Avaro
Ha bastado una recomendación a vuela pluma vista en el periódico, para que haya deseado volver a encontrarme con el autor canario que acabó siendo madrileño. PÉREZ GALDÓS, Benito. Torquemada en la hoguera. Cáceres: Editorial Periférica, 2012, con prólogo de Germán Gullón, 141 páginas, en un formato en octavo poco frecuente, con unas tapas mate de tono azafranado muy atractivas.
Don Benito nació en Las Palmas en 1843, y tenía 45 años cuando escribió el librito ya en Madrid. El diminutivo no es desmerecedor, como se verá luego. Ya ha escrito 36 novelas con gran éxito y ha alcanzado la fama gracias a su serie de Episodios nacionales. También los periódicos lo han dado a conocer y es respetado por sus aportes. Acaba de terminar Fortunata y Jacinta, novela que me enamoró a mis veinte años salmantinos y en la que ya se nombraba al prestamista: "Mis amigos conocen ya, por lo que de él se me antojó referirles, a don Francisco Torquemada" (pág. 25), trasunto del personaje de Cuento de Navidad, de su admirado Dickens, y que centra la serie dedicada al avaro: Torquemada en la hoguera (1988), Torquemada en la cruz (1893), Torquemada en el Purgatorio (1894), y Torquemada y San Pedro (1895). Hasta esta serie sus protagonistas habían sido mujeres con conciencia de ser un componente esencial de lo humano. Galdós pensaba que "una imagen de la vida es la novela", pero influido por Tolstói, Dostoievski y Zola va pasando de una mirada casi costumbrista a otra más trascendente en la que pone en solfa el peligro de los dogmas religiosos, frente a los que prefiere los que se interiorizan.
Hay una intencionalidad expresa, no exenta de ironía: "Caso muy ejemplar, señores, digno de contarse para enseñanza de todos, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores" (pág. 25). Este Torquemada es un hombre dominado por la pasión avariciosa por acumular riquezas. No hay nada más en su magín ni en su corazón, "aquella feroz hormiga" (pág. 28), tacaño, desaseado, sin educación, "todo él craso, resbaladizo y repulsivo" (pág. 39). Lo salva el cariño que siente por su hijo, Valentinito, un muchacho talentoso, "aquel cerebrazo" (pág. 45) que cae enfermo y por el que el padre será capaz de cualquier sacrificio para lograr su restablecimiento, que nunca pierde la ilusión de vencer al destino, incluso comprando a Dios. Estamos en un entorno de clase media baja, cuando "la época de los conservadores fue regularcita" (pág. 28), frustrados los ideales de la Gloriosa. El personaje, tan falto de atractivo, irá evolucionando en los siguientes títulos de la serie, que no he leído.
José Manuel Mora.
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