Mondoñedo

Hacia el interior

Hoy, al amanecer, han descolgado una lona gris, rasgada por un cuchillo de luz,  que llega hasta el horizonte y que no sé si amenaza nuestra jornada o anuncia claridades desde Levante. Lo cierto es que la cortina de agua es espesa y todo lo iguala. Llegamos a la cafetería todos mojados, a pesar de los paraguas. Las tostadas, los zumos y los churros nos reconfortan y nos animan a salir.

En dirección a Foz volvemos a ver la indicación de la Playa de las Catedrales y no podemos resistir la tentación de volver a verla. La marea está alta y a penas deja una lengua de arena batida por las olas, el viento y la lluvia. Lógicamente no hay nadie, con lo que la grandiosidad de los peñascales es todavía mayor. 


Al llegar a S. Martiño, el cielo ha ido despejándose y encontramos la iglesia abierta. La entrada es gratuita. Presenta un recorrido introductorio explicativo que resulta enormemente instructivo. Así nos enteramos de que en el s. VI, en tiempo de los suevos, se intentó establecer una construcción. En la que entramos pertenece a un románico de transición lombardo, con un ábside trilobulado. En los capiteles, muy elevados, hay figuras grotescas que se sientan a la mesa en una celebración. Quedan restos de pinturas en el techo de cañón.


















Hacia el sur, el sol ha acabado brillando esplendente, haciendo resaltar los mil tonos de verde de los prados y encendiendo los ocres de los helechos que alfombran la umbría junto a la carretera. Con tanta parada llegamos a Mondoñedo  a la hora de comer. La ciudad fue sede episcopal desde el s. XI y sabemos que hay una hermosa catedral que visitar. Aparcamos junto al viejo seminario, que en su momento podía llegar a albergar a 200 seminaristas. Era la opción para estudiar de muchos jóvenes de la zona y la muestra del poder de la Iglesia en el mundo de la educación. La música de una charanga nos conduce hacia la plaza del pueblo. Son "As San Lucas", la feria más antigua de Europa, que cuenta ya con 800 años. El suelo de la plaza está cubierto de tierra, esparcida para que no resbalen los caballos  salvajes que son mostrados  a la población. 


El edificio es muy armónico en la variedad de estilos que lo conforman, desde el románico de la puerta levemente abocinada hasta las ojivas superiores y el enorme rosetón que centra la mirada. Hay unos adornos platerescos en los laterales y unas torres ya barrocas. Eran siglos de construcción laboriosa y lenta. Con la audioguía que ofrecen con la entrada obtenemos toda la información referente a las naves de arcos apuntados, los órganos laterales bajo los que quedan restos de pinturas tardogóticas, la sillería del coro, el retablo rococó con la Assumpta al Cel, y los cuatro ábsides cuadrangulares en los que hay piezas curiosas y delicadas, una santa recostada grácilmente y una talla tudor traída de Inglaterra para salvarla del furor protestante.














El claustro lateral es sencillo, sin adornos, encerrado en la quietud de sí mismo y con un cruceiro en su centro. Al salir, nos sentamos frente a la catedral, en la terraza de "O Rei das Tartas", donde parece que se hacen las mejores de toda Galicia. La de cabello de ángel es exquisita. Paseamos luego por el pueblo y damos con una escultura de Álvaro Cunqueiro, nacido aquí. Tratan bien a sus escritores. Lo que queda hasta Lugo lo hago con el sol de frente, bien molesto. El nuevo hotel, el Exe-Puerta de San Pedro, está junto a otra de las entradas que atraviesan la muralla, dejando fuera los tambores de piedra negra e irregular.


Durante el paseo vuelve a llover y aprovechamos para comprar un móvil nuevo. El antiguo se cayó y entra demasiada luz por el objetivo. Consigo lo que quiero. Estoy seguro de que las fotos mejorarán. Descubrimos otra parte de la ciudad, más estándar, con zonas peatonales y los comercios que se suelen ver en los tontódromos de todas las capitales. Acabamos en la zona con un godello y unas croquetas excelsas y unas tostas de jamón. No da el cuero para más.

José Manuel Mora.
 







 

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