Hamnet, de Maggie O'Farrell

Inmersión histórica

                                                                       "Ya se ha ido, ya está muerto

                                                                                                           muerto está, señora mía.

                                                                                                           Verde hierba a su cabeza,

                                                                                                            a su pie una piedra fría".

                                                                             Hamlet, Acto IV, escena V

Sigo fiándome más de los amigos con criterio, que de las reseñas periodísticas, que son tantas, que se me traspapelan y acaban en el olvido. Pascual Ruso, antiguo compañero de Bachiller recuperado, es un jubilado feliz, que dedica parte de su tiempo a la lectura compulsiva. Sé de su buen gusto para la música, melómano empedernido, y para lecturas variopintas. Ya hay aquí varios libros referenciados, tras la recomendación pertinente. Seguramente, sin su señalamiento, no hubiera tenido noticia del que voy ahora a comentar. O'FARRELL, MAGGIE. Hamnet. Barcelona: Ed. Libros del Asteroide, 2022, en su undécima edición desde su publicación en 2021, con traducción cuidadísima de Concha Cardeñoso; 340 págs. La delicada imagen de la cubierta es de Emilio Brizzi. Ha recibido el Premio de la Crítica española a la mejor novela extranjera en 2021, y se han vendido ya 80.000 ejemplares. Y yo sin saberlo.


O'Farrell nació en Irlanda del Norte en 1972, aunque creció en Escocia. Ha trabajado como periodista. Lleva publicando novelas, de las que obviamente no había oído hablar, desde el año 2000 y ha recibido multitud de premios. Escribió también un libro de memorias, Sigo aquí, 2017, centrado en experiencias propias vividas en torno a la muerte. Por la presente obra le han concedido el Women's Prize of Fiction y la crítica neoyorquina la ha valorado como uno de los diez mejores libros de 2020. 

De la vida de D. Guillermo sabía lo poco que recordaba de los libros de texto, "el dulce cisne de Avon", nacido en Stratford on Avon, tuvo una vida muy ajetreada, fue actor y autor de éxito en el Londres isabelino desde 1587, escribió tanto que se ha puesto en duda que fuera una única persona la que lo hiciera. Recordaba también que algunos estudiosos señalaban que el objeto de sus sonetos pudiera ser homoerótico, pero desconocía casi por completo lo relativo a su vida previa a su viaje a la capital. Al parecer se casó con una tal Anne, o Agnes en 1583, una campesina de Stratford, donde vivieron y tuvieron tres hijos: Susanna y los gemelos Hamnet y Judith. El niño murió en 1596, a la edad de once años, como consecuencia de la epidemia de "pestilencia", que es como se llamaba entonces a la peste bubónica que se contagiaba a través de las pulgas y el contacto con los animales. 



Con estos pocos datos, que la autora coloca antes de iniciar su relato, levanta un entramado narrativo apasionante y delicado. Una auténtica inmersión en la época en la que vivieron los personajes reales. O'farrell maneja con destreza la analepsis y así, comienza in media res, en una situación de tensión, la búsqueda de la madre por parte de Hamnet, al ver que su hermana gemela se encuentra mal, para pasar a explicar los orígenes de la enfermedad que la aqueja, surgida en la otra punta del Mediterráneo y cómo viaja en barco como polizón indeseado. El muchacho "es un chico despierto: en la escuela entiende bien las lecciones del maestro [...], tiene buena memoria. Se le dan bien los verbos [...], la retórica, los números y los cálculos (pág.17) y lógicamente se siente muy apegado a su gemela con la que ha compartido juegos y vida. Sin embargo, quien centra el relato es la figura de Agnes, una campesina que conoce las plantas (qué precisión y que riqueza, qué conocimiento de nombres y características de cada una de ellas por parte de la autora) y que sabe para qué se pueden utilizar a la hora de intentar paliar enfermedades, capaz de enfrentarse a los convencionalismos sociales, de parir a su primer hijo en la soledad del bosque. También es capaz de profundizar en el alma de quien tiene delante con sólo cogerlo de la mano, como le sucede con un muchacho, al que no se nombra nunca, que es capaz de enfrentarse a un padre violento, que es soñador, que escribe... Pero es ella, "Este ser, esta mujer, esta elfa, esta bruja, este espíritu del bosque" (pág. 197) quien enamora al lector con su personalidad, Tal vez por eso es ella y no él quien toma la iniciativa para la aproximación al futuro escritor. El encuentro sexual en el cuarto de las manzanas es magnífico, de gran intensidad expresiva. Es desde su punto de vista desde el que vamos conociendo su enamoramiento, su maternidad, su desolación. 

Además de los retratos acabados de cada uno de los personajes, la autora acierta en la descripción de los entornos. El contraste entre el tranquilo pueblo junto al Avon, con las vidas pausadas y anodinas de las gentes apegadas al terruño y a las faenas agrícolas, en la que el futuro escritor siente que se ahoga, y la enorme ciudad de Londres, con casi 150.000 personas en la época, sucia y bulliciosa, un auténtico laberinto para los pueblerinos, está muy logrado.  Y nos interesa esa mujer que ha curado a tanta gente y que se siente imposibilitada de salvar la vida de su hijo. No hay palabra para denominar a quien pierde a un hijo, "¿Cómo se dice, pregunta Judith a su madre, cuando una persona tenía un gemelo y ya no lo tiene? Si estás casada, continúa Judith, y tu marido se muere, entonces eres viuda. Y si a un niño se le mueren los padres se convierte en huérfano. Pero ¿cómo se dice lo que me pasa a mí? No sé, dice la madre [...] A lo mejor no existe la palabra para decirlo." (pág. 274); tampoco hay una que diga qué es una madre cuando tiene un hijo y lo pierde, pero si encima quien lo ha parido ha de ser la que lo amortaje, el dolor es indescriptible. Y de cómo vivir el duelo y superar el dolor también trata la novela. Mientras que la madre cae en una profunda depresión, ("¿Cómo es posible tener que cerrarle los ojos a un hijo muerto?"; pág. 247; "la cara de su hijo, un lirio azul y blanco, con los ojos cerrados"; pág. 256), el padre intenta asumir la muerte del hijo trasmutando la herida en literatura y convirtiéndolo en personaje, Hamlet, para que así viva para siempre. 

"Me muero [...]

                                                                        vive, tú;   [...]

                                                                        reserva con dolor tu aliento

                                                                        para contar mi historia"

                                                               Hamlet, Acto V, escena III

Eso hizo el innombrado William y, con la recreación de todo ello, la autora logra dar nueva vida y perennidad al pobre muchacho. Levanta además el retrato de una mujer sabia, valiente y destrozada para lo que le queda de vida. Una preciosa reconstrucción, escrita con un estilo delicado, que no llega al amaneramiento. "Un miedo frío le baja por el pecho y en un instante le envuelve el corazón en una capa crujiente" (pág. 30); "Mira, un martín pescador, y una flecha con un brillante en la cola se clavaba en la piel plateada de un arroyo" (pág. 59). Y no quiero dejar de citar la imagen terrible de la muerte/peste, "Unos pies sin piel, con su aliento de ceniza húmeda" (pág. 190). En definitiva, una lectura gozosa y dolorosa a la vez. Conmovedora, en cualquier caso.

José Manuel Mora. 


Comentarios

Rafa Torregrosa ha dicho que…
Gracias José Manuel por esta magnífica publicación emotiva, dura y tierna a la vez. Nos vemos el martes?