El agua, de Elena López Riera

La Vega Baja

De no haber sido por la advertencia de mi prima Manoli, que es de la zona, seguramente la peli me habría pasado desapercibida. Cuando me comentó de qué trataba, me vino a la mente otro título, Alcarràs, también de corte documental con trasfondo familiar, dirigido por otra mujer, como en este caso. Elena López Riera es, creo, una debutante en el largometraje y éste es su primer título, El agua, escrito al alimón con Philippe Azoury y dirigido por ella, que ya había rodado cortos (Las vísceras, 2016 y Los que desean, 2018) y que ha nacido en la zona, y de donde ha sacado a la mayoría de actrices no profesionales que integran el reparto. Se presentó en la Quincena de Realizadores de Cannes.



Viendo la cinta, me ha venido a la cabeza una canción de Raimon, alguien que sabe de lo que habla, puesto que su tierra también ha sufrido semejantes catástrofes a causa del "devastador", el impredecible Xúquer.

Al meu país la pluja no sap ploure
O plou poc o plou massa
Si plou poc és la sequera
Si plou massa és la catàstrofe.

En la Vega Baja del río Segura la lluvia tampoco sabe llover y debería ir a la escuela para poder aprender a hacerlo con mesura, cuando toca, cayendo "limpica", sin pedrisco y sin esas riadas recurrentes que todo lo arrasan. Ahí es donde se ubica la historia. Ahí y junto a una carretera por la que transitan veloces los coches y camiones, pero que parece no llevar a ninguna parte  a esos jóvenes que viven allí, en un verano eterno, asfixiados de aburrimiento y sin expectativa alguna. Ana, (la oriolana Luna Pamies, una desconocida estudiante de ESO cuando la seleccionaron, que pone aquí toda la intensidad de su mirada y un aire de misterio íntimo en su voz oscura), una cría de 17 años que dice saber lo que hace, vive con su madre (Bérbara Lennie, contenidísima en su papel de ternura respetuosa y de persona todavía joven que quiere seguir viviendo) y con su abuela (Nieve de Medina, apaleada como tantas antes). De las tres se dice que están malditas por sus amores desgraciados. José (Alberto Olmo), recién llegado de Londres, se fija en la joven, y a ella le atrae la ventana abierta al mundo que el muchacho le puede suponer frente a su asfixia vital. Con estos mimbres y una leyenda que sobrevuela entre las mujeres de la zona, “El agua viene porque el río se enamora y si se enamora de ti, se te mete y te lleva”, la directora levanta una historia muy pegada a la tierra de donde nace, empezando por el acento oriolano de sus personajes, plasmado ya en la primera secuencia de grupo tras la noche de botellón, pero que se va entretejiendo con un aire mágico de fábula ancestral: esa novia que se llevó el agua con su traje blanco. 


Gran parte del acierto de la cinta está en un guión muy bien escrito, de una gran autenticidad expresiva, al que da verosimilitud la naturalidad con la que se mueven y hablan, fruto de mucho ensayo, y de las localizaciones donde suceden los encuentros, tan reconocibles para quienes alguna vez hemos visitado la zona. Mi padre era de allí y su familia habla así. Las secuencias son pausadas, no sucede nada en ese cortar alcauciles con la abuela, pero hay un latido inquietante que parece cernerse sobre el lugar en tantas frases no dichas y que acabará por derrumbarse 
desde el cielo sobre esa tierra árida de palmeras y naranjos, en forma de agua que todo se lo lleva por delante, como en las sucesivas riadas desde el s. XIII. También Ana da la impresión, en un final no del todo explícito, de que será capaz de romper los límites de su estrecha realidad.


Hay en el tacto con el que está rodada mucha sensibilidad femenina. Es más lo sugerido que lo explícito en las escenas íntimas de sensualidad contenida, en la libertad con que se expresan esas mujeres de pueblo mirando a cámara desde sus casas, en lo no del todo formulado de la vida pasada, en la crítica al machirulo que alza la voz en la suelta de palomas. Por eso también el punto de vista es el de la joven en su intento por romper tabúes, habladurías, entorno que aprisiona. Las imágenes reales de la riada final muestran la fuerza del agua que todo se lo lleva a su paso, en una catarsis que se acaba resolviendo cuando por fin se retira.


Con tanta oferta indiscriminada, sería una lástima que esta peli de aquí, hecha por una mujer de aquí, pasara desapercibida. No habría que perdérsela.

José Manuel Mora.







Comentarios

Unknown ha dicho que…
No habría que perdersela....