As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

De la violencia interesada

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan mal presenciando la proyección de una película. Dado que estoy recién llegado de Galicia, sabía que iba a ir a verla por desarrollarse allí y por su director. Era el preestreno y el cine estaba hasta arriba. ¿Una buena campaña promocional? As bestas, ya desde su título, resulta poco habitual. No es frecuente titular en un idioma que no sea castellano, salvo que sea en inglés. Aquí viene en gallego. En España tenemos tradición de cambiar el título a algunas pelis para que parezcan más comerciales. De su director, Rodrigo Sorogoyen, ya hay varios títulos reseñados en estas "páginas": Que Dios nos perdone (2016), El Reino (2018) y la serie Antidisturbios (2020), por lo que debería saber cómo se las gasta. Creo sin embargo que aquí ha ido más allá, temática y plásticamente. Ya el cartel promocional es casi un espóiler. Sigue fiel a su guionista habitual, Isabel Peña, que maneja perfectamente los diálogos en gallego, castellano y francés y que parece haberse inspirado en un suceso real.


Una secuencia inicial muestra la pelea de dos hombres con un caballo al que hay que inmovilizar, como sucede en a rapa das bestas, de larga tradición rural. Una aldea en lo profundo del monte orensano. La taberna del pueblo, habitada tan sólo por varones. Hay una agresividad soterrada enorme en las réplicas de uno de ellos, sobre todo de cara al único forastero que hay allí, un francés, Antoine  (Denis Ménochet, actor francés para mí desconocido, que transmite bonhomía y fragilidad a pesar de su fortaleza física), que se ha establecido en el lugar con su mujer, Olga (Marine Foïs), intentando un cultivo ecológico y una vida más en contacto con la naturaleza. Sus planteamientos son completamente diferentes a los de sus vecinos. Conforme avanza el metraje, vemos las auténticas razones de la animadversión de Xan (un Luis Zahera que da miedo sólo con su mirada) por el "gabacho".  Antes he hablado del lugar, y es muy importante porque la localización, el bosque deshabitado, resulta absolutamente inquietante, al igual que la música, casi de exclusiva percusión.



La primera parte de la cinta tiene un aire entre thriller rural y western gallego. La zozobra que provoca el enfrentamiento entre varones va en aumento en medio de un paisaje de desolación absoluta, pero en la segunda hay un cambio de punto de vista narrativo que resulta sorprendente por lo inesperado. Es cierto que la aparición de la hija y su enfrentamiento con la madre pueden resultar algo discursivos, pero todo se encamina hacia la secuencia final entre dos vecinas, la extranjera, con su insistencia tranquila, y la matriarca, encerrada en su silencio. Las mujeres a veces saben resolver las cosas de otro modo. De fondo, la pregunta de "¿a quién pertenece más la tierra, a quien la cuida o a quien nació allí?". ¿Quiénes son los auténtico causantes del conflicto? Los noruegos, con sus molinos y su intento de pagar una miseria por las tierras. Todo ello lejos siempre del mitin, perfectamente encuadrado en la realidad de esas gentes que no han conocido más que la miseria, que huelen tanto a mierda de vaca que ni las putas los reciben. Siglos de miseria sin salida. Me ha resultado incómoda y fascinante. Sorogoyen demuestra una vez más que sabe lo que se hace. 

José Manuel Mora.









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