película de carácter documental (94 minutos), del año 2020, firmada por  Laura Hojman, y cuyo guión también ha sido escrito por ella. Y me ha conmovido por diversas razones.

Y de la misma manera que su visionado ha evocado en mi alumna la imagen de su antiguo profesor en el "Joan Fuster" de Sueca, recitando entre naranjos en flor, yo no he podido sustraerme a la emoción de escuchar la voz de mi padre, Antonio Mora, que fue el primero en descubrirme al sevillano en la edición que guardaba con mimo en su escueta biblioteca escolar, la de 1917, Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, que le había llegado a través de las Misiones Pedagógicas. Yo entonces no sabía todo lo que eso significaba para él. Simplemente era una lectura que, a mis ojos de adolescente, reconfortaba mi ánimo. Después sería Doña María Pacual, mi profesora de Literatura en Bachillerato, quien me haría volver sobre la figura del poeta con su defensa encendida y vibrante de sus versos, cada vez más cercanos a mi sensibilidad. Y ello desde una perspectiva meramente literaria. No eran años, los sesenta, para contextualizar políticamente su figura. 


Tiempo después, siendo ya profesor, era yo quien intentaba descubrir a mi alumnado la figura de ese hombre "en el buen sentido de la palabra, bueno". Y lo hacía siguiendo los pasos de su biografía, al tiempo que iba leyendo los poemas que mejor podían ilustrar los sentimientos que produjeron sus versos y las ideas que lo fueron conformando como el hombre político que acabó siendo. Yo era consciente de que a aquellas cabezas adolescentes debía intentar llegar pasando por sus corazones, por lo que ponía todo mi empeño y emoción al declamarlo en el aula. Y en cada lugar iban siendo recibidos sus poemas de un modo diferente. En Burdeos los escuchaban alumnas hijas de exiliados republicanos. En Tudela de Duero, la muchachada que sabía de lo que hablaban los poemas de "Campos de Castilla", ayudado ya por la música de Serrat, que ponía un nudo en mi garganta al escucharlo. Tiempo después, al visitar la tumba de Collioure junto a mi compañera Isabel Tomás, con la lectura íntima, casi silenciosa, en medio de la soledad del cementerio francés, al lado de una tumba sobria, con unas flores frescas. 

Del mismo modo, el documental se inicia en el Palacio de las Dueñas sevillano donde nació. Y de la mano de Ian Gibson, biógrafo de enjundia, y de otro montón de expertos y admiradores de su obra, va siguiendo los pasos de su devenir humano, sentimental, ideológico, con una buena colección de imágenes que a mí me hubiera gustado tener para ilustrar mis clases, y con un recitado emocionado y pulcro de sus poesías por parte de Pedro Casablanc. Concluye con la narración de sus últimos días, con el paso de la frontera con su madre y su hermano, junto a tantos derrotados, y su muerte días después, con aquellos versos garabateados en un papel que se encontró en el bolsillo de su abrigo: "Estos días azules y este sol de la infancia", que unían el presente derrotado con el recuerdo cálido del paraíso perdido. Nada edulcorado ni exagerado en la alabanza, sino con una valoración precisa de su figura humana y poética, el documental es una lección de humanidad y de belleza que me ha conmovido. Buena ocasión para los no especializados para acercarse a su personalidad y a sus versos desde una plataforma que no suele prodigar este tipo de trabajos. Gracias, Maite; gracias, Doña María; gracias, papá.

José Manuel Mora.








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