Jornada de relax
Hoy no tenemos prisa. Hay que recuperarse. En vez del bufé, que es brutal, preferimos nuestras tostadas con tomate y mermelada con el consabido café con leche. Luego comenzamos el recorrido por el edificio. La restauración supuso retejado y cubiertas nuevas de madera, además de todas las instalaciones necesarias: ascensores, calefacción... Todo un acierto. En la primera planta entramos en una sala sobria, iluminada tenuemente, perfecta para un rato de lectura y que abre a una balconada que vuelca en un paisaje de verdura de mil matices, con el río allá al fondo. El lugar se llama, acertadamente, el "quitapesares", por lo que aporta al ánimo la contemplación del panorama.
Bajamos al sótano y, donde antaño estuvieron las caballerizas, encontramos ahora un fastuoso comedor. La bóveda bajo la cual se disponen las mesas alcanza los 35 m. de altura y el enorme ventanal de la derecha deja entrar una luz húmeda y gris. Hay también un jacuzzi en el exterior frente al boscaje, y una zona de spa, lo que quiere decir, para los de ciencias, salutem per acquam, de la que tanto sabían los romanos. No lo vamos a poder disfrutar porque hay que levantar el vuelo.
Y, antes de marchar, decidimos entrar a la iglesia situada junto al Parador. Hay poca luz en el interior, como sucede en el cielo de la mañana de orballo. No hay nadie y el ambiente vuelve a ser muy becqueriano. El templo se inició en el s. XII, se detuvo en el XIII y continuó en el XV, con lo que la mezcla de estilos es brutal, románico en las naves y gótico en los ábsides. En un lado del transepto se encuentra un retablo pétreo tallado por ambos lados. Y en el altar mayor, otro en madera, con la imagen de S. Esteban en el centro. Hay algunas cabezas formando metopas, expresivísimas, a pesar de la altura a la que están situadas.
Y nos despedimos de este lugar que ha sido un auténtico remanso de paz para cuerpos y ánimos. Salimos del valle con más facilidad que a la llegada, entre árboles que por fin van enloqueciendo de color. Dentro de unas semanas será esto un carnaval, dado el cambio operado en los últimos tres días. Junto a la carretera, un iglesuca con su cementerio, algo que sólo creo haber visto por estos lares.
Se desata el aguacero más intenso que hemos tenido en nuestro viaje, pero el destino de nuestra etapa de hoy está relativamente cerca y, pasado Ourense con sus puentes, ahora bien visibles, llegamos con sol a orillas del Miño de nuevo.
El lugar en el que vamos a quedarnos tiene nombre con reminiscencias latinas, Laias Caldarias. El segundo término está relacionada con el latino calidum, lo que indica que hay fuentes de aguas termales bien cerca. De hecho, nuestra residencia es un centro termal en el que, nada más entrar, se tiene la sensación de estar en un hotel del Imserso. Hay gente en albornoz que atraviesa la recepción y no se ven personas jóvenes, a excepción de un equipo de chavales británicos que están aquí para realizar un curso intensivo de entrenamiento de piragüismo. La vista desde la habitación, mirando al río, desvanece mis temores. Hemos venido a descansar. Comemos en el comedor del hotel un bufé aceptable y subimos a echar la siesta, un rato de lectura y bitácora, para poder escribir después las notas que ahora redacto más de un mes después.
En las piscinas interiores los chorros son subacuáticos, para masajear la zona lumbar. Y hay una circular, en la que el agua se mueve en forma de corriente que te lleva a dar vueltas como un trompo. Aquí también soy el único. Y la hora de disfrute se agota. En la habitación las noticias nos informan de que Mr. Shunak ha sido elegido nuevo Prime Minister. Mejor desde luego que su antecesora. Tomamos un bocata imposible en la cafetería y escucho aplausos y música. Curioso como soy, acudo a ver de qué se trata. Una actividad para entretener a los jubilatas, que consiste en una queimada para compartir. El ambiente es algo decadente y huyo a la habitación.
José Manuel Mora.
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